sábado, 29 de noviembre de 2008

PARA ANTES DE DORMIR...



UNA HISTORIA A LOS CUARENTA

Un cuento de Danilo Gutiérrez Baella (Año 2007)

Los cuarenta años eran recibidos con menos cabellos, menos dientes, una indeseable barriga, y mucho ego por disolver. Al cumplirlos, eran tiempos de cambio para mí. De esos tiempos que remueven todos los cimientos de tus visiones. De esas visiones que se ven entre sorpresas, golpes bajos y súbitas alegrías. A los cuarenta años, te preocupas por aprender a reconocer la voluntad divina más que tus propios proyectos y determinaciones de vida.



También es el tiempo en que cada vez y con más frecuencia te detienes a revisar los obituarios. Y es que de cada diez publicaciones en los diarios principales de la gran ciudad, suele aparecer alguno con el nombre de alguien que conociste o que tuvo que ver con tu trabajo, o del que oíste alguna vez y que nunca te conoció. Y es que a los cuarenta años, la muerte deja de ser un proceso extraño y ajeno.



A esta edad ya han fallecido mis cuatro abuelos, siete tíos, un primo, nueve amigos de barrio y de colegio, seis ex compañeros de mi primer trabajo, muchos conocidos y otros menos conocidos. De ser tan distante a la muerte, te conviertes en vecino de ella, y puede que hasta en amigo. Comprendes que no necesitas correr grandes riesgos, ni sufrir terribles enfermedades o accidentes para conocerla. Bastará con sólo abrir los ojos, y la muerte te saludará con el aire que respiras, con la misma naturalidad y alegría con la que cantan las aves, brillan el sol, la luna y las estrellas; y, a veces, con la misma sed con la que te tomas un trago.



Saber si seguirás “vivo” o no después de dejar el mundo físico, empieza a ser un tema de reflexión a partir de los cuarenta años, mezclado con los pensamientos más banales. Los proyectos familiares, los asuntos de negocios, las deudas, los éxitos, el stress producidos por todos estos procesos… ¿te acompañarán al pasar el umbral que separa lo físico del mundo inmaterial? O a lo mejor el último suspiro… ¿eliminará al “alma” como un vapor efímero y violento? ¿Borrará sin más y para siempre a esa esencia maravillosa que te hizo actuar como una marioneta de nadie durante una temporada terrena?



Y así se inicia esta historia; una historia a los cuarenta años… sin haber deseado estar en ese hotel.


…………………………………………….


Ingresé a una tediosa y fortísima capacitación, necesaria para poder aplicar como vendedor de seguros. Odiaba dejar mis ilusiones de desarrollo profesional en turismo, y convertirlas en reciente pasado. Me obligué enfurecido a enfocar mis objetivos únicamente en la búsqueda de dinero para pagar todas mis deudas.



Y así fui parte de ese hotel por quince días, compartiendo vida con cuarenta fulanos y fulanas desconocidos de todo el país que buscaban lo mismo que yo: “hacer dinero”. La gran mayoría de ellos eran menores que yo, y eso me daba una extraña sensación de desventaja, aunque nunca me permití expresarlo en ninguna forma.



Era un hotel de cuatro estrellas en pleno centro de Miraflores. Sobrio, elegante, de buena arquitectura mixta entre lo arabesco, egipcio e hindú. Como buen representante de la modernidad, destacaba por su acogedora y discreta iluminación. Dos musculosos porteros de raza negra estaban permanentemente en la puerta, vestidos con saco y pantalón rojos, botones y charreteras dorados, brillantes zapatos negros y kepí marinero.



Noche tras noche, la cena se convertía en el encuentro entre todos los ambiciosos colegas de estudio. La primera vez, nos presentamos uno a uno al ocupar nuestro lugar en la mesa.



Yo llevaba como acompañante no invitado a un terrible dolor de muela. Ello motivó que no aceptara seguir a mis ocasionales amigos a la piscina del octavo piso para celebrar nuestra primera reunión de confraternidad. Argumenté que empezaríamos el entrenamiento muy temprano. A pesar del calor estival, yo sólo buscaba sumergirme en la cama, no en la piscina, dormir y olvidar que estaba ahí.



Horas más tarde, alrededor de la una de la mañana, risas lejanas de hombres y mujeres me quitaron el sueño.



¡Caramba! Estos chiquillos no se levantarán mañana - pensé. Recordé mi escaso entusiasmo por la nueva aventura laboral que emprendía. También recordé mi dolor de muela. Prendí el cable para distraer mi creciente fastidio, y me aburrí haciendo zapping por más de ochenta canales multinacionales.



Luego de un rato, más acostumbrado a los ecos de chicos y chicas en juerga distante, presioné el botón “Power” del control remoto, y sucumbí dominado por el sueño.



Durante el desayuno expresé mi criterio sobre lo ocurrido a Renzo, otro postulante como yo proveniente de Arequipa. Renzo se mostró preocupado, quizás molesto por mi primer comentario matutino.



- Sí, nos reunimos a tomar unos tragos junto a la piscinita, pero no hasta tan tarde - dijo Renzo, agregando - Oye, no vayas a estar comentando esas cosas. Van a creer que hemos venido en plan de juerga. Puedes ocasionarnos problemas.



Entonces comprendí que al desistir pasar el rato con ellos, dejó de ser mi asunto. Raro no haber comprendido también cuán extraño fue haber escuchado con nitidez esas voces provenientes del octavo piso del hotel, estando lejos de ellos en una linda y acústica habitación cerrada del segundo nivel.



