lunes, 22 de diciembre de 2008

DIÁLOGOS CELESTIALES


NOVIEMBRE 22

Un cuento de Danilo Gutiérrez Baella (2008)




Veo todo desde allí: dos seres de la mano, juntos y expectantes ante el dolor feliz de la mujer. Gran expectativa, mucho movimiento, lágrimas de felicidad, pero, “¡Qué hora tan incómoda escogió este niño para venir al mundo!”.



¿De quién hablan? ¿De mí? ¿Cómo entiendo esto, Padre? Y Él sonríe (como se sonríe en Espíritu), pero sigue en Sus Santas ocupaciones dejando dos Ángeles Guardianes a mi lado.



“Mira”, y asomo por algún lugar que me abre el Ángel con su dedo índice. Loca soledad, brusca multitud, mezcla de grito, odio, algarabía, cambio de ambiente; y cuatro pequeños se miran con dedos cruzados, ojos inquietos, agitados por el hermano que vendrá, y que sabe Dios cómo…



“Cómo estará Mamita…”, medita el mayor…


“Yo no cambiaré pañales…”, asegura el segundo…


“Que sea mujer, que sea mujer…”, reza la hermana…


“Éramos cuatro, yo era el menor… ¿quién me va a atender ahora?”, se queja el más pequeño de ellos…



Ante el descuido del Ángel, miré más allá. Ya no hay tiempo para volver la mirada. Allí está el gran vehículo negro en un tiempo y lugar distinto, con esa multitud de seres delirantes. Gente corriendo al lado, coche descubierto, cabezas sonrientes bajo el sol matutino detrás del conductor, árboles, edificios, banderitas, grandes pancartas, y… ¡un trueno! La cabeza del hombre golpea a un lado. ¡Otro trueno! Un movimiento brusco regresa la cabeza al otro lado. La mujer salta sobre el carro, se arrastra y grita… ¡Mil gentes gritan, lloran, se retuercen mientras esos hombres cubren a la persona herida y…!


¡Basta!” grita el Ángel sorprendido, increíblemente molesto. Su resplandor natural se opacó al afirmar con severidad: “No es tu tiempo, ni es tu lugar en el mundo que hemos preparado para ti”. Vuelvo la mirada (de la forma que sólo en Espíritu puedes mirar).


“Si no es para mí, ¿por qué puedo ver esto al mismo tiempo de quienes dices serán mis compañeros de vida? Declaras también que la mujer que sufre por el dolor será quien me guíe y enseñe a vivir en ese mundo… ¿por qué escucho esas palabras que suenan como quendi, kenid o quénedi, tan fuerte y tan cerca de ella, si es que ese mundo que también veo no será mi mundo?”


El Ángel preocupado se acerca al Señor, y explica el incidente. Dios mueve su Santa Cabeza gacha hacia los lados, y se acerca a mí desde los miles de kilómetros, millas y metros celestiales en los que se encontraba.


“Este será tu sino”, sentencia Dios. “Tendrás visiones de sucesos y obras que no sucederán ni existirán aún, pero que con tu aporte podrán o no darse en el tiempo de paso por la Tierra. Algunos rasgos de mi divinidad quedan adheridos a los seres que empiezan su corta vida en la Tierra, sólo para servicio a los demás, pero el hombre lo utiliza para fortalecer el trabajo de nuestro vecino oscuro y rebelde proveniente del sub mundo, alguna vez residente de este cielo”.


“No esperes ser comprendido, ni entendido. Vive con buenas obras y buenos ejemplos, y disfruta de los logros no entendidos con felicidad, pues luego será la de muchos. Llorarás por lo que no logres cumplir, y creerás que Yo te he abandonado, una y otra vez, hasta darte cuenta que necesitas justamente de esas dudas y experiencias para tenerme más cerca”.


Y el Señor me dice algo más que no entiendo muy bien, con respecto a lo que acabo de ver: “La gente sufrirá a partir de entonces, y se echarán culpas ajenas, libre albedrío, ¿qué puedo hacer?… Kennedy aún viv…


¡Agua, mucho agua! Luz que ciega, grandes telones blancos salpicados de carmín. Impacto desconocido sobre mí que me obliga a aspirar algo sin lo cual ya no puedo vivir. Grandes movimientos, fríos intensos, y el calor de esa mujer, tan dulce… tan llena de Dios.


…………..


¡Es un año en mi nueva vida! ¿Por qué nueva? No sé, sólo repito lo que oigo de una y otra persona, de mis papis…


Hay torta, quiero comerla, lindos colores… Mis hermanos corren, uno me mira serio cuando los demás no están aquí. ¿Por qué? Estoy inquieto, veo cajas de colores que las abren, sacan cosas de colores que no sé que son, unas suenan y otras tienen lucecitas. Mi mamita y una tía me la muestran riendo, parece que me las van a dar, yo estiro los brazos, y las guardan otra vez. Dicen que son mías, y no me las dan. ¡Malas!


No entiendo. Pensé que esta reunión era para mí. ¡Japi verde, japi verde! ¿Qué es eso? ¿Se fue la luz? Ah no, ya volvió, pero la torta tiene un humito. Raro. No sé, pero todos cantan eso, me miran, hablan al mismo tiempo y soplan no sé qué. ¡Ah, bueno! Torta en mi boca, y aplasto mi cara en mi trozo para comer más rápido. ¡Plaf! Rica. Uhmmm, tanto trapo por mi cara, ya pues Mamita, no tan fuerte.


Mis hermanos siguen corriendo, y el otro más pequeño ya no se ocupa de mí. Coge una de mis cajas de colores, y corre tras ellos.


Otro día, tomo mi leche. ¡Qué rica! ¿Pero por qué volteas, Mamita? Quiero seguir tomando mi leche, tengo hambre.


¿Qué? Ese hombre en la caja de luces blancas y negras dice cosas que no entiendo. ¿Qué es “a – se - sin”? ¿Qué es “quendi, kenid o quénedi”?


¡Apaga la caja, Mamita! ¡Quiero mi leche!


Lima, 22 de Noviembre de 1,963

martes, 16 de diciembre de 2008

PARA ALBERTO Y VICTORIA...

A mis padres,
por su incomparable amor.


AVES EN EL CIELO

Un cuento de Danilo GutiérrezBaella (Año 2008)



El viento costero traía los aromas de un mar agitado, y mecía con suavidad maternal los blancos cabellos de Elisa. La baja bruma que corría desde la orilla con su millón de gotas esparcidas por el aire no podía ocultar el cielo celeste, ni aplacar los primeros calores del sol por la mañana. Los ojos de Elisa, medio apagados ya por las batallas de toda una vida, parecían buscar en el cielo una respuesta, una voz, una palabra que le explicara el por qué de tantas cosas, el por qué de su profunda nostalgia, de su inmensa alegría, de su terrible dolor.



Unas gaviotas graznaban paralizadas brevemente al volar, con las alas desplegadas en ligera curvatura, descendiendo con prudencia, acercándose al cuerpo tendido boca arriba de Elisa sobre la arena entre escasas hierbas primaverales, conchitas calcinadas, carreteros curiosos, y su vestido gris floreado flameando al viento.



Allí estaba Elisa, estirando con expresiones infantiles las arrugas de un rostro anciano y bello, ligeramente sonrosado aún por corpúsculos sanguíneos de vida… esa vida de la que Elisa sabía escaparía muy pronto, como escapan todos los que ya cumplieron, los que ya hicieron todo o casi todo, los que ya amaron y pelearon, crecieron y envejecieron, hablaron y escucharon, sintieron.



Los ecos sordos de Octavio, graves por la edad, pero aún sonoros recordando tiempos de cantante y anfitrión, se perdían con el romper de las olas y el jadeo de sus viejos músculos soportando los huesos al correr sobre la arena. “¡Elisa…! ¡Elisa…!”, gritaba Octavio, haciendo equilibrio con pesar en cada pisada lerda y hundida en la playa. Lloraba Octavio, lleno de miedo y angustia por su vieja compañera, por saber dónde iría desde ayer, por qué salió sin avisar, qué tenía que hacer. Toda una madrugada buscándola, solo, sin ayuda de nadie, porque nadie vivía ya al lado de ellos. La casita de playa, otrora el lugar más concurrido por la familia cada año, se había convertido en un asilo de a dos, en un escondite íntimo de recuerdos y amores renovados. Dos viejos solos que con las justas soportaban el peso de sus almas, pero acompañados por su propio aliento, su eterno amor.



¿Elisa? Una lágrima suya también cruzaba con valentía el mar de arrugas desplegadas de la mejilla a la comisura de sus labios. Ella, abstraída, no escuchó a su viejo Octavio llamarle, pues ahora sólo los sonidos del mar y del viento en sus oídos, el de su vestido gris al sacudirse contra el cuerpo, y el desfilar de la fina arena sobre los espacios donde la piel era descubierta, se habían convertido en el único mundo y su única realidad. Ni siquiera el corazón… ese amigo y enemigo que tantas veces había latido con fuerza marcando los pasos de Elisa dándole sonido a sus sentimientos, midiendo con ellos sus pasiones, saturando sus oídos hasta ser más lentos y acompasados después de entregarse al amor. El corazón acompañaba hoy a Elisa en su silencio interno, en su insólita comunión con la playa, el mar y el cielo de primavera, en la sutil fuga de cada buen o mal recuerdo que nunca más volvería a vivir en ella.



Octavio vio volar un extremo de la falda de su amada Elisa entre dos montículos de arena, y a él sí el corazón le marcó los siguientes pasos. “Elisa, mi amor…”, soltó el pobre viejo al tomar su mano fría y pegar sus labios a su oído. “¿Por qué, mi amor? ¿Por qué has salido así de nuestro lecho sin avisarme, sin motivo alguno, sin destino alguno? ¿Te has sentido mal, mi vida? ¿Hice algo que no te gustó, mi viejita linda? ¿Qué haces aquí, tan fría, tan sola, tan lejos de nuestro hogar?”.



Al separar su rostro del de Elisa, ella parecía no escucharle. Su ojos verde claros perdían la mirada en algún lugar del cielo, y Octavio no entendió si esa era o no una sonrisa, la que empezaban a dibujar sus pálidos labios.



“¿Elisa?”. Las lágrimas de Octavio empezaban a confundirse con las de Elisa, ya cristalizadas en sus mejillas. Sólo un suspiro sonó en ese cuerpo envejecido y tan tierno, y al ingresar nuevamente el aire a su boca, Elisa tornó sus ojitos cansados hacia él.



“Príncipe maravilloso… ¿por qué lloras? ¿No ves la belleza del cielo a tu espalda? ¿No escuchas al mar y las aves cantarnos, mi amor?”. Elisa levantó con dificultad su mano derecha, y acarició el rostro apergaminado de Octavio, húmedo por el llanto, y tibio por el dolor. “Siente la arena fina entre mis dedos, mi dulce amor… esos somos nosotros, tan pequeños, tan perdidos en la inmensidad, y tan únicos a la vez…”.



Octavio levantó el rostro preocupado, y ensayó una sonrisa. “¿De qué hablas mi amor? Déjame ayudarte a levantarte, que te llevaré a nuestra casita muy despacito, aunque me cueste hacerlo todo el día”.



Elisa sonrió de verdad esta vez, pero no hizo nada para apoyarse en Octavio. Elisa recostaba la cabeza en uno de sus brazos, y alcanzó a llenar de brillo sus ojitos verdes al decirle: “Amor, mi dulce amor… ¿recuerdas esto, Octavio?”. El viejo asintió, sorprendido. “Claro que lo recuerdo Elisa… bailábamos a escondidas, tarareando nosotros mismos sobre el jardín del parque… Resbalaste, y caímos así al pasto. Tú, hermosísima con tu cabecita sobre mi brazo, y yo…”.



“… y tu me besaste por primera vez, y una segunda, y una tercera que duró una eternidad… ¿verdad viejito que ese beso nunca terminó? ¡Éramos tan jóvenes, tú tan guapo y fuerte! Jamás he perdido la sensación de mis labios de ese beso. Octavio…, bésame otra vez, ¿puedes hacerlo, viejito de mi vida?”.



Octavio acercó sus labios a los de Elisa con esfuerzo y cansancio, y no pudo reprimir la emoción que transmitían sus manos ahora tibias como entonces, que le acariciaban el poco cabello y el cuello arrugado. Octavio se incorporó, y soltó el llanto. Elisa, con los ojos cerrados aún, empezó a hablar.



“¡Cuántos recuerdos, cuántos hijos y nietos que ya no están, cuántas noches y días de amor y pasión que nos hicieron felices, aún en la pobreza y en la enfermedad, como nos lo mandó el Señor! ¿Sembramos algo importante, viejito? ¿Te hice feliz, mi vida? ¿Hay una respuesta a las preguntas sobre el por qué morir ahora, y para qué todo lo pasado?”.



Octavio respondió: “No hablemos de eso, dulce Elisa, mi viejita dorada. Olvidemos la enfermedad y la muerte, que son cosas que no podremos entender aquí en la Tierra, y sólo Dios nos lo dirá en el cielo…”.



“Te equivocas, dulce amor, aunque es verdad que la respuesta la tiene Dios en el cielo. Mira, haz otro esfuerzo por mí, ya que has venido hasta aquí para buscarme. Échate conmigo, y mira al cielo.”



Ochenta y tres años a cuestas, una artrosis galopante en los dedos, y un cáncer terminal pesaban duramente sobre los músculos y huesos de Octavio. Pero los ojos maravillosos de su mujer se abrieron otra vez, esta vez con más vida y lozanía, y no pudo negarse al amor. Octavio arrastró su cuerpo al lado de su mujer, y sin retirar su brazo adolorido debajo de la cabecita blanca de Elisa, miró al cielo.



