lunes, 27 de octubre de 2008

UNA ORACIÓN...

ORACIÓN
Por Danilo Gutiérrez Baella (Año 2005, revisado en 2008)


Gracias Señor por haberme permitido hoy comprender tantas cosas…


He visto a mi pequeña reír al despertar, y reclamar su beso tibio de madrugada antes de empezar el día.


He visto el sol atravesar esa nube que ahora ilumina con ribetes dorados y fondos grises, impactando con sus rayos las montañas y creando el contraste de color que llena mis momentos de tensión y los cambia por fascinación.


Hoy he sabido Señor que si aún tengo padres, es porque Tú me regalas con sus años cada segundo de tu Sabiduría. Que aunque los tenga lejos, siempre están a mi lado, y cuando los vea partir hacia Ti, marcarán el Camino de Amor que deberé seguir sin temores de quedar en soledad. Su semilla siempre vibrará en mí como cuando me engendraron, llenos de Ti, Señor.


He visto hoy sonreír al amigo. Ese amigo al que nunca esperas, pero que siempre está ahí. Ese amigo que sabiendo que mortales somos y que un día no me verá, ansía escuchar mi voz y recibir mi aliento aliviando males de su alma que quizás nunca llegaré a conocer.


He visto que existe un sol detrás del smog, y que es hermoso sentirlo calentar mi frente al asomarse con timidez.


Observo que hay flores rojas, violetas y blancas adornando el negro hollín de las paredes que sostienen ese pequeño balcón…


Y, finalmente, he comprendido que la esperanza, esa que Tú nos das Señor, no existirá si nosotros mismos no miramos por una sola vez a la inmensidad de tu Cielo, y luego la extendemos con emoción hacia los ojos de un niño… ¿Qué experiencia humana más bella se compara al estar aquí, entre el Cielo y los dulces ojos de un niño?


Por eso hoy, Señor, aún temblando sobre este dintel altísimo, miro los pisos que pretendía recorrer hasta el duro concreto de las calles bajo mis pies. Calles pequeñas, hormigueantes de gente apurada que no espera ver caer pesadamente mi cuerpo descontrolado interrumpiendo su alocado andar…


Hoy señor, retrocedo uno, dos y tres pasos. He decidido aspirar todo el aire que regalas a mis pulmones renacidos e ir en busca de esos ojos de niño, ya que en los míos, tu inmenso Cielo quedó prendado para siempre.


Y embelesado por tu sublime Amor, te pido con estas lágrimas puras… ¡PERDÓN SEÑOR!


Hoy vuelvo a vivir en Ti, y para Ti.


AMÉN.

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