Y corrieron así los días y las noches, calurosas y odiosas. Yo no quería estar allí, en esa rutina mercantilista y aburrida. Esperé con ansias el primer fin de semana. Las calles del distrito de Barranco fueron testigos de los momentos de sana algarabía que vivimos por pocas horas con nuestro grupo multi provincial. Regresamos al hotel a las seis de la mañana, cansados, sudados, felices de tirar a la basura todo el stress del entrenamiento comercial.



Una nueva semana de mucha tensión, exámenes constantes, exposiciones, y prácticas odiosas en las calles calientes y húmedas por el intenso verano. Nuestros cuellos de camisa encorbatados se bañaban con el inevitable sudor. En ello llevaban ventajas las damas, pues podían combinar sus faldas y blusas de verano con pequeños saquitos ligeros que poco acentuaban el calor.



La competencia era fuerte, y cada vez que retornábamos del coffee break o de las prácticas comerciales en las calles, nos sorprendía la ausencia de algún compañero. La señalética con el nombre del alumno ausente era retirada con prudencia antes de ingresar a cada clase. Pero igual lo notábamos. Uno más que no superaba las evaluaciones parciales con notas mínimas, y que era retirado con total discreción.



Desde las primeras sesiones, yo esperaba ser uno de esos “desaparecidos”; pero nada… Seguía progresando en mi capacitación, aún contra mi voluntad.



Era viernes, penúltimo día de martirios, y los capacitadores anunciaron una última evaluación. La psicosis de la expulsión era contagiante y perturbadora antes de graduarnos. A esas alturas del esfuerzo, me hubiera sentido peor si me retiraban en el último día. Tenía que salvar mi honor de cuarentón pujante y decidido a vencer las inercias propias de esa edad.



Mis compañeros y yo decidimos encontrarnos por la noche para estudiar en el octavo piso del hotel. Junto a la piscina se encontraba ubicada una pequeña sala de conferencias, lugar idóneo para nuestra concentración.



Llegué antes que todos, puntual y decidido a ganar. El calor a esas horas de la noche se mantenía, así que subí con ropa veraniega. Desde esa altura, en la soledad, empecé a disfrutar del panorama nocturno que ofrecía una Miraflores iluminada, moderna, impersonal. Sin embargo, mi mente me llevaba a los recuerdos lejanos de muchacho de barrio, entre aventuras juveniles y antiguas brumas costeras.



Ante la demora de mis compañeros empecé a cantar, interrumpido de vez en cuándo por el sonido de las poleas del ascensor Otis, todas instaladas en pequeños cubículos cerrados en ese piso. Cada vez que esto ocurría, introducía mi cabeza por el enorme tragaluz ovalado, lleno de vitrales, que coronaba los ocho pisos del hotel. Desde ese punto privilegiado, uno podía distinguir casi todo, desde el lobby hasta el penúltimo nivel. Era como asomarse a un enorme pozo iluminado y lleno de color, repleto de pequeños duendes uniformados en movimiento al compás de la música instrumental.



Sonaban otra vez las poleas del ascensor. Buscaba con la mirada a mis compañeros. No se veía movimiento de puerta alguna, ni a ellos entrando o saliendo en ningún nivel.



Estaba totalmente distraído en mi propio mundo de calor con brisa tibia veraniega, música, luces nocturnas y recuerdos. No me molestaba la espera. El sonido de poleas se repitió una, dos, tres, y otras tantas veces. Cada vez que sonaban, interrumpía mi tarareo musical, y me asomaba por el tragaluz.



Y así pasaba el tiempo.


Llegaron por fin dos de mis jóvenes colegas, y luego otros, y otros más. Llenamos el espacio con voces, bromas, pero también con mucha tensión contenida por esas dos semanas de angustia y presión. Y empezamos a estudiar en el auditorio muy cansados; pero decididos a terminar con éxito nuestra capacitación.


Al cabo de una hora, el panorama no era motivador para el estudio; más de una colega se rindió ante Morfeo, y yacían esparcidas roncando sobre sillas y cojines del auditorio. Era difícil insistir en seguir, pero debíamos terminar el repaso.


Ho Ming, un colega gordo y trigueño, de origen chino y tan cuarentón como yo, se descompuso de pronto, y dijo:


- Por favor, terminemos esto pronto, y vayamos a la cama. Hay demasiada gente aquí.


Le miramos extrañados y medio resentidos, pues con su comentario parecía que estábamos repentinamente incomodando al chinito.


Pregunté: - Ming, ¿a qué te refieres con demasiada gente?


- ¡Perdón! - dijo Ho Ming, perturbado - No me malinterpreten, no me refiero a ustedes…. Entiendan, mi familia tiene un don, yo lo he heredado… Quiero decir que, aparte de ustedes, siento y veo demasiada gente aquí.


Yo reaccioné de inmediato.


- ¡Ah, ya sé! ¡Tú ves “gente muerta”, como en "Sexto sentido"! ¿Verdad? – lo dije sin ánimo de burlarme, aunque en realidad... lo estaba haciendo.



Ho Ming siguió sin inmutarse.


- Así es. Hay mucho movimiento aquí arriba, y me estoy sintiendo incómodo porque se me pegan. Ellos perciben que los veo, y buscan que yo les preste atención.