“Octavio, mira qué maravilloso brillan esas nubes en la mañana contra el celeste del cielo. ¿Ves a las gaviotas cómo se detienen sobre nosotros, apoyadas por el fuerte viento que viene del mar? Esos fuimos nosotros, jóvenes y fuertes, usando nuestras habilidades para domesticar a la vida según nuestras visiones, según nuestras pasiones, según nuestras creencias de entonces. Podíamos emprender y construir muchas cosas juntos con la fuerza del cuerpo y del espíritu, y así nació nuestro hogar, y los hijos maravillosos que tuvimos. Igualmente, esas gaviotas que ves allí cerquita, seguras, prefieren luchar contra el viento que volar más alto.”



“Pero Octavio, – Elisa estiró el brazo libre hacia el cielo - ¿llegas a ver esas aves como puntos pequeñitos y luminosos que emigran atravesando las nubes más lejanas? ¿Las ves, mi amor?”.



Octavio hizo un esfuerzo mayúsculo, pues sus lentes ya no le ayudaban mucho a mejorar la visión. Sin embargo, vio las aves de Elisa, esas que ella escogió mostrarle, y que a partir de ahora serían sólo de ella.



“Esas aves lejanas somos también nosotros hoy, lejanas, casi invisibles, en vuelos solitarios hacia destinos que sólo ellas podrán entender. Mientras, nuestros hijos con sus familias siguen volando con fuerza usando el viento en contra, con firmeza física y convicciones, pero sin comprender lo que hoy comprendo, mi amor…”.



“¿Qué es eso que comprendes hoy, Elisa?”, preguntó Octavio cautivado por las comparaciones maravillosas que su amada compañera de vida realizaba de espaldas a la arena.



“Comprendo que no somos más que simples y bellas aves en el cielo, que escriben sus historias con sólo pasar ante los ojos de los demás, y desaparecen finalmente con su propia verdad de vida que será considerada y evaluada por Dios; verdad que nunca será igual al de las demás personas. Lo maravilloso de esto, Octavio, es que nosotros decidimos hacerlo juntos como esposos, y no solos como tanta gente que se pierde volando entre esas nubes altísimas con un secreto de vida no compartido, y eso imagino debe ser algo muy triste.”



“Elisa… ¿qué fue lo que te hizo levantar de madrugada sin avisarme? ¿Necesitabas dejar el hogar, caminar por esta inmensa playa, exponerte a una neumonía para hacer éstas profundas reflexiones?”



“Mi amor, mi viejito lindo de toda una vida… te pido perdón por las angustias que te he causado, y los esfuerzos que te obligué a realizar para encontrarme. Un golpeteo repetido en la ventana de nuestra habitación me llamó la atención. Me levanté, y al correr la cortina, me sorprendí al ver una bellísima ave parada en el dintel, mirándome. Me puse de inmediato el vestido gris, te juro que sólo para salir a ver por qué el ave estaba allí. Una vez que lo hice, el ave esperó hasta que yo estuviera más cerca y echó a volar… conmigo a cuestas…”.



Octavio se estremeció al escuchar los delirios de su esposa, y se llenó de tristeza nuevamente al sentir que el mal de Alzheimer que le aquejaba avanzaba inmisericorde en ella, sin remedio. “Elisa, mi amor… ya te escuché, ahora sí, apoyémonos juntos para regresar a nuestro hogar.”



“Mi amor, ya estamos en nuestro hogar”. Octavio iba a replicar, pero una extraña sensación de frescura invadió todo su cuerpo.



“Elisa, ¿qué está pasando?”. Las arenas de la playa se iban levantando en cortinas que los rodeaban y simulaban blancos tules vaporosos, frescos, y fragantes, con olor a brisa marina. Octavio fue dejando su dolor físico, y la gran pesadez corporal pareció desvanecerse de un momento a otro.



¿Y Elisa? ¿Dónde estaba? Sentía su presencia, pero no podía verla con ojos físicos, no alcanzaba a ver su forma ni sentir su olor. Pero ella estaba allí, a su lado, pues le habló sin palabras con la misma suavidad de toda su amante existencia: “Déjate llevar, mi amor. Ahora realmente y por primera vez, estamos vivos y listos para seguir nuestra vida feliz en Dios.”



Octavio ya no era Octavio, y Elisa ya no era Elisa. Un torrente de frescura los envolvió a ambos, un tornado vaporoso ascendió desde el arenal… y en el cielo alto, muy alto, dos aves doradas volando muy juntas se unieron a la migración con destinos indescriptibles y maravillosos, perdiéndose en el sol.



FIN

lunes, 15 de diciembre de 2008

Sin más palabras...


Método Rápido y Práctico para
ACHICAR la SOBERBIA


(Extraído de “Historias que despiertan el Alma II” - Colección de Bolsillo Nueva Acrópolis)


La Soberbia es una forma particular de la discapacidad, que suele afectar a gobernantes, directivos, funcionarios, etc., pero también a porteros, choferes de colectivo, empleados y a casi todos aquellos infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder. He aquí algunos consejos para no caer en la tentación.

Diríjase usted a una zona rural, elija el campo que más le guste, relájese y espere a que anochezca. Cruce entonces el alambrado con cuidado de no perder ninguno de los atributos del poder, y camine hasta que sienta que está en medio de la soledad más absoluta. Una vez allí levante la cabeza hacia el cielo y mire las estrellas.

En ese instante usted, visto desde el espacio, debe ser algo así como un microorganismo instalado sobre una pelota de fútbol. Piense entonces que está parado sobre un minúsculo planeta que gira alrededor del sol, y que él es nada más que una estrella pequeña entre millones de estrellas que usted está viendo y que forma nuestra galaxia. Recuerde además que nuestra galaxia es una de millones de galaxias que desde hace millones de años giran a través del espacio. Una vez que haya hecho esto, coloque los brazos en jarra sobre la cintura en actitud desafiante, o adopte cualquier otra postura que le parezca lo suficientemente cabal como para expresar el inmenso poder que usted tiene, e hinchando las venas del cuello, grite con toda la voz que sea capaz de juntar en ese momento:


¡YO SÍ SOY VERDADERAMENTE PODEROSO!


Luego espere unos segundos para ver el resultado. Si ve que algunas estrellas se sacuden, no se haga demasiado problema:

Es Dios, que a veces no puede aguantar la risa...



domingo, 14 de diciembre de 2008

MÁS HALLAZGOS LITERARIOS...

Sigo desempolvando mails pasados, este no sé en qué año reenviado (ya me enteré que Mafalda nació en 1964, puede ser entonces del 2004), ni por quién recibido en su oportunidad.


¿Será Quino el autor, o un apasionado seguidor de su emblemática creación artística? No lo sé, y como siempre, lo publicaré pidiendo el permiso "a quien corresponda" en homenaje a su inspiración.


Entremos brevemente al mundo contemporáneo de Mafalda...

CARTA DE MIGUELITO A MAFALDA
(… por sus cuarenta años de vida)



Querida Mafalda:


En este día tan especial me acordé de tu cumpleaños...
¡Como pasa el tiempo!
Nacimos en el corazón de un país que soñaba.
¡Cuántas utopías!
¡Cuántos deseos de crecer, de mejorar las cosas!
Nos tocó convivir con un tiempo de hombres creativos:

Luther King, Ché Guevara, Juan XXIII, John Kennedy;
nos trasmitieron el sentido de la justicia, el valor de los sentimientos, la maravillosa aventura de pensar con la propia cabeza...


Ayer me preguntaba por nuestra amiga Libertad, aquella pequeñita que un día encontraste en una playa, no me acuerdo si era Santa Teresita o Mar del Tuyú, me acuerdo todavía cuando la presentaste a tus padres...
Era vivaracha y quemadita por el sol de febrero.
¿Dónde vive Libertad?
¿Es verdad que la mataron durante la dictadura?
Dicen que la torturaron y su cuerpo desapareció en el Río de la Plata.... Me cuesta pensar que se murieron sus sueños.
¿Y si vive?
¿Estará filosofando sobre la fragilidad de las cosas y el sentido de la
vida?


¿Que fue de Susanita?
¿Se casó?
¿Pudo realizar su vocación de ser madre?
La imagino viviendo en alguna ciudad de provincia, paseando del brazo del marido (un hombre bajo y calvo) en una tarde de verano, contenta con sus hijos y cuidando el primer nieto, realizada como tantas comunes mujeres...


Supe de Manolito, que perdió sus ahorros durante el corralito y no soportó tanta crisis. Los últimos días lo vieron cabizbajo, murmurando palabras incoherentes, abandonado como un mendigo en una estación de trenes, triste y abatido como tantos...


Sé que Felipe vive en La Habana, que probó con el cine, que tiene un taxi y que habla a los turistas de Fidel y de la revolución con el mismo entusiasmo de cuando vivía en Buenos Aires...


A Guille, tu hermano, lo escuché tocar, hace poco, en la Scala de Milano. Vive en Ginebra, nunca se arrepiente de haber emigrado en los últimos años de Alfonsín, me contó que es feliz con su nueva pareja...


Y vos, querida amiga, ¿como estás?
Hace tanto tiempo que no tengo noticias tuyas.
Sé, por otros, que seguís escuchando la radio, que leés los diarios del
mundo, que te duele el Irak como te dolía Vietnam, sé que trabajas para la FAO por los pueblos del hambre, que estás indignada por la prepotencia de Bush.


Me llegó tu pedido para juntar medicinas para los Médicos sin Fronteras, sé que siguen las reuniones en tu casa de París, que estás confundida, inquieta y preocupada por el futuro del mundo...


En fin, Mafalda, sé lo suficiente como para saber que seguís viva, viva en el alma, niña como siempre...


De parte mía sigo escribiendo siempre, renegando porque me falta tiempo; creyendo, como siempre, en el valor de la sinceridad, perdiendo oportunidades por manifestar mis ideas. Algunos días estoy triste y deprimido, pero puede siempre más la alegría que la tristeza... El mundo no mejoró mucho desde la época en que vivíamos juntos en nuestra patria. A veces, cuando miro el globo terráqueo, encuentro tu mirada, pienso en todos aquellos que lo miran como vos, en los ojos de los que protestan, de los que no se conforman, y de los que viven en la atmósfera del optimismo y de la justicia…


Esos ojos, junto a los míos, te desean un buen día, querida amiga, por otros cuarenta años tan intensos y jóvenes como los que has vivido.


Un beso grande de tu amigo que te quiere como siempre.



Miguelito.

sábado, 13 de diciembre de 2008

SORPRESAS EN LA PC DE MI HERMANA...

Un fragmento de "La fuerza de Sheccid", de Carlos Cuauhtémoc S.
Comentarios y atrevidas inclusiones de Danilo Gutiérrez Baella (Años 2004 y 2008)
Gracias a mi hermana Vicky al pasear por sus archivos, me reencontré con un texto que remití a mi familia por mail hace varios años.
Se trata de un interesante fragmento del libro "La fuerza de Sheccid" del escritor mexicano Carlos Cuauhtémoc que vinculé rápidamente con mis variadas experiencias laborales, transcribiendolo con aportes más personales no autorizados por el autor, pero presumiendo que no tendrá problema en hacerlo cuando algún día este blog sea tan popular y visitado que ya no sea una novedad contar con las opiniones de un Gabo, Eco, o quizás una Rowling (aunque sea sólo en sueños...) .
Bromas aparte, agradezco que en esos años mi hermano Alfredo (otra vez en mi blog, sorry Alfre...) me prestara el libro y pudiera disfrutarlo tanto como para seguirlo retomando en mis escritos de hoy.
La pregunta será... ¿cuántos líderes (de esos que son de verdad...) prodigan demasiada confianza a sujetos que los rodean, y que no valen nada?
Sigan ustedes. Un abrazo.

EL LÍDER TRIUNFADOR y sus ayudantes déspotas
(Fragmento de "La fuerza de Sheccid", de Carlos Cuauhtémoc S.)


El verdadero hombre de éxito es humilde. Celebra el triunfo de otros, los felicita, los elogia y se alegra sinceramente de la prosperidad ajena, porque él mismo es próspero. Sabe que el sol sale para todos. Es tenaz, preparado, habla fuerte, se da su lugar, pero da el suyo a los demás y los escucha. Siente que en cada ser humano, sin importar su edad, raza o religión, hay algo digno de admiración. No conoce la envidia, pues su filosofía le lleva a pensar que Dios regala “paquetes” y no atributos individuales.


Por ejemplo: puede detectar que su vecino posea 3 cosas mejores que él, pero no las codicia porque sabe que si se le dieran las tres ventajas del vecino, estaría obligado a cargar también con sus 3 desventajas. Para un triunfador es absurdo e incoherente decir “Dios mío, ¿por qué no me diste otra esposa u otra situación económica y social?” Sabe que lo que a él se le dio no es una pareja o una posición, sino un “paquete” en el que se incluye compañera, hijos, trabajo, cerebro, salud, dones espirituales, aspecto físico, profesión, habilidades, amistades, etc.; que cada ser humano cuenta con el “paquete” que justamente necesita, que cada “paquete” tiene una excelente combinación (carencias que equilibran las virtudes, y virtudes que compensan las carencias) y que todas las personas SON TRIUNFADORES EN POTENCIA si usan adecuadamente el “paquete” que se les dio.

