miércoles, 30 de diciembre de 2009

MI RETORNO AL MAR







Crónica personal por Danilo Gutiérrez Baella

Mes de diciembre, año 2009

Luego de realizar el martes ocho de diciembre mi Bautizo consciente en Xto. en el mar de Agua Dulce en Chorrillos, tomé la decisión de no quedarme siempre en la orilla realizando tomas fotográficas a las logradas pruebas de surfismo de mi Hermano Zelmar sobre su tabla Long Board blanca. Mi Ministerio es el de Tablistas para Cristo con los niños y adolescentes de Alto Perú, y sabía que debía corresponder a la actividad que me involucra, luego de servir al Señor: el Surf.

Makaha era la playa obligada para reiniciar mi retorno oficial al mar. A los 47 años de edad, alrededor de treinta que no volvía, y siendo el domingo 20 de diciembre recibí de Zelmar mi primer traje de surfer y una lycra adecuada para la ocasión. También me prestó un par de booteens, otro de aletas, y finalmente la Morey Boogie (también llamada "corcho" en la jerga surfera). Aprendí a colocarme toda la indumentaria, dejando las aletas para el momento final, y me apliqué la crema bloqueadora necesaria para afrontar mi primera bronceada de verano.

Zelmar me enseñó a aplicar la cera especial sobre las tablas, y de inmediato iniciamos el proceso de calentamiento corporal, previo al ingreso al mar. Estos ejercicios van comprometiendo en forma gradual cada parte del cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Estiramientos de cada miembro, empezando por el cuello, finalizando con treinta "polichenelas" que me dejaron con la lengua afuera. Hubo un momento, sentados sobre nuestros muslos flexionados, en que Zelmar y yo aprovechamos para elevar una oración de agradecimiento al Señor por tanta belleza frente a nuestros ojos, y el regalo que nos daba de poder disfrutarla así, sin más.

Viéndome bien, ya no estaba ese monte de cabello castaño sobre mi cabeza, marcado por un cerquillo de lado que ocultaba la mitad de mi frente. Tampoco se dibujaban las líneas abdominales ni dorsales de aquel entonces, ni las de mis pectorales delineados que denotaban juventud y actitud física total. Ahora, todo se reemplazaba por tantos kilos de más como años habían transcurrido, con una frente ancha e inacabable con brillos de piel al sol, sendos "flotadores" laterales, cuello de pelícano en reposo, y músculos dormidos por el implacable tedio de la gran ciudad. Sin embargo, mi mirada se resistía a creerlo, y el tiempo se disolvía ante las emociones que empezaban a revivir.

Estábamos listos, llegaba la hora de ingresar al mar. Caminamos sobre las piedras negras y brillantes de Makaha, y nos detuvimos en el talud formado en su orilla para colocarme las aletas. Parecíamos dos viejos guerreros vestidos en jebe negro, tablas afirmadas al brazo y tobillo derechos, resueltos a enfrentar el destino de aventuras conocidas en esas mismas aguas tantos años atrás. Las plantas de los pies me dolían al contacto con las piedras, pero no pronuncié ningún sonido ni queja en respeto al momento maravilloso que se nos brindaba.

Descendimos de lado para no caer con las piedras que rodaban, y disfruté de la primera caricia refrescante en mi rostro, la misma que traía consigo el sabor a mar. Cada reventón sobre las piedras provocaba esa lluvia previa que anunciaba la entrada. Una vez ingresado hasta la cintura, monté horizontal sobre la Morey, e inicié mis braceos y pataleadas hacia el horizonte inmediato, aquel donde las olas se forman y revientan en espumas embravecedoras.

Al principio atravesé cada espuma que encontraba en contra, disfrutando de la frescura marina que cubría todo mi cuerpo envejecido, pues me sentía totalmente revitalizado. Pero a lo largo de mi travesía, la respiración se hacía más difícil, y mi pecho presionado contra la tabla no me permitía aspirar mejor. Noté que mi nariz se tapaba, y que desde hacía un buen rato sólo aspiraba el aire por la boca, situación que complicaba la situación. Entonces decidí superar esto, y vencer mi cansancio, apoyando mis antebrazos sobre la Morey, y desbloqueando mi nariz con sendos ejercicios de respiración. Luego, practiqué el aspirar por la nariz, y expirar por la boca tres veces. A la cuarta vez realicé lo mismo, pero nuevamente echado, braceando y pataleando en forma sincronizada hasta alcanzar a Zelmar quien al momento ya había corrido un par de olas y retornado mar adentro en su Long Board con la misma facilidad de quien monta una bicicleta o maneja un auto.

Apareció una primera ola "corrible", y Zelmar me alentó a que la subiera con la Morey. Lo intenté, pero todo quedó atrapado en la espuma. Otra ola más, pero al llegar sólo fue un pequeño tumbo. Pasaron unos minutos en los que me quedé viendo el cielo azul de ese día, los acantilados miraflorinos de la Costa Verde, los altos edificios asomando sobre ellos, el puente Villena Rey al lado izquierdo, un enjambre de parapentes multicolores sobre todo ello, los autos, la gente, la playa negra de piedras brillando al inicio del mar...

Hubo un silencio, y luego un rugido; sólo escuché la voz de Zelmar gritar desde su posición: "¡Dany! ¡Agárrate esa ola! ¡No la pierdas!". Le hice caso sin mirar atrás, escuchando acercarse el estruendo. "¡Bracea, Dany! ¡No dejes de bracear! ¡Córrela!". Un impulso violento a mis espaldas me dispararon hacia la orilla lejana, y apliqué las formas que Zelmar previamente me había enseñado, a pesar del agua que empezaba a tragar y a bloquear mi vista. También, se pusieron a disposición de mi mente viejas herramientas y estilos guardados de aquel entonces sobre mi antigua Pitty Tabla de espuma plástica sobre la que corrí tantas olas en tantas playas de mi adolescencia dorada.

Apreté la proa hacia abajo y me deslicé raudo sobre la espuma atropellada. Mis ojos se entrecerraron y mi corazón se aceleraba con un gozo conocido, una adrenalina familiar. Así inicié formalmente mi regreso al mar, ganándome el derecho de cabalgar otra vez sobre sus olas llenas de vida, llenas de amor de Dios. Y fueron tres olas más, y mucho cansancio mezclado con alegrías de niño viejo, con ilusiones que jamás habían muerto, con el sentirme vivo yo mismo otra vez.

Son varias las oportunidades que ahora tenemos con Zelmar de bajar a correr olas en Makaha, y lo hacemos compartiendo alegrías con mis sobrinos y otros Hermanos de TPC Alto Perú con los que nos encontramos en el mar. Hoy miércoles, una avería en la camioneta no nos permitió hacerlo, y por eso tengo el tiempo para escribirles todo esto con la inspiración que el Señor me da para hacerlo.

Zelmar ha anunciado que en este fin de semana la Morey Boogie estará ocupada por mi sobrino en un campamento por año nuevo. Quiere decir que acudiremos igual a Makaha a correr... en tabla Surf. Nuevas aventuras, nuevas experiencias, si Dios lo permite. Quienes me estén siguiendo hoy, sabrán en detalle lo que en ese fin de semana ocurra a través de una siguiente crónica, lo prometo.

Hasta la próxima, mi Bro! Y que el Señor les bendiga infinítamente...

Invito a visitar http://www.tpcaltoperu.com/ ¡Está genial y refrescante! ¡No lo dejes de ver!

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