Y Ho Ming siguió hablando del tema, mencionando que ese hotel estaba ubicado en zonas de Miraflores donde se había librado una de las más fuertes batallas contra los invasores chilenos, y que esas almas andaban perdidas.



Efectivamente, a fines del siglo diecinueve, la llamada “Guerra del Pacífico” entre Perú y Chile tuvo al actual distrito de Miraflores como uno de los escenarios de batalla más sensibles y representativos. Murieron niños y adolescentes jugando en serio a ser soldados. Jóvenes peruanos que apenas sabían manejar su propio idioma, tuvieron que tomar las armas y enfrentarse con los invasores del sur sin saber exactamente por qué. Y también sin saber por qué, morían destrozados por los cañonazos, atravesados por los sables y cuchillas, y acribillados por las municiones de los fusiles chilenos. Hasta hoy encontramos piezas de artillería, mochilas y cadáveres calcinados al momento de excavar profundamente para sentar las bases de modernos edificios. Tan modernos como el hotel luminoso donde estábamos somnolientos, estudiando para nuestro examen final.



No pude evitar dejar correr mi imaginación al son de las palabras del chino Ho Ming, viendo por segundos una multitud de espectros desorientados atravesando la mesa de trabajo, traspasando con despojos y colgajos de piel entre los huesos transparentes nuestras hojas de cálculo, lapiceros, plumones, y las plantillas informativas de los productos de vida y accidentes. Reconozco que, a pesar de mi escepticismo, un ligero escalofrío escarapeló los escasos cabellos en mi cabeza, y parpadeé tres veces para volver a la realidad.



Ho Ming explicó que lo mismo le sucedía cuando compraba en lugares como el centro del mercado informal limeño Mesa Redonda, donde decía que las almas en pena de tanta gente fallecida en el dantesco incendio ocurrido en un fin de año, se le acercaban y “pegaban” todo el tiempo. Peor en los cementerios y barrios de la vieja Lima.



- Es desagradable que figuras retorcidas y quemadas se te crucen, te miren a los ojos, y “se te peguen” a la espalda adonde vayas, porque después no te quieren soltar.



Mientras el gordo Ming hablaba, peinaba los lacios cabellos negros con sus dedos redondos y amarillentos con cierta exasperación.



- Entorpecen tus acciones, y roban poco a poco tus propias energías, no te dejan progresar.



A estas alturas de la conversación, las chicas estaban con los ojos muy abiertos, y parecían como si les hubieran despertado con agua helada.



- Bueno – dije - entonces hay que terminar de estudiar de una vez, porque entre el sueño y los muertos que nos roban energías, nos jalarán mañana.



Al terminar la sesión de estudios, abandonamos el auditorio y entramos a la agradable oscuridad veraniega. Caminamos juntos con rumbo a la escalera.



Abruptamente, me aparté de las chicas mirando hacia atrás.



-¡Buenas noches! - dije al aire.



-¿A quién le dices eso? - preguntó una de ellas.



- ¿Cómo? ¿No era que estábamos rodeados de demasiada gente? Soy muy educado, por lo menos hay que despedirse, ¿no? - solté una carcajada ante las gesticulaciones molestas de las chicas.



Luego nos separamos, y cada uno se retiró a su habitación a dormir.



Dos y media de la mañana. Unos alaridos femeninos me quitaron el sueño. Era una voz ronca, gruesa, que parecía gemir o reír en estado de ebriedad, de locura, difícil de decir. Muchas otras voces de hombres y mujeres murmuraban al mismo tiempo, como extraño coro que acompañaba los gritos de la mujer.



Por más que intentaba comprender una sola palabra, no pude lograrlo. Era tal el escándalo, que empecé a creer que Patricia (una de nuestras amigas de estudio, grande ella, provinciana y con tremendo vozarrón) estaría peleando con algún compañero o compañera de nuestro grupo. Acostumbraba a hacerlo, pero… ¿A esa hora? ¿Y en dónde? ¿En qué parte del hotel estaría gritando así?



Como no llegaba a comprender el motivo de esos gritos y de los rumores que los acompañaban, decidí llamar a la recepción del hotel. Levanté el auricular, pero desistí de hacerlo en el acto. Al fin de cuentas, eran mis compañeros de estudio y de angustias compartidas, casi fraternos en el esfuerzo. Podía causarles un daño involuntario al denunciar el escándalo.



Por otro lado, ¿cómo era posible que el hotel y su personal nocturno no estuviera haciendo nada para evitar la bulla?



Me levanté para ir yo mismo con la decisión de intervenir, pero también me detuve. Pensé: ¿Y si nuestro gerente comercial que se aloja en la suite interviniera personalmente a mis compañeros? ¿Y si yo termino tontamente involucrado en un escándalo ajeno, sólo por estar ahí parado entre ellos?



Finalmente y con mucho pesar, me quedé tendido en la cama, prendí el cable, y mantuve mi angustia insomne por quince minutos más.


Los gritos de la mujer y las voces de muchedumbre parecieron desvanecerse poco a poco, como quien baja el volumen de una radio gradualmente hasta apagarla.


Unos minutos más, y el sueño hizo su parte. Presioné casi inconsciente el control remoto, y dormí profundamente hasta las siete de la mañana.


Apenas abrí los ojos, tomé el teléfono. Llamé a Renzo, el arequipeño. Él estaba en una habitación cercana a la mía en el segundo nivel, así que tendría que haber sido despertado por el mismo escándalo.