La posición del líder triunfador presenta, sin embargo, un problema SIEMPRE LATENTE:

· Atrae a los fracasados como la miel a las moscas

· Se acercan a él muchas personas envidiosas que desean a toda costa COSECHAR DONDE NO HAN SEMBRADO

· Los fracasados cercanos al líder triunfador se convierten en SUBJEFES DÉSPOTAS (Hijos holgazanes del papá rico, representantes de artistas deslumbrados por la fama, “gerentes” intermedios, servidores públicos, funcionarios de gobierno, “asesores” de importantes personalidades…)

· Tienen con mucha frecuencia el complejo de “mira lo grande que soy”

· Se auto felicitan y aclaman por los triunfos que, en realidad, son de su jefe

· Tratan con desprecio a la gente

· No asumen ninguna responsabilidad, aunque divulguen tener autoridad sobre todos los demás. Desmienten por ello sin ningún cargo de conciencia lo que afirmaron y exigieron alguna vez, aunque otra gente quede injustamente castigada por esto.

· La pulga que viaja sobre el Perro, cree QUE ES ELLA QUIEN CAMINA RÁPIDO

· Ni el propio líder, que es casi siempre una persona muy ocupada, trata con prepotencia a los demás; pero su subordinado SÍ LO HACE. Es un “Tirano con fusil”. Amenaza a todos mostrando el “arma” que se le brindó con sinceridad: la CONFIANZA, o simplemente su cargo o credencial. Fanfarronea, bloquea el trabajo, roba e impone condiciones de dinero

· La pulga, por sí misma, nunca logrará tener poder, pero en cuando la colocan sobre el Perro, ostenta su posición y se burla de las demás pulgas que están en el piso

El líder triunfador debe cuidarse de este tipo de parásitos. Del mismo modo, la gente que sufre vejaciones, abusos y desprecios de subjefes déspotas siempre debe protestar, pues en ocasiones el líder ES EL ÚLTIMO EN ENTERARSE DEL ABUSO DE SUS COLABORADORES.
(Fragmento adaptado del Libro “La Fuerza de Sheccid” de Carlos Cuauhtémoc S.)

miércoles, 10 de diciembre de 2008

VUELOS DEL SUR...

UNA CRÓNICA DESDE EL CIELO

Un cuento de Danilo Gutiérrez Baella, año 2008


Los dos jóvenes llegaron más temprano que yo. Las arenas recién templando por el espléndido sol, los enormes ficus haciendo de mudo público alrededor. Eran las 7 de la mañana y todo estaba listo; los dos jóvenes y yo, al lado de la canastilla de mimbre y gruesos tubos de oscuro acero. El globo estaba cual deforme y estirada masa multicolor sobre el árido terreno recibiendo todo el calor de las enormes llamaradas que brotaron generosamente de dos quemadores surtidos con gas.





Uno de los jóvenes enderezó la canastilla con rapidez, el globo se irguió sobre ella, y los tres tripulantes subimos de inmediato. Nuestra aventura sin precedentes sobre el desierto iqueño había empezado.





No terminaba de admirar el interior del globo sobre nuestras cabezas, con colores azul eléctrico y blanco inflado contra el cielo brillante, sin nubes, cuando se me ocurrió mirar hacia abajo; en absoluto silencio nos habíamos elevado 15 metros (no hubo tiempo para el vértigo…) y nos trasladábamos rápidamente entre enormes dunas hacia el distrito de Guadalupe, destino final fijado para la inusual excursión. Una duna no quiso darnos el pase, y topamos contra su blanda cima arrastrando el ascenso. Susto divertido, y seguimos adelante.





Los jóvenes capitanes a cargo revisaban el mapa y contactaban con nuestro vigía a través de una radio portátil. A lo lejos, en el trazo gris de la Panamericana Sur, se veía la camioneta roja desde donde se monitoreaba nuestro camino, dándonos referencias aproximadas de altura y posición visual.





Yo sabía que volábamos sobre la humilde comunidad de Comatrana, pueblo joven nacido en las arenas vecinas al Balneario de Huacachina. Vivía en ese entonces a orillas del legendario oasis, y recibí la invitación para integrar el equipo de tres en esta primera aventura aérea sobre la ciudad de Ica. Para mí, que siempre busqué las emociones fuertes propias del deporte extremo, no me fue difícil el aceptar.





El globo se detuvo por primera vez. No había viento, sólo el sol elevando la temperatura sobre nuestras cabezas. Las casitas de Comatrana estaban a no más de 150 metros por debajo de nosotros, y una decena de niños nos gritaba desde el arenal sabe Dios qué cosas. Un perro que corría y saltaba junto a ellos ladraba alocadamente, y una pelota de fútbol subía y bajaba en forma repetida queriendo tocar sin éxito nuestra canastilla. Mientras tanto Jonás, uno de los capitanes, revisaba su mapa de ubicación e intercambiaba información valiosa a través de las comunicaciones radiales con piloto monitor de la carretera. Bruno verificaba el nivel de gas en un marcador del pequeño tablero de mandos, calculaba su duración, e inyectaba lenguas de fuego de 3 metros para mantener nuestra altura.





- Tenemos suficiente para dos horas de viaje… – Bruno masculló para él, pero el impactante silencio en la inmensidad del cielo nos permitía oír nuestro más pequeño aliento.





Al fin sopló el viento, y el globo nos llevó sobre las dunas vecinas. Nos conmocionamos por unos disparos de rifle o pistola provenientes del pequeño caserío. Nos miramos, y pregunté: “¿Nos disparan? ¡Sopla viento, sopla!”.





Sobrevolamos el Hotel Las Dunas por uno de sus flancos, y las comunicaciones radiales se cruzaron con las del personal de seguridad del establecimiento. Envié saludos al gerente, y proseguimos el viaje.





Pronto nos dimos cuenta que no todo andaba bien. Nos internábamos cada vez más en el desierto alejándonos notoriamente de las zonas urbanas y marginales, y eso no estaba en los planes de Jonás y Bruno. Un artefacto aerostático simple y poco implementado como el nuestro no suele llevar ningún alerón direccional o hélice que permita elegir su recorrido; sólo puede regular el ascenso o descenso de acuerdo a las necesidades de vuelo, pero se encuentra a la deriva a donde el viento quiera llevarla.





- ¡Uffff! No tendremos suficiente gas si seguimos en esta dirección. Si descendemos aquí, sobre el desierto, nuestra camioneta no podrá ingresar a rescatarnos… ¿Dónde estamos? - preguntó Bruno a Jonás. Los tres nos abocamos a ubicar nuestra posición en el mapa, abriéndolo sobre un soporte plano al lado del tablero de control.





- ¿Este cerro es Cerro Prieto, verdad? - dije poniendo el dedo índice en un punto del mapa.







-¡SONAMOS! – gritó Bruno al señalarle con mi brazo izquierdo la ubicación física de Cerro Prieto. -¡No podemos descender aquí, en pleno desierto. Tenemos que ir hacia allá… ¡Hacia Guadalupe! ¡Caminamos hacia el mar…!





El mar… eso era volar con destino a la playa de Carhuas, cincuenta kilómetros sobre el interminable y desolado arenal, y comprendí que no tendríamos suficiente gas para abastecernos por cuatro horas. De hecho, ya habíamos volado por una hora y algo más, y la situación se tornaba angustiante.





Mientras debatían qué hacer y se comunicaban con la ya invisible camioneta roja, me percaté que el globo estaba nuevamente paralizado, y la sombra del globo parecía pintada en nítido color negro sobre la llanura desértica, trescientos metros debajo de nuestros pies.




Algo más llamó mi atención; una pantalla alargada ubicada sobre el tablero de control, modificaba números a una enorme velocidad. Jonás cruzó instintivamente su vista con la mía, y la trasladó a la pantalla de control. Luego abrió sus ojos, los mismos que parecían saltarían de sus cuencas…




-¡CAEMOS! - gritó, y Bruno inyectó lenguas de fuego repetidas veces al interior del globo. Yo, mudo, miraba el espacio hacia abajo; la topografía desértica crecía y crecía hacia nosotros, y el fuego inyectado parecía no tener ningún resultado. Efectivamente, caíamos.




Cuando las cimas de las dunas empezaron a alcanzarnos, los dos jóvenes resignados se limitaron a mirarme. Jonás y Bruno, mudos ambos, se treparon y sentaron en los bordes gruesos de la canastilla aferrando sus brazos a los tubos de la armadura metálica. No me quedó otra cosa que imitarles, sin mirar atrás. Sabía que estaba dando de espaldas al vacío.




Corrían interminables segundos en silencio. Bastaba ver los rostros desencajados de los dos jóvenes para darse cuenta que era la primera vez que enfrentarían una situación así.




Llegó el momento, y el impacto. La canastilla crujió, y no pude cerrar los ojos. La base circular del globo literalmente nos “entubó”, y por dos segundos estuvimos dentro de él con la canastilla, tripulantes, todo…




Mientras torcíamos nuestras cabezas para ver la enorme cúpula de lona que nos encerraba, el tubo del globo nos liberó otra vez y el globo se elevó tan rápido que ahogó una exclamación de los tres. ¡Nos disparamos hacia el cielo azul tan rápidamente como habíamos caído! La inyección de calor recién surtía efecto, y reiniciamos el viaje lleno de emociones, saturados todos por la adrenalina.




Poco después entendimos lo ocurrido. El calor externo fue más intenso que el capturado dentro del globo, perdiendo repentinamente el efecto físico que nos permitía elevarnos. Al caer inyectamos más calor, pero la gravedad pudo más que la rápida reacción de Bruno, absorbiéndonos hacia el arenal.




Ahora en el aire (detenidos nuevamente…) nos preguntamos qué hacer para volver a la ruta trazada, y resolver el sombrío panorama de fracaso y peligro que se presentaba ante nosotros. Ya había transcurrido una hora y media desde nuestra partida cercana al oasis de Huacachina, teníamos gas para otro tanto de tiempo. La carretera estaba fuera del alcance de nuestra vista, y aunque el chofer nos confirmó seguir viendo el globo a la distancia, sólo nos podía aconsejar que de alguna forma llegáramos hasta el nacimiento del sembrío más cercano. Sólo así podría acceder a terreno firme con la camioneta y ayudarnos. Pero con el escaso viento sólo caminábamos desierto adentro.




Algo llamó nuestra atención. Los chicos de la barriada de Comatrana, juntos al perro y la pelota, nos habían seguido sin descanso a través del desierto. Al verlos parecían pequeños puntos bulliciosos, y no dejamos de admirar su tenacidad y conocimiento del desierto. Perderse en un arenal resulta ser peor que perderse en una selva; las personas mueren rápidamente, desorientados y totalmente deshidratados.




Bruno tuvo una feliz idea. Consultó con nosotros, y descendió de ciento veinte a veinticinco metros sobre las cabecitas calientes y sudorosas de los niños.




– ¡Oigan Chicooooss…! ¡Sí, USTEDEEESSS!




Los niños no podían creer que les estuviéramos hablando desde arriba, y el perro empezó a ladrar frenéticamente.




- ¿Me escuchaaann? – Bruno volvió a gritar.




Uno de los chicos se animó a contestar.




-¡SIII…! ¡QUÉ QUIEREEE! – y siguieron risotadas nerviosas y más ladridos. Entonces intervino Jonás proponiendo soltarles una soga y que nos lleven jalando hasta la chacra de hortalizas que parecía más cercana.




Hubo un silencio, y movimientos nerviosos entre ellos. Notamos que hablaban en voz baja, como creyendo que llegaríamos a oírlos. Seguramente decían algo como “… estos locos de allá arriba quieren que los jalemos como al perro a la chacra… ¿será una broma?”.




Nuestro interlocutor volvió a la carga.




-¡EN SEEERIOOO! ¡Necesitamos que nos jalen a la chacra que está allá, no podemos bajar aquí! ¡POR FAVOOOORRR! – ahora gritó con desesperación, temiendo que el globo empezara a desplazarse otra vez con el mínimo viento.




-¡YAAAA! ¡TIRA LA SOGA NOMÁS!




Con gran algarabía, dejamos caer 25 metros de soga. Una vez que uno de los niños la tomó empezaron a disputarse y jalonearse la soga, lo que hizo que nos sintiéramos frágiles, dependientes, vulnerables… ¡y muy asustados!




– NO JUEEEEGUEENN, ¿YAAA? – fue la última y temblorosa intervención de Bruno.




Así reinició la más extraña travesía animada por las voces de los niños cruzando el desierto, sosteniendo con una soga “su” enorme globo de gas con tres ocupantes a bordo, caminando y saltando al lado de un perro totalmente desconcertado mientras pateaban distraídamente una vieja pelota de fútbol, calcinada por los ardores del arenal.




Finalmente sobrevolamos el sembrío más cercano. La camioneta roja ingresó 50 metros hasta el lugar donde descendió nuestra nave. Al saltar de la canastilla y tocar tierra, una extraña sensación de cierto vacío y seguridad invadió mi cuerpo. Al dar mis primeros pasos, tropecé con un montículo y caí sentado sobre un arbusto seco lleno de espinas.




“Bienvenido a tierra firme…”, pensé con vergüenza y dolor.




¡Qué irónico! Siempre creí que un vuelo cautivo era aquel que se realiza en entrenamientos, sujeto el prototipo a una base con simulaciones de vientos y otros que preparen al piloto en situaciones diversas.




Pues no. Esa mañana aprendí que un vuelo cautivo podía también ser aquel desarrollado sobre una verde parcela de Ica a 25 metros de altura a bordo de un globo aerostático multicolor atado a un árbol, con siete niños humildes boquiabiertos mirando hacia abajo a su perro y a su vieja pelota, cumpliendo felices el imposible sueño de volar.