- Buenos días - Renzo respondió el saludo al otro lado de la línea entre bostezos lastimeros. Al preguntarle si había escuchado el escándalo producido por nuestra compañera, Renzo se sorprendió.


- ¿Qué? No sólo no he escuchado nada, sino que me sorprende lo que me dices; anoche estuve estudiando con Chabela y con ella. Nos despedimos como a las once, y se acostaron antes que yo terminara de salir del cuarto. – Agregó Renzo - Parece que sólo tú escuchas estas cosas.


No lo podía creer. ¡Alguien en el hotel tendría que haber escuchado ese escándalo!


Durante el desayuno comentamos con Renzo y demás compañeros lo ocurrido en la madrugada. Patricia y Chabela también se hospedaban en el mismo nivel que nosotros, y ambas juraron haber dormido profundamente. No percibieron ningún ruido, menos un escándalo.


Al mediodía nos graduamos, y nadie recordaba mi extraña experiencia.


Al menos eso creí yo. Luego de almorzar y de trasladarnos al hotel a retirar nuestras cosas, Ho Ming, Renzo, y Carlos, fuimos a relajarnos a un bar tradicional del distrito de Barranco. En una mesita, los cuatro amigos disfrutábamos de un chopp de cerveza helado, burlándonos de las anécdotas y torturantes procesos del entrenamiento.


Mientras conversaba con Carlos, escuché de pronto a Renzo pronunciando mi nombre, por lo que pregunté:


- Socio, ¿Qué problema hay conmigo…?


Renzo respondió: - Estoy hablando de las cosas que has estado escuchando en estas semanas. De lo que te ha pasado anoche.


- ¡Habla! – lo solté como una orden desesperada, reviviendo de pronto mi experiencia - ¿Sabes entonces qué fue? ¿Quién era la mujer que gritaba?


Iba a seguir con las preguntas, pero Renzo hizo un ademán seco con la mano.


- ¡Espera pues, ahora te cuento! – Renzo siguió con su explicación - Resulta que me he hecho amigo de la recepcionista de la tarde, y conversando varias cosas con ella, linda la chica… Bueno, ella me ha contado que los morenos uniformados de la puerta no suben a los otros pisos pasada las ocho de la noche.


- Ya, pero… ¿qué tiene que ver con mi tema? - pregunté inquieto e intolerante.


- Ahora vas a ver, espérate un ratito. - respondió Renzo - Los morenos no suben, te decía, porque a partir de las ocho de la noche comienzan a escuchar los ruidos y las voces – y se rió diciendo - ¡Tremendos morenazos, y se mariconean con la bulla!


Yo estaba perdido en la superficie de la Luna, y aún no entendía la relación entre lo que me había pasado y lo que Renzo no terminaba de explicar. Quería saber quiénes habían sido los protagonistas del escándalo en esa madrugada.


- ¿Y? – le pregunté a Renzo, ahora un tanto alterado - ¡Termina de explicar, pues, que no entiendo!


Renzo alzó la voz, remarcando las palabras: - ¡Te estoy tratando de decir que en ese hotel PE - NANNN…!


Al verme mudo y perplejo, Renzo continuó hablando, sonriente.


- Por ejemplo… los morenos de la puerta escuchan moverse a los ascensores, y observan que nadie sale ni ingresa a ellos.


Algo parecido al agua helada recorrió veloz mi espina dorsal, recordando mi experiencia en la azotea del hotel con los golpes de articulación en el cuarto de poleas para el movimiento de los ascensores sin pasajeros la noche anterior.


- ¿Los ascensores? - pensé. Sin pizca de aire en mis pulmones, balbuceé - Renzo… lo que escuché en la madrugada… ¿Entonces eran…?


Ho Ming me interrumpió preguntándome:


- Compadre… ¿Entendías algo de lo que decían todas esas voces?


- No… - respondí casi asfixiado.


- ¡Así es, pues! ¡Nunca entiendes lo que ellos hablan!


Me levanté temblando. Tomé de la mesa mis lentes sin razón alguna, y los arrojé otra vez. Todas mis certezas y visiones sobre la vida, la muerte y “la otra vida” giraban alrededor de mi cabeza en una vorágine feroz. Definitivamente, el proceso giratorio se acrecentaba con el innegable aporte de los dos chopps de cerveza libados en los últimos cuarenta y cinco minutos.


- ¡Dios mío! ¿Espíritus? ¡Me han gritado en la oreja!


Mis colegas me miraban inexpresivos, mientras yo seguía gesticulando ridículamente, tartamudeando, sin vergüenza.


- ¡Y la primera madrugada en el hotel! Renzo, Chino, Carlos… ¡yo les echaba a todos ustedes la culpa de esa bulla! – Renzo arqueó las cejas, y me clavó la mirada - ¡Entonces ha sido la misma vaina desde que empezamos la capacitación!


Renzo, Ho Ming y Carlos se miraron entre sí. El Chino se levantó con paternal actitud, puso su mano en mi hombro, y me hizo tomar asiento. Luego los tres elevaron sus jarras, y me invitaron a brindar con ellos.


-¡Salud por las “penas”, aunque mal “se nos peguen”! – dijo el Chino, y soltó una risotada de resignación.


Yo, transpirando más por la adrenalina corriendo por el miedo que por el intenso calor, apuré la cerveza helada de un solo trago en busca del olvido.


Epílogo



A los cuarenta años piensas que ya no hay nada más que te puedan hacer creer, si tú mismo no lo viste o viviste antes. A Ho Ming no le creí, y me permití burlarme de él ante mis colegas de estudio.