FIN

sábado, 29 de noviembre de 2008

PARA ANTES DE DORMIR...



UNA HISTORIA A LOS CUARENTA

Un cuento de Danilo Gutiérrez Baella (Año 2007)

Los cuarenta años eran recibidos con menos cabellos, menos dientes, una indeseable barriga, y mucho ego por disolver. Al cumplirlos, eran tiempos de cambio para mí. De esos tiempos que remueven todos los cimientos de tus visiones. De esas visiones que se ven entre sorpresas, golpes bajos y súbitas alegrías. A los cuarenta años, te preocupas por aprender a reconocer la voluntad divina más que tus propios proyectos y determinaciones de vida.



También es el tiempo en que cada vez y con más frecuencia te detienes a revisar los obituarios. Y es que de cada diez publicaciones en los diarios principales de la gran ciudad, suele aparecer alguno con el nombre de alguien que conociste o que tuvo que ver con tu trabajo, o del que oíste alguna vez y que nunca te conoció. Y es que a los cuarenta años, la muerte deja de ser un proceso extraño y ajeno.



A esta edad ya han fallecido mis cuatro abuelos, siete tíos, un primo, nueve amigos de barrio y de colegio, seis ex compañeros de mi primer trabajo, muchos conocidos y otros menos conocidos. De ser tan distante a la muerte, te conviertes en vecino de ella, y puede que hasta en amigo. Comprendes que no necesitas correr grandes riesgos, ni sufrir terribles enfermedades o accidentes para conocerla. Bastará con sólo abrir los ojos, y la muerte te saludará con el aire que respiras, con la misma naturalidad y alegría con la que cantan las aves, brillan el sol, la luna y las estrellas; y, a veces, con la misma sed con la que te tomas un trago.



Saber si seguirás “vivo” o no después de dejar el mundo físico, empieza a ser un tema de reflexión a partir de los cuarenta años, mezclado con los pensamientos más banales. Los proyectos familiares, los asuntos de negocios, las deudas, los éxitos, el stress producidos por todos estos procesos… ¿te acompañarán al pasar el umbral que separa lo físico del mundo inmaterial? O a lo mejor el último suspiro… ¿eliminará al “alma” como un vapor efímero y violento? ¿Borrará sin más y para siempre a esa esencia maravillosa que te hizo actuar como una marioneta de nadie durante una temporada terrena?



Y así se inicia esta historia; una historia a los cuarenta años… sin haber deseado estar en ese hotel.


…………………………………………….


Ingresé a una tediosa y fortísima capacitación, necesaria para poder aplicar como vendedor de seguros. Odiaba dejar mis ilusiones de desarrollo profesional en turismo, y convertirlas en reciente pasado. Me obligué enfurecido a enfocar mis objetivos únicamente en la búsqueda de dinero para pagar todas mis deudas.



Y así fui parte de ese hotel por quince días, compartiendo vida con cuarenta fulanos y fulanas desconocidos de todo el país que buscaban lo mismo que yo: “hacer dinero”. La gran mayoría de ellos eran menores que yo, y eso me daba una extraña sensación de desventaja, aunque nunca me permití expresarlo en ninguna forma.



Era un hotel de cuatro estrellas en pleno centro de Miraflores. Sobrio, elegante, de buena arquitectura mixta entre lo arabesco, egipcio e hindú. Como buen representante de la modernidad, destacaba por su acogedora y discreta iluminación. Dos musculosos porteros de raza negra estaban permanentemente en la puerta, vestidos con saco y pantalón rojos, botones y charreteras dorados, brillantes zapatos negros y kepí marinero.



Noche tras noche, la cena se convertía en el encuentro entre todos los ambiciosos colegas de estudio. La primera vez, nos presentamos uno a uno al ocupar nuestro lugar en la mesa.



Yo llevaba como acompañante no invitado a un terrible dolor de muela. Ello motivó que no aceptara seguir a mis ocasionales amigos a la piscina del octavo piso para celebrar nuestra primera reunión de confraternidad. Argumenté que empezaríamos el entrenamiento muy temprano. A pesar del calor estival, yo sólo buscaba sumergirme en la cama, no en la piscina, dormir y olvidar que estaba ahí.



Horas más tarde, alrededor de la una de la mañana, risas lejanas de hombres y mujeres me quitaron el sueño.



¡Caramba! Estos chiquillos no se levantarán mañana - pensé. Recordé mi escaso entusiasmo por la nueva aventura laboral que emprendía. También recordé mi dolor de muela. Prendí el cable para distraer mi creciente fastidio, y me aburrí haciendo zapping por más de ochenta canales multinacionales.



Luego de un rato, más acostumbrado a los ecos de chicos y chicas en juerga distante, presioné el botón “Power” del control remoto, y sucumbí dominado por el sueño.



Durante el desayuno expresé mi criterio sobre lo ocurrido a Renzo, otro postulante como yo proveniente de Arequipa. Renzo se mostró preocupado, quizás molesto por mi primer comentario matutino.



- Sí, nos reunimos a tomar unos tragos junto a la piscinita, pero no hasta tan tarde - dijo Renzo, agregando - Oye, no vayas a estar comentando esas cosas. Van a creer que hemos venido en plan de juerga. Puedes ocasionarnos problemas.



Entonces comprendí que al desistir pasar el rato con ellos, dejó de ser mi asunto. Raro no haber comprendido también cuán extraño fue haber escuchado con nitidez esas voces provenientes del octavo piso del hotel, estando lejos de ellos en una linda y acústica habitación cerrada del segundo nivel.



Y corrieron así los días y las noches, calurosas y odiosas. Yo no quería estar allí, en esa rutina mercantilista y aburrida. Esperé con ansias el primer fin de semana. Las calles del distrito de Barranco fueron testigos de los momentos de sana algarabía que vivimos por pocas horas con nuestro grupo multi provincial. Regresamos al hotel a las seis de la mañana, cansados, sudados, felices de tirar a la basura todo el stress del entrenamiento comercial.



Una nueva semana de mucha tensión, exámenes constantes, exposiciones, y prácticas odiosas en las calles calientes y húmedas por el intenso verano. Nuestros cuellos de camisa encorbatados se bañaban con el inevitable sudor. En ello llevaban ventajas las damas, pues podían combinar sus faldas y blusas de verano con pequeños saquitos ligeros que poco acentuaban el calor.



La competencia era fuerte, y cada vez que retornábamos del coffee break o de las prácticas comerciales en las calles, nos sorprendía la ausencia de algún compañero. La señalética con el nombre del alumno ausente era retirada con prudencia antes de ingresar a cada clase. Pero igual lo notábamos. Uno más que no superaba las evaluaciones parciales con notas mínimas, y que era retirado con total discreción.



Desde las primeras sesiones, yo esperaba ser uno de esos “desaparecidos”; pero nada… Seguía progresando en mi capacitación, aún contra mi voluntad.



Era viernes, penúltimo día de martirios, y los capacitadores anunciaron una última evaluación. La psicosis de la expulsión era contagiante y perturbadora antes de graduarnos. A esas alturas del esfuerzo, me hubiera sentido peor si me retiraban en el último día. Tenía que salvar mi honor de cuarentón pujante y decidido a vencer las inercias propias de esa edad.



Mis compañeros y yo decidimos encontrarnos por la noche para estudiar en el octavo piso del hotel. Junto a la piscina se encontraba ubicada una pequeña sala de conferencias, lugar idóneo para nuestra concentración.



Llegué antes que todos, puntual y decidido a ganar. El calor a esas horas de la noche se mantenía, así que subí con ropa veraniega. Desde esa altura, en la soledad, empecé a disfrutar del panorama nocturno que ofrecía una Miraflores iluminada, moderna, impersonal. Sin embargo, mi mente me llevaba a los recuerdos lejanos de muchacho de barrio, entre aventuras juveniles y antiguas brumas costeras.



Ante la demora de mis compañeros empecé a cantar, interrumpido de vez en cuándo por el sonido de las poleas del ascensor Otis, todas instaladas en pequeños cubículos cerrados en ese piso. Cada vez que esto ocurría, introducía mi cabeza por el enorme tragaluz ovalado, lleno de vitrales, que coronaba los ocho pisos del hotel. Desde ese punto privilegiado, uno podía distinguir casi todo, desde el lobby hasta el penúltimo nivel. Era como asomarse a un enorme pozo iluminado y lleno de color, repleto de pequeños duendes uniformados en movimiento al compás de la música instrumental.



Sonaban otra vez las poleas del ascensor. Buscaba con la mirada a mis compañeros. No se veía movimiento de puerta alguna, ni a ellos entrando o saliendo en ningún nivel.



Estaba totalmente distraído en mi propio mundo de calor con brisa tibia veraniega, música, luces nocturnas y recuerdos. No me molestaba la espera. El sonido de poleas se repitió una, dos, tres, y otras tantas veces. Cada vez que sonaban, interrumpía mi tarareo musical, y me asomaba por el tragaluz.



Y así pasaba el tiempo.


Llegaron por fin dos de mis jóvenes colegas, y luego otros, y otros más. Llenamos el espacio con voces, bromas, pero también con mucha tensión contenida por esas dos semanas de angustia y presión. Y empezamos a estudiar en el auditorio muy cansados; pero decididos a terminar con éxito nuestra capacitación.


Al cabo de una hora, el panorama no era motivador para el estudio; más de una colega se rindió ante Morfeo, y yacían esparcidas roncando sobre sillas y cojines del auditorio. Era difícil insistir en seguir, pero debíamos terminar el repaso.


Ho Ming, un colega gordo y trigueño, de origen chino y tan cuarentón como yo, se descompuso de pronto, y dijo:


- Por favor, terminemos esto pronto, y vayamos a la cama. Hay demasiada gente aquí.


Le miramos extrañados y medio resentidos, pues con su comentario parecía que estábamos repentinamente incomodando al chinito.


Pregunté: - Ming, ¿a qué te refieres con demasiada gente?


- ¡Perdón! - dijo Ho Ming, perturbado - No me malinterpreten, no me refiero a ustedes…. Entiendan, mi familia tiene un don, yo lo he heredado… Quiero decir que, aparte de ustedes, siento y veo demasiada gente aquí.


Yo reaccioné de inmediato.


- ¡Ah, ya sé! ¡Tú ves “gente muerta”, como en "Sexto sentido"! ¿Verdad? – lo dije sin ánimo de burlarme, aunque en realidad... lo estaba haciendo.



Ho Ming siguió sin inmutarse.


- Así es. Hay mucho movimiento aquí arriba, y me estoy sintiendo incómodo porque se me pegan. Ellos perciben que los veo, y buscan que yo les preste atención.



Y Ho Ming siguió hablando del tema, mencionando que ese hotel estaba ubicado en zonas de Miraflores donde se había librado una de las más fuertes batallas contra los invasores chilenos, y que esas almas andaban perdidas.



Efectivamente, a fines del siglo diecinueve, la llamada “Guerra del Pacífico” entre Perú y Chile tuvo al actual distrito de Miraflores como uno de los escenarios de batalla más sensibles y representativos. Murieron niños y adolescentes jugando en serio a ser soldados. Jóvenes peruanos que apenas sabían manejar su propio idioma, tuvieron que tomar las armas y enfrentarse con los invasores del sur sin saber exactamente por qué. Y también sin saber por qué, morían destrozados por los cañonazos, atravesados por los sables y cuchillas, y acribillados por las municiones de los fusiles chilenos. Hasta hoy encontramos piezas de artillería, mochilas y cadáveres calcinados al momento de excavar profundamente para sentar las bases de modernos edificios. Tan modernos como el hotel luminoso donde estábamos somnolientos, estudiando para nuestro examen final.



No pude evitar dejar correr mi imaginación al son de las palabras del chino Ho Ming, viendo por segundos una multitud de espectros desorientados atravesando la mesa de trabajo, traspasando con despojos y colgajos de piel entre los huesos transparentes nuestras hojas de cálculo, lapiceros, plumones, y las plantillas informativas de los productos de vida y accidentes. Reconozco que, a pesar de mi escepticismo, un ligero escalofrío escarapeló los escasos cabellos en mi cabeza, y parpadeé tres veces para volver a la realidad.



Ho Ming explicó que lo mismo le sucedía cuando compraba en lugares como el centro del mercado informal limeño Mesa Redonda, donde decía que las almas en pena de tanta gente fallecida en el dantesco incendio ocurrido en un fin de año, se le acercaban y “pegaban” todo el tiempo. Peor en los cementerios y barrios de la vieja Lima.



- Es desagradable que figuras retorcidas y quemadas se te crucen, te miren a los ojos, y “se te peguen” a la espalda adonde vayas, porque después no te quieren soltar.



Mientras el gordo Ming hablaba, peinaba los lacios cabellos negros con sus dedos redondos y amarillentos con cierta exasperación.



- Entorpecen tus acciones, y roban poco a poco tus propias energías, no te dejan progresar.



A estas alturas de la conversación, las chicas estaban con los ojos muy abiertos, y parecían como si les hubieran despertado con agua helada.



- Bueno – dije - entonces hay que terminar de estudiar de una vez, porque entre el sueño y los muertos que nos roban energías, nos jalarán mañana.



Al terminar la sesión de estudios, abandonamos el auditorio y entramos a la agradable oscuridad veraniega. Caminamos juntos con rumbo a la escalera.



Abruptamente, me aparté de las chicas mirando hacia atrás.



-¡Buenas noches! - dije al aire.



-¿A quién le dices eso? - preguntó una de ellas.



- ¿Cómo? ¿No era que estábamos rodeados de demasiada gente? Soy muy educado, por lo menos hay que despedirse, ¿no? - solté una carcajada ante las gesticulaciones molestas de las chicas.