La compañía de seguros rescindió posteriormente el contrato de hospedaje que tenía para sus funcionarios y postulantes a vendedores, cambiando por otro hotel en San Isidro. Cuentan que una madrugada se escucharon gritos en la habitación de una postulante. Una colega vecina abrió la puerta que estaba sin llaves ni pestillos, y encontró a la chica con los ojos desorbitados, botando espumas por la boca. Estaba semidesnuda dando correazos al aire, y gritando lisura y media para espantar a las “penas” que le atormentaban todas las noches.


Me pregunto: ¿Seré yo tan sensible como el gordo Ho Ming dice que es? No me imagino tener “pegadas” a mi espalda mil almas errantes, quebradas, quemadas, descompuestas, buscando protagonismo, robando energías y progreso. ¿Será que los cuarenta años son una llave de acceso al baúl de respuestas sobre nuestro destino final? ¿Quizás los seres inmateriales errantes en un mundo que ya no les corresponde, aún ignoran ese destino, y reconocen en cuarentones como yo a un posible enlace para transmitir sus penas y desconciertos?


¿Será un don natural? ¿Lo descubrí yo, o lo descubrieron ellos?


En cualquiera de los casos, no quiero ese don.


A mis cuarenta años, mi relación con ellos podría ser tan cercana y afectuosa como la probable entre una jirafa y una hormiga. No lo podré evitar. Sin embargo, al primer intento de contacto, he decidido seguir prendiendo el cable, o dedicarme a dormir profundamente. Lo haré, aunque ellos insistan, se rían, y se peguen a mi espalda pidiendo lo contrario.


Pero… ¡Cómo! Esperen… ¡No, por favor…! ¡Suél-teeenn-meeee!


FIN



lunes, 17 de noviembre de 2008

HOMENAJE A KAFKA

No hay un solo corredor más largo y profundo, que aquel que nace y muere en la fría oscuridad…
(o "Aquí")
Un cuento de Danilo Gutiérrez Baella. año 2008


Hola, viajero ¿Quieres leer? ¡Adelante...!



Caminaba como siempre, en noche oscura, sin luna…

Mis amigos quedaron atrás… Sólo yo, con mi propio pensamiento, andaba taciturno sin contar mis pasos, creyendo que la vida señalaba la senda, los caminos al andar. Pero esa noche… no.

La neblina de verano ocupaba las plazas. La humedad rozaba mi cara dejando un rocío fresco, casi helado…

Los encuentros y desencuentros del día pasaron a ser historia. Mi aliento joven y agitado resonaba en mi cerebro al compás de mis pasos acelerados, interminable y creciente.

¿Miedo…? No, pero . Algo turbaba el pensamiento, y con vergüenza se delataba en mi temblor de manos, dedos, labios, piel…

De pronto, el silencio. Un silencio profundo e inequívoco alrededor de mi camino, bañado de niebla densa y cada vez más oscura…

Y entonces… ¡un estremecimiento violento en las copas de los ficus, un golpe en el aire cálido y gélido a la vez, que me hace saltar y correr! ¡Correr, correr, sin saber adónde, agitado el pensamiento, confusa la razón, lleno de miedo! Sonidos que no existen sacuden mis oídos, temblores en mis ojos, pupilas que dilatan por un terror infinito que derrama frialdad en la densa e impenetrable niebla…

Cruzo el parque, y el corazón acelera. El pánico abraza mi tórax, la nausea ahoga mi garganta. Algo corre y me persigue... ¡lo sé! Pero no quiero mirar atrás ante el espanto gélido que quiere atrapar mi espalda.

Ya no puedo más… me detengo. ¿Dónde están las luces de la calle, de los autos, de las casas? ¿Dónde está mi casa, mi familia, mi hogar? ¿Qué hago aquí, temblando en paranoia, sintiendo el hielo doloroso del terror en cada hueso de mi cuerpo?

Busco refugio al pié del busto al héroe desconocido que lidera mi parque… ¡Falta tan poco para llegar, y me encuentro tan lejos y perdido! Estando allí, sentado y abrazado al frío mármol del monumento trato de pensar: “¿Quién o qué me persigue?”. Busco instintivamente una respuesta elevando mis ojos al héroe metálico que parece observarme desde arriba…

¡Pero ese frío busto…! Una cara conocida y descompuesta yacía mirándome desde su pedestal. Ojos extraviados y enloquecidos de pavor se torcían al verme. La cabeza colgaba de lado, mirándome con espanto… Los cabellos se extendían con el viento helado hacia arriba, perdiéndose en la niebla oscura, formando parte de la noche…

Ese rostro, esos ojos, esa piel extendida y pálida… ¡ERAN MÍOS! Era yo quien desde arriba, enloquecido, culminaba su persecución y se lanzaba de arriba hacia abajo donde mi otro yo, creyéndome protegido, empezaba a gritar en pánico. Soporté la embestida de esa piel húmeda, cerosa y helada, en fusión conmigo mismo, en terror incomprensible y sin tiempo para pensar.

Aquellos dientes amarillos y descarnados mordían y mordían sin cesar, hambrientos de mí. Gritos pavorosos cubrieron esa noche, mientras mi cuerpo desgarrado, vibrante y mutilado, empezaba a repartirse por las losas mojadas de agua y sangre espesa, cubriéndose lentamente en la niebla…

Y en el silencio se ahogaron los gritos. Entre la niebla, se consumió el parque. Los árboles, las losas, los restos sangrientos esparcidos… todo se convirtió en nada. Y yo, me sumergí en la nada…




Nunca más se supo de mí. Ni mis padres, ni mis hermanos, ni mis amigos… Para encontrarme, quedaría el recorrer mis huellas invisibles a través de aquel parque… preguntarle a la noche de verano, envueltos en la niebla densa, en la horrible oscuridad.


Aquí el temer es inútil. ya no queda qué perder. Aquí ya no existe el tiempo; sólo frío y hambre, mucha hambre...

...y aquí, intruso viajero rendido a la curiosidad, que no pudiste dejar de leer estas líneas… aquí... te estoy esperando.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

CUESTIÓN DE COLOR EN LOS YUNAITES...

Amigos, quizás recuerden esto (sin música en este mail, pero sí la tiene...):

Buenas noches dije a mi hijo pequeño
cuando cansado se acostó
Entonces me dijo con clara voz:
"Papá ¿de qué color es la piel de Dios?"

¿De qué color es la piel de Dios?
¿De qué color es la piel de Dios?

Dije: "Negra, amarilla, roja y blanca, es...
Todos son iguales a los ojos de Dios".

"Dios nos ha dado la oportunidad
de crear un mundo de fraternidad.
Las diferentes razas han de trabajar
unidos, con fuerza, de mar a mar..."

¿De qué color es la piel de Dios?
¿De qué color es la piel de Dios?

Dije: "Negra, amarilla, roja y blanca, es...
Todos son iguales a los ojos de Dios".


Esta cancioncita se escribió en tiempos cercanos al asesinato de Martin Luther King, quien murió no sin antes expresar cuál podía ser el verdadero "sueño americano". Era cuestión de tiempo tener a un presidente de raza negra en USA, y aunque el discurso de Obama no fue el tema racial, seguro habrá muchas más manifestaciones mundiales, útiles o no, con relación a ello.

Y al final... ¿Es eso realmente importante? ¿Solucionará el color de su piel la grave caída de sus enormes inversiones y el consecuente impacto en la economía mundial, los conflictos en el medio oriente y cada lugar donde no sólo Bush ha sembrado paulatinamente conflictos y muerte en función del interés comercial americano que de los propios y ajenos de cada país en los que interviene?

¿Un hombre de cualquier color puede ser "esa promesa" que tanto esperábamos ver para la redención del mundo?

Comparto con mi hermano César Coello aquello que no debemos esperar que un "segundo mesías" nos resuelva los entuertos que el mismo hombre ha creado, para nuestra infelicidad.

¿De qué color es la piel de Dios, entonces? Si somos hechos a Su imagen y semejanza, ¿ser negro, o verde, o violeta nos hará diferentes, y más o menos responsales de nuestro destino?

¿De qué color es la piel de Dios?