Luego nos separamos, y cada uno se retiró a su habitación a dormir.



Dos y media de la mañana. Unos alaridos femeninos me quitaron el sueño. Era una voz ronca, gruesa, que parecía gemir o reír en estado de ebriedad, de locura, difícil de decir. Muchas otras voces de hombres y mujeres murmuraban al mismo tiempo, como extraño coro que acompañaba los gritos de la mujer.



Por más que intentaba comprender una sola palabra, no pude lograrlo. Era tal el escándalo, que empecé a creer que Patricia (una de nuestras amigas de estudio, grande ella, provinciana y con tremendo vozarrón) estaría peleando con algún compañero o compañera de nuestro grupo. Acostumbraba a hacerlo, pero… ¿A esa hora? ¿Y en dónde? ¿En qué parte del hotel estaría gritando así?



Como no llegaba a comprender el motivo de esos gritos y de los rumores que los acompañaban, decidí llamar a la recepción del hotel. Levanté el auricular, pero desistí de hacerlo en el acto. Al fin de cuentas, eran mis compañeros de estudio y de angustias compartidas, casi fraternos en el esfuerzo. Podía causarles un daño involuntario al denunciar el escándalo.



Por otro lado, ¿cómo era posible que el hotel y su personal nocturno no estuviera haciendo nada para evitar la bulla?



Me levanté para ir yo mismo con la decisión de intervenir, pero también me detuve. Pensé: ¿Y si nuestro gerente comercial que se aloja en la suite interviniera personalmente a mis compañeros? ¿Y si yo termino tontamente involucrado en un escándalo ajeno, sólo por estar ahí parado entre ellos?



Finalmente y con mucho pesar, me quedé tendido en la cama, prendí el cable, y mantuve mi angustia insomne por quince minutos más.


Los gritos de la mujer y las voces de muchedumbre parecieron desvanecerse poco a poco, como quien baja el volumen de una radio gradualmente hasta apagarla.


Unos minutos más, y el sueño hizo su parte. Presioné casi inconsciente el control remoto, y dormí profundamente hasta las siete de la mañana.


Apenas abrí los ojos, tomé el teléfono. Llamé a Renzo, el arequipeño. Él estaba en una habitación cercana a la mía en el segundo nivel, así que tendría que haber sido despertado por el mismo escándalo.


- Buenos días - Renzo respondió el saludo al otro lado de la línea entre bostezos lastimeros. Al preguntarle si había escuchado el escándalo producido por nuestra compañera, Renzo se sorprendió.


- ¿Qué? No sólo no he escuchado nada, sino que me sorprende lo que me dices; anoche estuve estudiando con Chabela y con ella. Nos despedimos como a las once, y se acostaron antes que yo terminara de salir del cuarto. – Agregó Renzo - Parece que sólo tú escuchas estas cosas.


No lo podía creer. ¡Alguien en el hotel tendría que haber escuchado ese escándalo!


Durante el desayuno comentamos con Renzo y demás compañeros lo ocurrido en la madrugada. Patricia y Chabela también se hospedaban en el mismo nivel que nosotros, y ambas juraron haber dormido profundamente. No percibieron ningún ruido, menos un escándalo.


Al mediodía nos graduamos, y nadie recordaba mi extraña experiencia.


Al menos eso creí yo. Luego de almorzar y de trasladarnos al hotel a retirar nuestras cosas, Ho Ming, Renzo, y Carlos, fuimos a relajarnos a un bar tradicional del distrito de Barranco. En una mesita, los cuatro amigos disfrutábamos de un chopp de cerveza helado, burlándonos de las anécdotas y torturantes procesos del entrenamiento.


Mientras conversaba con Carlos, escuché de pronto a Renzo pronunciando mi nombre, por lo que pregunté:


- Socio, ¿Qué problema hay conmigo…?


Renzo respondió: - Estoy hablando de las cosas que has estado escuchando en estas semanas. De lo que te ha pasado anoche.


- ¡Habla! – lo solté como una orden desesperada, reviviendo de pronto mi experiencia - ¿Sabes entonces qué fue? ¿Quién era la mujer que gritaba?


Iba a seguir con las preguntas, pero Renzo hizo un ademán seco con la mano.


- ¡Espera pues, ahora te cuento! – Renzo siguió con su explicación - Resulta que me he hecho amigo de la recepcionista de la tarde, y conversando varias cosas con ella, linda la chica… Bueno, ella me ha contado que los morenos uniformados de la puerta no suben a los otros pisos pasada las ocho de la noche.


- Ya, pero… ¿qué tiene que ver con mi tema? - pregunté inquieto e intolerante.


- Ahora vas a ver, espérate un ratito. - respondió Renzo - Los morenos no suben, te decía, porque a partir de las ocho de la noche comienzan a escuchar los ruidos y las voces – y se rió diciendo - ¡Tremendos morenazos, y se mariconean con la bulla!


Yo estaba perdido en la superficie de la Luna, y aún no entendía la relación entre lo que me había pasado y lo que Renzo no terminaba de explicar. Quería saber quiénes habían sido los protagonistas del escándalo en esa madrugada.


- ¿Y? – le pregunté a Renzo, ahora un tanto alterado - ¡Termina de explicar, pues, que no entiendo!


Renzo alzó la voz, remarcando las palabras: - ¡Te estoy tratando de decir que en ese hotel PE - NANNN…!


Al verme mudo y perplejo, Renzo continuó hablando, sonriente.


- Por ejemplo… los morenos de la puerta escuchan moverse a los ascensores, y observan que nadie sale ni ingresa a ellos.


Algo parecido al agua helada recorrió veloz mi espina dorsal, recordando mi experiencia en la azotea del hotel con los golpes de articulación en el cuarto de poleas para el movimiento de los ascensores sin pasajeros la noche anterior.


- ¿Los ascensores? - pensé. Sin pizca de aire en mis pulmones, balbuceé - Renzo… lo que escuché en la madrugada… ¿Entonces eran…?


Ho Ming me interrumpió preguntándome:


- Compadre… ¿Entendías algo de lo que decían todas esas voces?


- No… - respondí casi asfixiado.


- ¡Así es, pues! ¡Nunca entiendes lo que ellos hablan!


Me levanté temblando. Tomé de la mesa mis lentes sin razón alguna, y los arrojé otra vez. Todas mis certezas y visiones sobre la vida, la muerte y “la otra vida” giraban alrededor de mi cabeza en una vorágine feroz. Definitivamente, el proceso giratorio se acrecentaba con el innegable aporte de los dos chopps de cerveza libados en los últimos cuarenta y cinco minutos.


- ¡Dios mío! ¿Espíritus? ¡Me han gritado en la oreja!


Mis colegas me miraban inexpresivos, mientras yo seguía gesticulando ridículamente, tartamudeando, sin vergüenza.


- ¡Y la primera madrugada en el hotel! Renzo, Chino, Carlos… ¡yo les echaba a todos ustedes la culpa de esa bulla! – Renzo arqueó las cejas, y me clavó la mirada - ¡Entonces ha sido la misma vaina desde que empezamos la capacitación!


Renzo, Ho Ming y Carlos se miraron entre sí. El Chino se levantó con paternal actitud, puso su mano en mi hombro, y me hizo tomar asiento. Luego los tres elevaron sus jarras, y me invitaron a brindar con ellos.


-¡Salud por las “penas”, aunque mal “se nos peguen”! – dijo el Chino, y soltó una risotada de resignación.


Yo, transpirando más por la adrenalina corriendo por el miedo que por el intenso calor, apuré la cerveza helada de un solo trago en busca del olvido.


Epílogo



A los cuarenta años piensas que ya no hay nada más que te puedan hacer creer, si tú mismo no lo viste o viviste antes. A Ho Ming no le creí, y me permití burlarme de él ante mis colegas de estudio.


La compañía de seguros rescindió posteriormente el contrato de hospedaje que tenía para sus funcionarios y postulantes a vendedores, cambiando por otro hotel en San Isidro. Cuentan que una madrugada se escucharon gritos en la habitación de una postulante. Una colega vecina abrió la puerta que estaba sin llaves ni pestillos, y encontró a la chica con los ojos desorbitados, botando espumas por la boca. Estaba semidesnuda dando correazos al aire, y gritando lisura y media para espantar a las “penas” que le atormentaban todas las noches.


Me pregunto: ¿Seré yo tan sensible como el gordo Ho Ming dice que es? No me imagino tener “pegadas” a mi espalda mil almas errantes, quebradas, quemadas, descompuestas, buscando protagonismo, robando energías y progreso. ¿Será que los cuarenta años son una llave de acceso al baúl de respuestas sobre nuestro destino final? ¿Quizás los seres inmateriales errantes en un mundo que ya no les corresponde, aún ignoran ese destino, y reconocen en cuarentones como yo a un posible enlace para transmitir sus penas y desconciertos?


¿Será un don natural? ¿Lo descubrí yo, o lo descubrieron ellos?


En cualquiera de los casos, no quiero ese don.


A mis cuarenta años, mi relación con ellos podría ser tan cercana y afectuosa como la probable entre una jirafa y una hormiga. No lo podré evitar. Sin embargo, al primer intento de contacto, he decidido seguir prendiendo el cable, o dedicarme a dormir profundamente. Lo haré, aunque ellos insistan, se rían, y se peguen a mi espalda pidiendo lo contrario.


Pero… ¡Cómo! Esperen… ¡No, por favor…! ¡Suél-teeenn-meeee!


FIN



lunes, 17 de noviembre de 2008

HOMENAJE A KAFKA

No hay un solo corredor más largo y profundo, que aquel que nace y muere en la fría oscuridad…
(o "Aquí")
Un cuento de Danilo Gutiérrez Baella. año 2008


Hola, viajero ¿Quieres leer? ¡Adelante...!



Caminaba como siempre, en noche oscura, sin luna…

Mis amigos quedaron atrás… Sólo yo, con mi propio pensamiento, andaba taciturno sin contar mis pasos, creyendo que la vida señalaba la senda, los caminos al andar. Pero esa noche… no.

La neblina de verano ocupaba las plazas. La humedad rozaba mi cara dejando un rocío fresco, casi helado…

Los encuentros y desencuentros del día pasaron a ser historia. Mi aliento joven y agitado resonaba en mi cerebro al compás de mis pasos acelerados, interminable y creciente.

¿Miedo…? No, pero . Algo turbaba el pensamiento, y con vergüenza se delataba en mi temblor de manos, dedos, labios, piel…

De pronto, el silencio. Un silencio profundo e inequívoco alrededor de mi camino, bañado de niebla densa y cada vez más oscura…

Y entonces… ¡un estremecimiento violento en las copas de los ficus, un golpe en el aire cálido y gélido a la vez, que me hace saltar y correr! ¡Correr, correr, sin saber adónde, agitado el pensamiento, confusa la razón, lleno de miedo! Sonidos que no existen sacuden mis oídos, temblores en mis ojos, pupilas que dilatan por un terror infinito que derrama frialdad en la densa e impenetrable niebla…

Cruzo el parque, y el corazón acelera. El pánico abraza mi tórax, la nausea ahoga mi garganta. Algo corre y me persigue... ¡lo sé! Pero no quiero mirar atrás ante el espanto gélido que quiere atrapar mi espalda.

Ya no puedo más… me detengo. ¿Dónde están las luces de la calle, de los autos, de las casas? ¿Dónde está mi casa, mi familia, mi hogar? ¿Qué hago aquí, temblando en paranoia, sintiendo el hielo doloroso del terror en cada hueso de mi cuerpo?

Busco refugio al pié del busto al héroe desconocido que lidera mi parque… ¡Falta tan poco para llegar, y me encuentro tan lejos y perdido! Estando allí, sentado y abrazado al frío mármol del monumento trato de pensar: “¿Quién o qué me persigue?”. Busco instintivamente una respuesta elevando mis ojos al héroe metálico que parece observarme desde arriba…

¡Pero ese frío busto…! Una cara conocida y descompuesta yacía mirándome desde su pedestal. Ojos extraviados y enloquecidos de pavor se torcían al verme. La cabeza colgaba de lado, mirándome con espanto… Los cabellos se extendían con el viento helado hacia arriba, perdiéndose en la niebla oscura, formando parte de la noche…

Ese rostro, esos ojos, esa piel extendida y pálida… ¡ERAN MÍOS! Era yo quien desde arriba, enloquecido, culminaba su persecución y se lanzaba de arriba hacia abajo donde mi otro yo, creyéndome protegido, empezaba a gritar en pánico. Soporté la embestida de esa piel húmeda, cerosa y helada, en fusión conmigo mismo, en terror incomprensible y sin tiempo para pensar.

Aquellos dientes amarillos y descarnados mordían y mordían sin cesar, hambrientos de mí. Gritos pavorosos cubrieron esa noche, mientras mi cuerpo desgarrado, vibrante y mutilado, empezaba a repartirse por las losas mojadas de agua y sangre espesa, cubriéndose lentamente en la niebla…

Y en el silencio se ahogaron los gritos. Entre la niebla, se consumió el parque. Los árboles, las losas, los restos sangrientos esparcidos… todo se convirtió en nada. Y yo, me sumergí en la nada…




Nunca más se supo de mí. Ni mis padres, ni mis hermanos, ni mis amigos… Para encontrarme, quedaría el recorrer mis huellas invisibles a través de aquel parque… preguntarle a la noche de verano, envueltos en la niebla densa, en la horrible oscuridad.


Aquí el temer es inútil. ya no queda qué perder. Aquí ya no existe el tiempo; sólo frío y hambre, mucha hambre...

...y aquí, intruso viajero rendido a la curiosidad, que no pudiste dejar de leer estas líneas… aquí... te estoy esperando.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

CUESTIÓN DE COLOR EN LOS YUNAITES...

Amigos, quizás recuerden esto (sin música en este mail, pero sí la tiene...):

Buenas noches dije a mi hijo pequeño
cuando cansado se acostó
Entonces me dijo con clara voz:
"Papá ¿de qué color es la piel de Dios?"

¿De qué color es la piel de Dios?
¿De qué color es la piel de Dios?

Dije: "Negra, amarilla, roja y blanca, es...
Todos son iguales a los ojos de Dios".

"Dios nos ha dado la oportunidad
de crear un mundo de fraternidad.
Las diferentes razas han de trabajar
unidos, con fuerza, de mar a mar..."

¿De qué color es la piel de Dios?
¿De qué color es la piel de Dios?

Dije: "Negra, amarilla, roja y blanca, es...
Todos son iguales a los ojos de Dios".


Esta cancioncita se escribió en tiempos cercanos al asesinato de Martin Luther King, quien murió no sin antes expresar cuál podía ser el verdadero "sueño americano". Era cuestión de tiempo tener a un presidente de raza negra en USA, y aunque el discurso de Obama no fue el tema racial, seguro habrá muchas más manifestaciones mundiales, útiles o no, con relación a ello.

Y al final... ¿Es eso realmente importante? ¿Solucionará el color de su piel la grave caída de sus enormes inversiones y el consecuente impacto en la economía mundial, los conflictos en el medio oriente y cada lugar donde no sólo Bush ha sembrado paulatinamente conflictos y muerte en función del interés comercial americano que de los propios y ajenos de cada país en los que interviene?

¿Un hombre de cualquier color puede ser "esa promesa" que tanto esperábamos ver para la redención del mundo?

Comparto con mi hermano César Coello aquello que no debemos esperar que un "segundo mesías" nos resuelva los entuertos que el mismo hombre ha creado, para nuestra infelicidad.

¿De qué color es la piel de Dios, entonces? Si somos hechos a Su imagen y semejanza, ¿ser negro, o verde, o violeta nos hará diferentes, y más o menos responsales de nuestro destino?

¿De qué color es la piel de Dios?

Un abrazo,

Dany



http://www.elcomerc%20io.com.pe/%20ediciononline/%20HTML/2008-%2011-05/lea-%20espanol-discurso%20-obama-su-%20triunfo.html
Lea en español el discurso de Obama tras su triunfo
11:11 El nuevo presidente de estados Unidos agradece a sus electores, su familia y presenta los desafíos que tendrá al frente
El triunfo del candidato demócrata Barack Obama marca un hito en la historia de Estados Unidos y, acaso, del mundo. Con su llegada a la Casa Blanca se transforma en el primer presidente afroamericano de esa potencia mundial, cuya corta existencia como nación tiene pasajes marcados por el racismo. Asimismo, expertos han opinado que el gobierno que empezará el aún senador por Illinois es la oportunidad de cambiar la imagen de su país ante el mundo, imagen desgastada durante la gestión de George W. Bush. A continuación le presentamos la traducción al español del primer discurso que Barack Obama dio tras ganar las elecciones presidenciales.
"¡Hola, Chicago!
Si todavía queda alguien por ahí que aún duda de que Estados Unidos es un lugar donde todo es posible, quien todavía se pregunta si el sueño de nuestros fundadores sigue vivo en nuestros tiempos, quien todavía cuestiona la fuerza de nuestra democracia, esta noche es su respuesta.Es la respuesta dada por las colas que se extendieron alrededor de escuelas e iglesias en un número cómo esta nación jamás ha visto, por las personas que esperaron tres horas y cuatro horas, muchas de ellas por primera vez en sus vidas, porque creían que esta vez tenía que ser distinta, y que sus voces podrían suponer esa diferencia.Es la respuesta pronunciada por los jóvenes y los ancianos, ricos y pobres, demócratas y republicanos, negros, blancos, hispanos, indígenas, homosexuales, heterosexuales, discapacitados o no discapacitados. Estadounidenses que transmitieron al mundo el mensaje de que nunca hemos sido simplemente una colección de individuos ni una colección de estados rojos y estados azules.Somos, y siempre seremos, los Estados Unidos de América.Es la respuesta que condujo a aquellos que durante tanto tiempo han sido aconsejados a ser escépticos y temerosos y dudosos sobre lo que podemos lograr, a poner manos al arco de la Historia y torcerlo una vez más hacia la esperanza en un día mejor.Ha tardado tiempo en llegar, pero esta noche, debido a lo que hicimos en esta fecha, en estas elecciones, en este momento decisivo, el cambio ha venido a Estados Unidos.
Esta noche, recibí una llamada extraordinariamente cortés del senador McCain.El senador McCain luchó larga y duramente en esta campaña. Y ha luchado aún más larga y duramente por el país que ama. Ha aguantado sacrificios por Estados Unidos que no podemos ni imaginar. Todos nos hemos beneficiado del servicio prestado por este líder valiente y abnegado.Le felicito; felicito a la gobernadora Palin por todo lo que han logrado. Y estoy deseando colaborar con ellos para renovar la promesa de esa nación durante los próximos meses.Quiero agradecer a mi socio en este viaje, un hombre que hizo campaña desde el corazón, e hizo de portavoz de los hombres y las mujeres con quienes se crío en las calles de Scranton y con quienes viajaba en tren de vuelta a su casa en Delaware, el vicepresidente electo de los Estados Unidos, Joe Biden.Y no estaría aquí esta noche sin el respaldo infatigable de mi mejor amiga durante los últimos 16 años, la piedra de nuestra familia, el amor de mi vida, la próxima primera dama de la nación, Michelle Obama.Sasha y Malia, os quiero a las dos más de lo que podéis imaginar. Y os habéis ganado el nuevo cachorro que nos acompañará hasta la nueva Casa Blanca.Y aunque ya no está con nosotros, sé que mi abuela nos está viendo, junto con la familia que hizo de mí lo que soy. Los echo en falta esta noche. Sé que mi deuda para con ellos es incalculable.A mi hermana Maya, mi hermana Alma, al resto de mis hermanos y hermanas, muchísimas gracias por todo el respaldo que me habéis aportado. Estoy agradecido a todos vosotros. Y a mi director de campaña, David Plouffe, el héroe no reconocido de esta campaña, quien construyó la mejor, la mejor campaña política, creo, en la Historia de los Estados Unidos de América.A mi estratega en jefe, David Axelrod, quien ha sido un socio mío a cada paso del camino.Al mejor equipo de campaña que se ha compuesto en la historia de la política. Vosotros hicisteis realidad esto, y estoy agradecido para siempre por lo que habéis sacrificado para lograrlo.Pero sobre todo, no olvidaré a quién pertenece de verdad esta victoria. Os pertenece a vosotros. Os pertenece a vosotros.Nunca parecí el aspirante a este cargo con más posibilidades. No comenzamos con mucho dinero ni con muchos avales.
Nuestra campaña no fue ideada en los pasillos de Washington. Se inició en los jardines traseros de Des Moines y en los cuartos de estar de Concord y en los porches de Charleston. Fue construida por los trabajadores y las trabajadoras que recurrieron a los pocos ahorros que tenían para donar a la causa cinco dólares y diez dólares y veinte dólares.Adquirió fuerza de los jóvenes que rechazaron el mito de la apatía de su generación, que dejaron atrás sus casas y sus familiares para hacer trabajos que les procuraron poco dinero y menos sueño.Adquirió fuerza de las personas no tan jóvenes que hicieron frente al gélido frío y el ardiente calor para llamar a las puertas de desconocidos y de los millones de estadounidenses que se ofrecieron voluntarios y organizaron y demostraron que, más de dos siglos después, un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no se ha desvanecido de la Tierra.Esta es vuestra victoria.Y sé que no lo hicisteis sólo para ganar unas elecciones. Y sé que no lo hicisteis por mí.Lo hicisteis porque entendéis la magnitud de la tarea que queda por delante.
Mientras celebramos esta noche, sabemos que los retos que nos traerá el día de mañana son los mayores de nuestras vidas -dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera desde hace un siglo-.Mientras estamos aquí esta noche, sabemos que hay estadounidenses valientes que se despiertan en los desiertos de Irak y las montañas de Afganistán para jugarse la vida por nosotros.Hay madres y padres que se quedarán desvelados en la cama después de que los niños se hayan dormido y se preguntarán cómo pagarán la hipoteca o las facturas médicas o ahorrar lo suficiente para la educación universitaria de sus hijos.Hay nueva energía por aprovechar, nuevos puestos de trabajo por crear, nuevas escuelas por construir, y amenazas por contestar, alianzas por reparar.El camino por delante será largo. La subida será empinada. Puede que no lleguemos en un año ni en un mandato. Sin embargo, Estados Unidos, nunca he estado tan esperanzado como estoy esta noche de que llegaremos.Os prometo que, nosotros, como pueblo, llegaremos.
Habrá percances y comienzos en falso. Hay muchos que no estarán de acuerdo con cada decisión o política mía cuando sea presidente. Y sabemos que el gobierno no puede solucionar todos los problemas.Pero siempre seré sincero con vosotros sobre los retos que nos afrontan. Os escucharé, sobre todo cuando discrepamos. Y sobre todo, os pediré que participéis en la labor de reconstruir esta nación, de la única forma en que se ha hecho en Estados Unidos durante 221 años bloque por bloque, ladrillo por ladrillo, mano encallecida sobre mano encallecida.Lo que comenzó hace 21 meses en pleno invierno no puede terminar en esta noche otoñal.Esta victoria en sí misma no es el cambio que buscamos. Es sólo la oportunidad para que hagamos ese cambio. Y eso no puede suceder si volvemos a como era antes. No puede suceder sin vosotros, sin un nuevo espíritu de sacrificio.
Así que hagamos un llamamiento a un nuevo espíritu del patriotismo, de responsabilidad, en que cada uno echa una mano y trabaja más y se preocupa no sólo de nosotros mismos sino el uno del otro.Recordemos que, si esta crisis financiera nos ha enseñado algo, es que no puede haber un Wall Street (sector financiero) próspero mientras que Main Street (los comercios de a pie) sufren.En este país, avanzamos o fracasamos como una sola nación, como un solo pueblo. Resistamos la tentación de recaer en el partidismo y mezquindad e inmadurez que han intoxicado nuestra vida política desde hace tanto tiempo.Recordemos que fue un hombre de este estado quien llevó por primera vez a la Casa Blanca la bandera del Partido Republicano, un partido fundado sobre los valores de la autosuficiencia y la libertad del individuo y la unidad nacional.Esos son valores que todos compartimos. Y mientras que el Partido Demócrata ha logrado una gran victoria esta noche, lo hacemos con cierta humildad y la decisión de curar las divisiones que han impedido nuestro progreso.Como dijo Lincoln a una nación mucho más dividida que la nuestra, no somos enemigos sino amigos. Aunque las pasiones los hayan puesto bajo tensión, no deben romper nuestros lazos de afecto.Y a aquellos estadounidense cuyo respaldo me queda por ganar, puede que no haya obtenido vuestro voto esta noche, pero escucho vuestras voces. Necesito vuestra ayuda. Y seré vuestro presidente, también.Y a todos aquellos que nos ven esta noche desde más allá de nuestras costas, desde parlamentos y palacios, a aquellos que se juntan alrededor de las radios en los rincones olvidados del mundo, nuestras historias son diversas, pero nuestro destino es compartido, y llega un nuevo amanecer de liderazgo estadounidense.A aquellos, a aquellos que derrumbarían al mundo: os vamos a vencer. A aquellos que buscan la paz y la seguridad: os apoyamos. Y a aquellos que se preguntan si el faro de Estados Unidos todavía ilumina tan fuertemente: esta noche hemos demostrado una vez más que la fuerza auténtica de nuestra nación procede no del poderío de nuestras armas ni de la magnitud de nuestra riqueza sino del poder duradero de nuestros ideales; la democracia, la libertad, la oportunidad y la esperanza firme.
Allí está la verdadera genialidad de Estados Unidos: que Estados Unidos puede cambiar. Nuestra unión se puede perfeccionar. Lo que ya hemos logrado nos da esperanza con respecto a lo que podemos y tenemos que lograr mañana.Estas elecciones contaron con muchas primicias y muchas historias que se contarán durante siglos. Pero una que tengo en mente esta noche trata de una mujer que emitió su papeleta en Atlanta. Ella se parece mucho a otros que guardaron cola para hacer oír su voz en estas elecciones, salvo por una cosa: Ann Nixon Cooper tiene 106 años.Nació sólo una generación después de la esclavitud; en una era en que no había automóviles por las carreteras ni aviones por los cielos; cuando alguien como ella no podía votar por dos razones -porque era mujer y por el color de su piel. Y esta noche, pienso en todo lo que ella ha visto durante su siglo en Estados Unidos- la desolación y la esperanza, la lucha y el progreso; las veces que nos dijeron que no podíamos y la gente que se esforzó por continuar adelante con ese credo estadounidense: Sí podemos. En tiempos en que las voces de las mujeres fueron acalladas y sus esperanzas descartadas, ella sobrevivió para verlas levantarse, expresarse y alargar la mano hacia la papeleta. Sí podemos. Cuando había desesperación y una depresión a lo largo del país, ella vio cómo una nación conquistó el propio miedo con un Nuevo Arreglo, nuevos empleos y un nuevo sentido de propósitos comunes. Sí podemos.Cuando las bombas cayeron sobre nuestro puerto y la tiranía amenazó al mundo, ella estaba allí para ser testigo de cómo una generación respondió con grandeza y la democracia fue salvada. Sí podemos.Ella estaba allí para los autobuses de Montgomery, las mangas de riego en Birmingham, un puente en Selma y un predicador de Atlanta que dijo a un pueblo: "Lo superaremos" . Sí podemos.Un hombre llegó a la luna, un muro cayó en Berlín y un mundo se interconectó a través de nuestra ciencia e imaginación.Y este año, en estas elecciones, ella tocó una pantalla con el dedo y votó, porque después de 106 años en Estados Unidos, durante los tiempos mejores y las horas más negras, ella sabe cómo Estados Unidos puede cambiar.Sí podemos.
Estados Unidos, hemos avanzado mucho. Hemos visto mucho. Pero queda mucho más por hacer. Así que, esta noche, preguntémonos -si nuestros hijos viven hasta ver el próximo siglo, si mis hijas tienen tanta suerte como para vivir tanto tiempo como Ann Nixon Cooper, ¿qué cambio verán? ¿Qué progreso habremos hecho?.Esta es nuestra oportunidad de responder a ese llamamiento. Este es nuestro momento.Estos son nuestros tiempos, para dar empleo a nuestro pueblo y abrir las puertas de la oportunidad para nuestros pequeños; para restaurar la prosperidad y fomentar la causa de la paz; para recuperar el sueño americano y reafirmar esa verdad fundamental, que, de muchos, somos uno; que mientras respiremos tenemos esperanza. Y donde nos encontramos con escepticismo y dudas y aquellos que nos dicen que no podemos, contestaremos con ese credo eterno que resume el espíritu de un pueblo: Sí podemos.
Gracias. Que Dios os bendiga. Y que Dios bendiga a los Estados Unidos de América."