Un abrazo,

Dany



http://www.elcomerc%20io.com.pe/%20ediciononline/%20HTML/2008-%2011-05/lea-%20espanol-discurso%20-obama-su-%20triunfo.html
Lea en español el discurso de Obama tras su triunfo
11:11 El nuevo presidente de estados Unidos agradece a sus electores, su familia y presenta los desafíos que tendrá al frente
El triunfo del candidato demócrata Barack Obama marca un hito en la historia de Estados Unidos y, acaso, del mundo. Con su llegada a la Casa Blanca se transforma en el primer presidente afroamericano de esa potencia mundial, cuya corta existencia como nación tiene pasajes marcados por el racismo. Asimismo, expertos han opinado que el gobierno que empezará el aún senador por Illinois es la oportunidad de cambiar la imagen de su país ante el mundo, imagen desgastada durante la gestión de George W. Bush. A continuación le presentamos la traducción al español del primer discurso que Barack Obama dio tras ganar las elecciones presidenciales.
"¡Hola, Chicago!
Si todavía queda alguien por ahí que aún duda de que Estados Unidos es un lugar donde todo es posible, quien todavía se pregunta si el sueño de nuestros fundadores sigue vivo en nuestros tiempos, quien todavía cuestiona la fuerza de nuestra democracia, esta noche es su respuesta.Es la respuesta dada por las colas que se extendieron alrededor de escuelas e iglesias en un número cómo esta nación jamás ha visto, por las personas que esperaron tres horas y cuatro horas, muchas de ellas por primera vez en sus vidas, porque creían que esta vez tenía que ser distinta, y que sus voces podrían suponer esa diferencia.Es la respuesta pronunciada por los jóvenes y los ancianos, ricos y pobres, demócratas y republicanos, negros, blancos, hispanos, indígenas, homosexuales, heterosexuales, discapacitados o no discapacitados. Estadounidenses que transmitieron al mundo el mensaje de que nunca hemos sido simplemente una colección de individuos ni una colección de estados rojos y estados azules.Somos, y siempre seremos, los Estados Unidos de América.Es la respuesta que condujo a aquellos que durante tanto tiempo han sido aconsejados a ser escépticos y temerosos y dudosos sobre lo que podemos lograr, a poner manos al arco de la Historia y torcerlo una vez más hacia la esperanza en un día mejor.Ha tardado tiempo en llegar, pero esta noche, debido a lo que hicimos en esta fecha, en estas elecciones, en este momento decisivo, el cambio ha venido a Estados Unidos.
Esta noche, recibí una llamada extraordinariamente cortés del senador McCain.El senador McCain luchó larga y duramente en esta campaña. Y ha luchado aún más larga y duramente por el país que ama. Ha aguantado sacrificios por Estados Unidos que no podemos ni imaginar. Todos nos hemos beneficiado del servicio prestado por este líder valiente y abnegado.Le felicito; felicito a la gobernadora Palin por todo lo que han logrado. Y estoy deseando colaborar con ellos para renovar la promesa de esa nación durante los próximos meses.Quiero agradecer a mi socio en este viaje, un hombre que hizo campaña desde el corazón, e hizo de portavoz de los hombres y las mujeres con quienes se crío en las calles de Scranton y con quienes viajaba en tren de vuelta a su casa en Delaware, el vicepresidente electo de los Estados Unidos, Joe Biden.Y no estaría aquí esta noche sin el respaldo infatigable de mi mejor amiga durante los últimos 16 años, la piedra de nuestra familia, el amor de mi vida, la próxima primera dama de la nación, Michelle Obama.Sasha y Malia, os quiero a las dos más de lo que podéis imaginar. Y os habéis ganado el nuevo cachorro que nos acompañará hasta la nueva Casa Blanca.Y aunque ya no está con nosotros, sé que mi abuela nos está viendo, junto con la familia que hizo de mí lo que soy. Los echo en falta esta noche. Sé que mi deuda para con ellos es incalculable.A mi hermana Maya, mi hermana Alma, al resto de mis hermanos y hermanas, muchísimas gracias por todo el respaldo que me habéis aportado. Estoy agradecido a todos vosotros. Y a mi director de campaña, David Plouffe, el héroe no reconocido de esta campaña, quien construyó la mejor, la mejor campaña política, creo, en la Historia de los Estados Unidos de América.A mi estratega en jefe, David Axelrod, quien ha sido un socio mío a cada paso del camino.Al mejor equipo de campaña que se ha compuesto en la historia de la política. Vosotros hicisteis realidad esto, y estoy agradecido para siempre por lo que habéis sacrificado para lograrlo.Pero sobre todo, no olvidaré a quién pertenece de verdad esta victoria. Os pertenece a vosotros. Os pertenece a vosotros.Nunca parecí el aspirante a este cargo con más posibilidades. No comenzamos con mucho dinero ni con muchos avales.
Nuestra campaña no fue ideada en los pasillos de Washington. Se inició en los jardines traseros de Des Moines y en los cuartos de estar de Concord y en los porches de Charleston. Fue construida por los trabajadores y las trabajadoras que recurrieron a los pocos ahorros que tenían para donar a la causa cinco dólares y diez dólares y veinte dólares.Adquirió fuerza de los jóvenes que rechazaron el mito de la apatía de su generación, que dejaron atrás sus casas y sus familiares para hacer trabajos que les procuraron poco dinero y menos sueño.Adquirió fuerza de las personas no tan jóvenes que hicieron frente al gélido frío y el ardiente calor para llamar a las puertas de desconocidos y de los millones de estadounidenses que se ofrecieron voluntarios y organizaron y demostraron que, más de dos siglos después, un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no se ha desvanecido de la Tierra.Esta es vuestra victoria.Y sé que no lo hicisteis sólo para ganar unas elecciones. Y sé que no lo hicisteis por mí.Lo hicisteis porque entendéis la magnitud de la tarea que queda por delante.
Mientras celebramos esta noche, sabemos que los retos que nos traerá el día de mañana son los mayores de nuestras vidas -dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera desde hace un siglo-.Mientras estamos aquí esta noche, sabemos que hay estadounidenses valientes que se despiertan en los desiertos de Irak y las montañas de Afganistán para jugarse la vida por nosotros.Hay madres y padres que se quedarán desvelados en la cama después de que los niños se hayan dormido y se preguntarán cómo pagarán la hipoteca o las facturas médicas o ahorrar lo suficiente para la educación universitaria de sus hijos.Hay nueva energía por aprovechar, nuevos puestos de trabajo por crear, nuevas escuelas por construir, y amenazas por contestar, alianzas por reparar.El camino por delante será largo. La subida será empinada. Puede que no lleguemos en un año ni en un mandato. Sin embargo, Estados Unidos, nunca he estado tan esperanzado como estoy esta noche de que llegaremos.Os prometo que, nosotros, como pueblo, llegaremos.