jueves, 30 de octubre de 2008

MAIL DE NOSTALGIAS FAMILIARES (Miraflores, Lima Perú)

Amigos, familia, agradables curiosos, y más lectores melancólicos:

Comparto en mi blog una sesión maravillosa de comunicaciones familiares realizadas no hace tanto tiempo. Mi madre también habló, escribió, y sus reminiscencias nos llenaron el alma...

Ahí va...
Danilo
p.d.: Leerlo de desde el primer mail "de abajo hacia arriba" hará más deliciosa la experiencia

Gracias Vickyta. También para mí es un gran regalo. Por esas cosas de esta máquina o de esta red, las fotos que veía ya no las puedo ver pero las pude disfrutar; pero sé que las tienes así que no hay pierde. Hay una foto en la que está el puente Villena todavía en madera, en plena construcción y en él aparezco yo.
¿”ons’tará”?

En el correo anterior… sé que había un personaje que me faltaba de Miraflores y es del Organillero del monito que tenía también toda cara de mono, se acuerdan? Ahora que vivimos con agua hervida o filtrada, ¿se acuerdan que pasábamos por las calles en verano y le pedíamos a un señor que estaba regando que nos diera agua de su manguera para aplacar el calor del verano?

Alfredo

Aquí estás amorcito, en todo tu esplendor con tu primera mascota, la de Pepito y otras más que te harán recordar.

Vickyta

PD: ¡Dice Mamita que ese puentecito que mencionas, en el Malecón Balta... HABÍA UN FUNICULAR por el que bajaba con su tía Julia!
¡Era todo un adelanto para esos tiempos...!

Alfredo Gutiérrez Baella escribió:

Cómo que nos olvidamos de algunos personajes y con estas remembranzas vuelven a nuestra mente como el moreno de "Aquí están las humitas, bajen el ascensor" y del alfajorero que con sus dos maletas de madera blanca con bordes celestes vendía alfajores, por supuesto, y guargüeros caminando las largas cuadras y que las dejaba en el suelo cuando nos veía y... por supuesto le comprábamos.

No me puedo olvidar de la casa del malecón junto a la casa de los Dibós (después fue Toulouse Lautrec y, ahora... no lo sé) en la que había un perro negro de metal en la parte exterior y a donde me llevó Pepe y me tomó una foto sentado sobre él (en alguna parte debe estar esa foto: Ahora hay un tremendo edificio); para llegar a esta casa había que caminar por Bolognesi adornado por árboles de moras y pasar por unas casa color cemento y que en la parte de la vereda tenía los restos del curso de una antigua acequia (ni imaginarnos que luego sería nuestra casa de la esquina de Trípoli y Bolognesi y todavía hay algunos rastros).

Por algún lugar debe haber también la foto de un niño parado en el encofrado de un puente que estaba en plena construcción (ahora puente Villena: el de los suicidas de hoy...); también es Pepe el que la tomó.

Para pasar de un lado a otro del malecón, había que bajar por una rampa de tierra (ahora hay una escalera) y cruzar por el puentecito de madera de la tradicional bajada de los baños. Y bajando un poco más, llegamos a las playas del Waikiki y el ¿Samoa?. La playa de Miraflores tenía en su camino unas duchas y cambiadores y no existía la Rosa Náutica sino que el espigón era mucho más corto y delgado. Contaba Pepe que con sus amigos iban en semana santa para poner un trapo rojo en el palo que se encontraba al final y que el mar, con su braveza lo bañaba.

Y la huaca "Juliana" (ahora "Pucllana"), porque así la llamábamos, que era un perfecto bicicross para la bicicleta roja sin guardafangos, llantas gruesas y contrapedal. Allí huaqueamos un poco y encontramos algunas calaveras con un poco de pelo y trozos de ceramios prehispánicos.

¡Ay Miraflores!, cuántos recuerdos y alegrías de niño que escondidos están en medio de nuestro día a día del adulto que labora sustentando otras vidas. Efectivamente, recordar, es volver a vivir deleitándonos del sabor añejo de nuestro pasado.

Danilo Gutiérrez Baella <
dafergu@yahoo.com> escribió:

Yo sé que soy de otra generación, pero puedo recordar el sonido "del silencio" que caracterizaban a las calles Berlín, Grau, Bolognesi (en el cruce con Berlín, antes de nuestra casa actual).

Recuerdo el 3 de octubre de 1,968 (día de la revolución de Juan Velasco Alvarado), un día muy soleado, con Alfredo de la mano y yo preguntando por qué las calles estaban tan vacías; mi hermano, siempre con la respuesta oportuna para aplacar los dilemas de un niño de casi 6 años, respondió: "Mira las flores del jardín..." - yo miré los clásicos jardines de entonces repletos de hermosos floripondios rojos / amarillos - "¡Hoy es el día que salen los ABEJORROS!"

Y punto. Suficiente motivo para mí el saberlo, y que por ello nadie salía de sus casas en esos días...

También continuará por este frente más adelante...

Dany


Víctor Alberto Gutierrez Baella escribió:

¡No hay vuelta que darle! Recordar... ¡es volver a vivir!

Bienvenidos los "capítulos" siguientes. Ah, ¡qué pena del Cine Colina y el restaurante "Colinita" ! (se nota que hace tiempo no paso por esa cuadra)

Cariños,
Tito

VICKY GUTIERREZ BAELLA escribió:

Continúa...

Gordillo, el zapatero alquilaba habitaciones a una familia negra con muchos hijos.

Un día a uno de ellos lo atropelló un carro y Papito lo llevó a la asistencia pública que quedaba al lado de los Raygada en Larco.

Cuando llegó el papá creyó que Papito lo había atropellado y se le vino encima y alterado, mientras la esposa le explicó que más bien lo había ayudado, diciéndole que era el esposo "de una de las niñas Baella".

El hombre agradecido le talló un marco para dos fotografías, finamente acabado y laqueado, que ahora tiene Tito.

En la calle Colón, a la altura de 28 de julio, quedaba la Farmacia Serpa, en donde también sentían los ruidos en la noche.

Desde San Martín, llegando a Colón hacia el lado derecho estaban todas las familias notables de Miraflores: Gallo Porras, Villena Rey, Henriot, padre de los amigos de Humberto.

Gallo Porras y creo que Villena Rey, fueron alcaldes de Miraflores.

En la acera de enfrente compró su casa Ciro Hoyle.

La calle Larco fue ampliada para convertirla en avenida cortando gran parte de las propiedades que ahí estaban, entre ellas la de los Raygada que, como todas las de la zona, tenían rejas y jardines antes de la casa.

Les dejaron como un metro y medio de "sala", que en realidad quedó como un pasadizo pagándoles lo que creyeron conveniente basándose en que el precio de la propiedad había subido.

A nosotros no nos tocaron pero tuvimos que pagar la plus valía que afectaba cuadra y media de las calles aledañas.

Por la casa pasaba un alfajorero pregonando justo a la hora de almuerzo, y Coco ya no quería comer sino que le compraran alfajor por lo que mi mamá habló con él muy educadamente, pidiéndole que no pregonara cuando pasara por la casa, y éste le respondió:

"Señora, si no pregono, no vendo"

Iba por la calle con su maletín, con guardapolvo blanco. Vendía alfajores de miel y de manjarblanco.

Estaba el pregonero de Revolución Caliente con su farolito,
y otro que pregonaba:

"¡Pavos! ¡Pavos gordos!",

el turronero con su tabla de turrones en la cabeza:

"¡Turrones! ¡Turrones...! ¡Túurroneroooo...!"

El Tamalero:

"¡Tamaleroooo! ¡Tamalerooo...! ¡Tamales calientitooos!

En la esquina de Larco se paraba un camión y pregonaban:

"¡Bonitos a 50 centavos...!"

A la Asistencia Pública que quedaba después de la casa de los Raygada en Larco, llegaba alrededor del medio día la ambulancia sonando la sirena... ¡¡¡!!! Los muchachos salían "a ver a quién traían..." ¿¿¿???
¡Pero no! Era para traerle el almuerzo en portaviandas al personal…

También estaban los escoberos:

"¡Escoberooo...! ¡Escobas!"

Entre los pícaros que existían, uno le vendió a mi mamá un perrito y luego pasaba por la calle silbando ¡y lo recuperaba! Así lo iba vendiendo por todo Miraflores...

Uno de mis caseros pasaba por la quinta de Berlín, un moreno que gritaba para que yo bajara mi canastita desde el segundo piso:

"¡Bajen el ascensor!"

A la vuelta de la casa quedaba una carnicería. Ahí fue donde mi mamá salió a comprar con Coco y vio a un señor de raza negra. Coco le dijo: "Mamá, mira ese nego". Mi mamá se puso en apuros, mientras él le jalaba el vestido: "Mamá, mira ese nego", y el hombre le dijo:

"¿Que no hay otro negro en Lima?"

Aunque esta historia es de Coco, y no de Miraflores...

Mi mamá iba con Coco, y a él se le antojó una raspadilla. Tanto insistió que se la compró pero no era como las de ahora. Le daban la forma en un vaso y la ponían en la mano del cliente.

Coco comió un poquito, y en cuanto pudo... ¡se la metió a la boca de mi mamá, que llegó renegando a la casa!

Esta historia continuará...

Mamita.


VICKY GUTIERREZ BAELLA escribió:
Asunto: RE: Para los que aún amamos Miraflores

Para: Alfredo Gutiérrez Baella
alfredog60@hotmail.com

AHORA VA A RECORDAR MAMITA:

¡TOMEN NOTA!

En la calle Larco en esquina con San Martín quedaba la casa de la familia Raygada.

José María Raygada, Carmen Raygada, una viejita muy simpática, su hija Raquel, Fernando, José María que fue a Alemania a estudiar medicina...

En la esquina alquilaban una pulpería a los chinos, "El gordo y el Flaco".
Cuando pasaron los años y le preguntamos al que quedaba: "¿Qué es de Eugenio?" Nos contestó: "Eugenio pa' Huacho".

En esa época, cuando le comprábamos nos regalaba paquetitos de caramelos de colores con forma de minas con puntitas, como yapa.

Ahí fue la niña Carolina (el nombre ha sido cambiado por respeto a la aludida) a enseñarle que tenía calzones nuevos...

Frente a nuestra casa, vivía Consuelo Raygada de Vidal, su esposo Jorge Vidal y su hija Moti.

Al lado de nuestra casa había un callejón en donde vivían un montón de familias; una se llamaba Tomasa, que hacía unos escándalos terribles.

Seguía una casa con fachada, muy modesta, del zapatero Gordillo.

En la misma acera hacia Colón estaba la casa de los Espinoza, que era gasfitero o electricista, o algo así.

Luego venía un portón que era la casa de Chauca, una vieja que tenía un hijo taxista y una hija.

Ella le regaló a Tata un vástago de parra, y de ahí vino toda nuestra parra. Ya casados, su hija era mi lavandera.

Más allá estaba la casa del Dr. Puntriano, su señora se llamaba Celia.
Tenía 7 hijos, y la menor era amiga de Alicia y de Delia, Elsa Puntriano, que se casó con el Capitán Núñez de Larco.

Los otros hermanos eran: Guillermo, Augusto, Ernesto, Alfredo, Luis, Elsa y Pepe. Uno de ellos era Médico.

La mamá era la que decía: "Como hecho de manos". Nos contaba cuentos, leía poesías... Muchas de las poesías antiguas que nosotras repetimos han sido contadas por esta señora.

Un día nos correteó hasta una quinta elegante que tenía cadenas afuera, y tuvimos que pasar por encima. Quedaba en 28 de julio. Todo se debió a que estábamos conversando con un muchacho morenito con ojos claros.
Le habían acusado que su hija estaba ahí y salió caminando por en medio de la pista batiendo los brazos. Yo también corrí, pero no tenía ninguna vela en ese entierro...