Habrá percances y comienzos en falso. Hay muchos que no estarán de acuerdo con cada decisión o política mía cuando sea presidente. Y sabemos que el gobierno no puede solucionar todos los problemas.Pero siempre seré sincero con vosotros sobre los retos que nos afrontan. Os escucharé, sobre todo cuando discrepamos. Y sobre todo, os pediré que participéis en la labor de reconstruir esta nación, de la única forma en que se ha hecho en Estados Unidos durante 221 años bloque por bloque, ladrillo por ladrillo, mano encallecida sobre mano encallecida.Lo que comenzó hace 21 meses en pleno invierno no puede terminar en esta noche otoñal.Esta victoria en sí misma no es el cambio que buscamos. Es sólo la oportunidad para que hagamos ese cambio. Y eso no puede suceder si volvemos a como era antes. No puede suceder sin vosotros, sin un nuevo espíritu de sacrificio.
Así que hagamos un llamamiento a un nuevo espíritu del patriotismo, de responsabilidad, en que cada uno echa una mano y trabaja más y se preocupa no sólo de nosotros mismos sino el uno del otro.Recordemos que, si esta crisis financiera nos ha enseñado algo, es que no puede haber un Wall Street (sector financiero) próspero mientras que Main Street (los comercios de a pie) sufren.En este país, avanzamos o fracasamos como una sola nación, como un solo pueblo. Resistamos la tentación de recaer en el partidismo y mezquindad e inmadurez que han intoxicado nuestra vida política desde hace tanto tiempo.Recordemos que fue un hombre de este estado quien llevó por primera vez a la Casa Blanca la bandera del Partido Republicano, un partido fundado sobre los valores de la autosuficiencia y la libertad del individuo y la unidad nacional.Esos son valores que todos compartimos. Y mientras que el Partido Demócrata ha logrado una gran victoria esta noche, lo hacemos con cierta humildad y la decisión de curar las divisiones que han impedido nuestro progreso.Como dijo Lincoln a una nación mucho más dividida que la nuestra, no somos enemigos sino amigos. Aunque las pasiones los hayan puesto bajo tensión, no deben romper nuestros lazos de afecto.Y a aquellos estadounidense cuyo respaldo me queda por ganar, puede que no haya obtenido vuestro voto esta noche, pero escucho vuestras voces. Necesito vuestra ayuda. Y seré vuestro presidente, también.Y a todos aquellos que nos ven esta noche desde más allá de nuestras costas, desde parlamentos y palacios, a aquellos que se juntan alrededor de las radios en los rincones olvidados del mundo, nuestras historias son diversas, pero nuestro destino es compartido, y llega un nuevo amanecer de liderazgo estadounidense.A aquellos, a aquellos que derrumbarían al mundo: os vamos a vencer. A aquellos que buscan la paz y la seguridad: os apoyamos. Y a aquellos que se preguntan si el faro de Estados Unidos todavía ilumina tan fuertemente: esta noche hemos demostrado una vez más que la fuerza auténtica de nuestra nación procede no del poderío de nuestras armas ni de la magnitud de nuestra riqueza sino del poder duradero de nuestros ideales; la democracia, la libertad, la oportunidad y la esperanza firme.
Allí está la verdadera genialidad de Estados Unidos: que Estados Unidos puede cambiar. Nuestra unión se puede perfeccionar. Lo que ya hemos logrado nos da esperanza con respecto a lo que podemos y tenemos que lograr mañana.Estas elecciones contaron con muchas primicias y muchas historias que se contarán durante siglos. Pero una que tengo en mente esta noche trata de una mujer que emitió su papeleta en Atlanta. Ella se parece mucho a otros que guardaron cola para hacer oír su voz en estas elecciones, salvo por una cosa: Ann Nixon Cooper tiene 106 años.Nació sólo una generación después de la esclavitud; en una era en que no había automóviles por las carreteras ni aviones por los cielos; cuando alguien como ella no podía votar por dos razones -porque era mujer y por el color de su piel. Y esta noche, pienso en todo lo que ella ha visto durante su siglo en Estados Unidos- la desolación y la esperanza, la lucha y el progreso; las veces que nos dijeron que no podíamos y la gente que se esforzó por continuar adelante con ese credo estadounidense: Sí podemos. En tiempos en que las voces de las mujeres fueron acalladas y sus esperanzas descartadas, ella sobrevivió para verlas levantarse, expresarse y alargar la mano hacia la papeleta. Sí podemos. Cuando había desesperación y una depresión a lo largo del país, ella vio cómo una nación conquistó el propio miedo con un Nuevo Arreglo, nuevos empleos y un nuevo sentido de propósitos comunes. Sí podemos.Cuando las bombas cayeron sobre nuestro puerto y la tiranía amenazó al mundo, ella estaba allí para ser testigo de cómo una generación respondió con grandeza y la democracia fue salvada. Sí podemos.Ella estaba allí para los autobuses de Montgomery, las mangas de riego en Birmingham, un puente en Selma y un predicador de Atlanta que dijo a un pueblo: "Lo superaremos" . Sí podemos.Un hombre llegó a la luna, un muro cayó en Berlín y un mundo se interconectó a través de nuestra ciencia e imaginación.Y este año, en estas elecciones, ella tocó una pantalla con el dedo y votó, porque después de 106 años en Estados Unidos, durante los tiempos mejores y las horas más negras, ella sabe cómo Estados Unidos puede cambiar.Sí podemos.
Estados Unidos, hemos avanzado mucho. Hemos visto mucho. Pero queda mucho más por hacer. Así que, esta noche, preguntémonos -si nuestros hijos viven hasta ver el próximo siglo, si mis hijas tienen tanta suerte como para vivir tanto tiempo como Ann Nixon Cooper, ¿qué cambio verán? ¿Qué progreso habremos hecho?.Esta es nuestra oportunidad de responder a ese llamamiento. Este es nuestro momento.Estos son nuestros tiempos, para dar empleo a nuestro pueblo y abrir las puertas de la oportunidad para nuestros pequeños; para restaurar la prosperidad y fomentar la causa de la paz; para recuperar el sueño americano y reafirmar esa verdad fundamental, que, de muchos, somos uno; que mientras respiremos tenemos esperanza. Y donde nos encontramos con escepticismo y dudas y aquellos que nos dicen que no podemos, contestaremos con ese credo eterno que resume el espíritu de un pueblo: Sí podemos.
Gracias. Que Dios os bendiga. Y que Dios bendiga a los Estados Unidos de América."