El administrador del Cine Leuro era un señor Iriarte.

Después de los Puntriano seguían los Novoa, con una empleada de muchos años en la familia.

Nosotras escuchábamos en la noche como que arrastraban cadenas decíamos que eran "las cadenas de los Puntriano", y ellos decían "que eran los Novoa". Nos tapábamos la cabeza con la almohada porque era impresionante...

Alguien dijo que eran corrientes de agua que pasaban por debajo. Venía con intensidad y se iba perdiendo.

En la esquina, que después compraron los Heraud (parientes del desaparecido poeta Javier Heraud), vivía una familia acomodada. Les compraron la casa a los Ganoza. Tenían vitrales y era lujosa y enorme.
Eran "zambos" de clase media y con carreras. Se dice que en esa casa desenterraron un tesoro y por eso tenían tanto dinero...

Uno de los gringos de SEARS, Potter, se casó con una de las hijas. Éste fue el que dijo: "¡Qué gusto ver tu gordo cara otra vez!" en una carta que le escribió a tu papá.

En la acera de enfrente de la misma cuadra estaba la hija casada de los Raygada, en la casa del costado vivía un señor del partido aprista, Lucio Alcalá, por lo que el día del cumpleaños de Haya de la Torre, 22 de enero, mi papá le lanzó una sarta de cohetones en la madrugada...

Al lado había un callejón donde vivía un negrito que nos molestaba cuando íbamos a la casa de Elsa Puntriano, y cuando mi mamá le llamó la atención para que no se metiera con nosotros, él contestaba a cada frase "Yes clarinete, clarinete yes".

Luego estaba la casa de los Gutiérrez. Al mayor le decían "El Elefante", porque era tremendo hombrón, alto y grueso, Raúl.

La madre decía por su hija Nelly:

"Mi hijita, con sus ojos color granadilla..."
"Mi hijita con su cabello no sé qué..."


Salía la hermana y le decía:

"¡Qué bonita eres...!"

De Larco a nuestra casa, había la carbonería de una japonesa que tenía dos hijas donde íbamos a jugar, ¡y salimos con piojos!

Nos enseñó algunas palabras en japonés. Les ayudábamos a pegar las bolsas con engrudo para poner el carbón.

Mi mamá no quería que fuéramos. Decían que era loca. Era la que le jalaba las orejas a su hijo porque decía que como Coco era inteligente y tenía orejas grandes:

"Orejas grandes, hijo inteligente"

Esta historia continuará...

Mamita

Alfredo Gutiérrez Baella escribió:

Sí hermanito, también se fue el cine Colina que ahora es un tremendo edificio así como el Coliinita, el Chino Félix, el turronero que estaba frente a la reparación despachando con su cincel y el vendedor de churros que se para en la esquina de la Diagonal con Berlín y el heladero con su lata con piedras que agitaba gritando ¡Heladero!. Se fue el viejo árbol ¡tan alto! que estaba en una especie de parquesito en la subida del malecón de los franceses y que ahora forma parte también del Terrazas y del zapatero que estaba en la cuadra 6 de Berlín y que era igualito a Gepetto.

¡Quién sabe si nosotros también seremos parte de los recuerdos de Miraflores, de las funciones de títeres y magia de Piquilín en el corral de comedias, de las clases de matemática que les dí a todos los del barrio (niños, algunos de los cuales ahora me traen a sus hijos) y de la memoria de los amigos que ya no vemos como los Delgado o los de la casa de Tato y Tito, qué será de los Chamorro o de los Abásalo y los Orellana...! Toda una serie de historias añoranzas que enriquece nuestra memoria y nos hace sentir que hemos vivido en un mundo de historias y personajes con grandes significados y que seguimos viviendo tiempos diferentes, a lado de otras generaciones.

>From: Víctor Alberto Gutierrez Baella
>To: Victoria Baella Baella
>CC: José Antonio Gutiérrez Baella , Rosa Victoria >"Gutiérrez" Baella , Alfredo "Gutiérrez" >Baella , Danilo Fernando "Gutiérrez" Baella >
>Subject: Para los que aún amamos Miraflores
>Date: Sun, 4 Feb 2007 02:07:37 +0100 (CET)>

>Familia y amigos, este artículo de una señora uruguaya que dejó aquí lindos recuerdos. Vale la pena leerlo y difundirlo. Me ha hecho volar tiempo atrás a mi casita en la quinta de Colón y luego al barrio de Berlín, cerca del cine Colina (¿aún existe, o se lo llevó el tiempo, junto con nuestro querido Champagnat?)
>Tito.

>>>> 30 de diciembre del 2006
>>>> La aristocracia del viejo Miraflores
>Rosalba Oxandabarat
>La Insignia. Uruguay, diciembre del 2006.

Miraflores tenía su calle principal, Larco, donde convivían unas cuantas tiendas y boliches, el correo, algún supermercado.

Había una tienda rara y exquisita que enseñaba telas bordadas y encajes hechos a mano, delicadísimos, como salidos de un convento. En Navidad en esa tienda se armaba un árbol mucho más hermoso que el del Rockefeller Center, artesanal, soberbio, algo sombrío, como afín a los duendes y a los fantasmas.

Larco estaba atravesada por calles laterales tranquilas y pausadas, con casas o edificios de apartamentos más bien bajos, donde podían brotar esas increíbles Santa Rita de fogoso color lacre. En el extremo occidental de Larco, se abría el parque de Miraflores, frente a la iglesia, con unos enormes leones de bronce cerca de la esquina y un monumento en el que Kennedy parecía emerger de un sauna. En el extremo oriental, sobre el Pacífico, esa altísima rambla sobre el barranco que se llama malecón, se ensanchaba en el parque Salazar, lugar de flores y de niños, de globos y manzanas recubiertas de caramelo y donde unas señoras de la vecina parroquia atendían un pequeño kiosco con delicias caseras. Al lado del parque Salazar estaba la quebrada de Armendáriz, con su negra leyenda propia, la del último ajusticiado civil en el Perú, un negro acusado de violar y asesinar a un niño en los años cincuenta (Julio Ramón Ribeyro incluyó el hecho en su novela "Cambio de guardia", y Francisco Lombardi se estrenó en el largometraje con el mismo asunto en "Muerte al amanecer").

Alguien escribió una vez en un artículo, en Brecha misma, creo, refiriéndose a Miraflores como "el aristocrático barrio de". Quien tal cosa firma y afirma, o no sabe lo que es aristocrático, o no conoce Miraflores. Barrio sobre todo de clase media, con bolsones populares en callejones que convivían tranquilamente con las amplias casas acogedoras, con bodegas (almacenes) de escasa prosapia, bodegas de chinos donde se podía comprar el arroz o el azúcar al peso, con chinganitas donde un menú criollo costaba unos pocos soles, con mínimas lavanderías o zapaterías "atendidas por sus propios dueños".

Así era Miraflores a mediados de los años setenta, y más o menos así se mantuvo hasta mediados de los ochenta, aunque numerosos signos indicaban entonces que había comenzado a cambiar. En ese barrio había leyendas y personajes que, entonces, parecían eternos.

Un hombre menudo, barbado, pulcramente vestido, que se paraba todos los días en el parque frente a la iglesia, munido de un cuadernito y un lápiz. A veces se sentaba en un banco cercano, o daba alguna vuelta por el parque pero siempre sin alejarse de su esquina. Algunos me dijeron que había enloquecido siendo niño porque, esperando a sus padres a la salida del colegio -a pocos metros quedaba el Champagnat de los hermanos Maristas, uno de los escenarios del cuento Los Cachorros", de Mario Vargas Llosa-, los había visto morir ahí mismo, en un accidente de tránsito. Otros aseguraban que, siendo apenas adolescente, vio morir en esa esquina a su enamorada a la que esperaba a la salida del colegio. Cómo sería. La muerte y el colegio se repetían, variaban los sujetos. Él, no explicaba nada; no hablaba con nadie.

En la calle Fanning estaba el negro Guillermo, igualito al Macunaíma de Joaquim Pedro de Andrade, un completo showman con sus ojos saltones que hacía las cuentas en el aire con su gran cuchillo mientras discutía con las clientas sobre la discutible calidad de la carne que les vendía. Ningún manager descubrió a ese negro genial, sólo las vecinas que preferían esperar horas en la apretada carnicería en vez de ir al supermercado cercano, para reírse gratis con ese infaltable show cortesía de la casa.

Unas cinco puertas más allá, un viejo zapatero atendía con discreta cortesía virreinal en su covachita repleta de clavos y pedazos de cuero. Nunca supe su nombre, porque mis dos hijos lo llamaron, desde el primer día, abuelito -los niños del exilio diseñan familias a piacere, a falta de la biológica-. Abuelito nunca quería cobrar los arreglos de las botas de Soledad: "si es para la princesa, no se cobra". Y ni modo de cambiarlo. Sería porque la "princesa" lo primero que hacía era subírsele encima y besarlo y preguntarle cosas tirándole de la barba. Similares resultados obtuvo con el negro Guillermo, que también le otorgó carácter real, y con él, regalos de bifes de lomo que misteriosamente aparecían en el paquete con la carne encargada. Sería que ninguna otra criatura era capaz de saltar el mostrador y abrazarlo sin miedo a su revoleo de ojos y de cuchillos: la alegría de Guillermo ante esas confianzas dejaba sus ojos del tamaño de platos de postre.

Casa por medio con Guillermo, estaba la pequeñísima bodega de don Alfredo -doña Alfredo, le decía Julián a los dos años- un chino altísimo y muy blanco, cuyos sobrios y pacientes modales, inalterables por berrinchosa que fuera la clientela, parecían más propios de un mandarín que del dueño de una tiendita tan minúscula y pobre. Y entre Guillermo y doña Alfredo, en un viejo callejón -suerte de estrecha calle interior donde se alinean unas cuantas viviendas- vivía la abuelita del Motita. Pequeña, firme, con una gran mata de pelo blanco, caminaba todo el día de acá para allá llevando y trayendo viandas con las que se ganaba la vida. El Motita era su perro, y gracias a él y sus juegos en el parque Salazar le fue concedida la abuelez por mis dos desabuelados niños.

La abuelita del Motita no se cansaba nunca, ni de los niños, ni de las viandas, ni de las caminatas. "Dolor de pies, vejez", decía cuando alguien le preguntaba por qué no paraba un poco. Algunos domingos, la abuelita del Motita se aparecía en casa llevando de regalo unos tamales para el desayuno. Igual que el zapatero, nunca quiso cobrar. Cosas de abuelos. Cuando volví a Miraflores en 1995, a diez años de la partida, no estaban ni Guillermo, ni doña Alfredo, ni el viejito zapatero. No quise saber si se habían mudado, de barrio o de mundo.

Total, Miraflores había cambiado tanto que quizá nadie podría informarme. Al parque Salazar le dejaron menos parque, le pusieron terrible centro comercial, con cines y todo, ahí, colgado del barranco: Larcomar. Los edificios altos que antes eran contados atropellaron Larco, el malecón, las calles laterales (es que se olvidaron de los terremotos, que mantuvo chata a Lima tanto tiempo; el último fue en 1974). Aparecieron negocios de fast food y galerías con tiendas feas, y cibercafés y hoteles enormes, academias de cualquier cosa, ruido y embotellamientos. Como si el destino ya sufrido por el centro de Lima fuera inevitable para cualquier distrito apetecido de la capital.

Algo mareada deambulo en ese regreso por los alrededores de mis calles, Fanning y Diego Ferré, y doy con el Auditorio de Miraflores, sobre Larco y a la vuelta de Fanning. De pronto veo sentada en un banquito bajo, mucho más chica que en mi recuerdo, a la abuelita del Motita. Un policía que hace guardia por ahí me dice: "¿La conoce?". "Creo que la conocí". "Hace años que para aquí", me informa. Y agrega, después de una pausa: "Ya no ve, está ciega. Y ella dice que tiene cien años". Me acerco a la viejita y compruebo sus ojos sin mirada, calmos, congelados en una nube clara. Siente mi presencia y me ofrece su escasa mercadería -fósforos, cigarrillos sueltos. Le compro algo y le pregunto si es verdad que tiene cien años. "Será pues, hijita, ya no los cuento". Luego tanteo a ver si me recuerda. Le doy datos, la casa, la dirección, los niños, el Motita. Queda pensando. Vacila. Al final parece despertar: "¿Tú eres pues la uruguaya?. ¿La mamá de aquellos chiquitos bien traviesos?" Recién sonríe. Me pregunta si ya van al colegio; universidad, para entonces, pero la dejo en los años largos. "Bien bonitos, tus hijitos, bien gringuitos. Y qué palomilla". No pude sacarle nada más. Quedó allí quieta, muda, mirando a nada, quizá volvió al viejo parque Salazar con el Motita y sus nietos postizos corriéndole atrás, o mucho más lejos en el tiempo porque -saco la cuenta- si es verdad que tiene cien años, en la época de esas correrías ella andaba entre los ochenta y pico y los noventa.

Imposible. Bueno. No más imposible, al fin, que un carnicero tenga más gracia que Míster Bean, un chino almacenero la dignidad de un mandarín y un anciano zapatero el desprendimiento de un marqués. Guillermo, doña Alfredo, la abuelita y el abuelito: cuánta gentileza antigua y sabia, cuánto don de gentes y calidez hacia el forastero en esos humildes habitantes de la vieja Lima, del "aristocrático" Miraflores. Pero quizá aquel reductor articulista tuviera razón. Ellos son la aristocracia; de un barrio, de un tiempo, de los recuerdos. Y como la antigua nobleza de los cuentos, también desaparecen.