domingo, 5 de septiembre de 2010

LA OPINIÓN DEL PATILLO...

Crónica de un surfero en pañales, por Danilo Gutiérrez Baella. Mes de setiembre, año 2010.



Una de las primeras sorpresas que me dió la experiencia de retornar al mar de Makaha después de largos treinta años, fue el reconocer que la fauna costera en estas playas integra actualmente especies que en la década de los 70's no solían verse tan cercanas.
Por ejemplo, meses antes de iniciar mis actividades surferas, fuí testigo de una escena maravillosa desde lo alto del Malecón Cisneros en Miraflores: en el mar de la playa Punta Roquitas, viendo a mi izquierda flotaban, se desplazaban y corrían olas un grupo de quince a veinte tablistas. Mirando a mi derecha y en forma simultánea, una manada de enormes delfines de lomo negro retozaba, saltaba, e igualmente corrían olas a escasos metros de los surferos. Una escena así no era posible de ver en mis tiempos de adolescente en los frentes del circuito de la Costa Verde de Lima, pues entonces los delfines se mantenían a muchos metros mar adentro siguiendo las corrientes de cardúmenes y otros alimenticios para ellos evitando encontrarse con el hombre que solía atacar su marcha pacífica, espantándolos y hasta cazándolos para el consumo humano en forma clandestina.


Es fácil distinguir también la diversidad de especies de aves marinas que visitan por muchas horas ciertas playas de la Costa Verde de norte a sur, particularmente las miraflorinas Punta Roquitas, Pampilla, Waikiki, Makaha, Redondo y el resto de ellas camino a Barranco. En algunas zonas el blanco guanero es tan intenso como el olor clásico que lo identifica, y está presente en postes, cables, letreros y veredas del circuito. Las gaviotas siempre estuvieron presentes, pero el tamaño y audacia de estas pareciera haber aumentado con los años. Uno no puede comer una bolsita de Papas Chips o Tortees en los puestecitos de venta, sin tener dos o tres gaviotones revoloteando o cuadrándose a un metro frente a uno a la espera de su cuota de comida chatarra.


Igualmente, en mi corta e intensa experiencia surfera en Makaha y otras playas desde el 2009, existe un ave que ya es parte de la familia de humanos y animales que conviven ahora armoniosamente en el mar: el Piquero. De chico a este pájaro le llamábamos "patillo", pues al reposar sobre el mar adopta una postura muy parecida al del pato silvestre de laguna. Pero en realidad, las características del Piquero son muy diferentes a la de un pato. El color es negro, de cuello muy largo, y de pico extenso diseñado por Dios para la caza y absorción inmediata de peces pequeños. Justamente, también debido al aumento de peces Liza que brincan a montones dentro del área surfera de Makaha y demás playas, motiva la incursión confiada y hasta atrevida del Piquero en grupos de dos y hasta de cuatro aves nadando en las zonas de extrema actividad surfera, donde el tablista entra y sale remando constantemente, y donde las olas suelen terminar su recorrido lamiendo las orillas de la Costa Verde.


No es raro entonces remar sobre la tabla y encontrarse con un Piquero desplazándose al lado. A veces confieso haberme sobresaltado al ser visitado por un lomo negro mojado y rugoso cruzando mi camino raudamente, paralelo a las olas. Es el Piquero, con el cuello y cabeza totalmente sumergido en proceso de pesca submarina, en búsqueda visual sobre los lechos de piedra marina donde el pez Liza se esconde de su cazador. Igualmente es común el estar remando a punto de subir uan ola, y verse sorprendido por un Piquero cayendo como flecha negra del cielo al mar en la nariz del surfero.


Estos aspectos son divertidos, cautivantes. Son parte de la vida en el mar, y los delfines, gaviotas, peces Lizas y Piqueros se convierten en un brother más de la comunidad surfera.


Traigo a propósito una anécdota reciente por la cual delataré una vez más mis rutinas inexpertas dentro del mar, pero felices a bordo de la Long Board que me acompaña. Cada vez que me encuentro cansado de remar por no poder avanzar en busca de olas, suelo sentarme como un jinete sobre la Long Board. Así espero que la racha de reventazones pasen, y me permitan seguir remando. Al hacerlo, mantengo la punta de la tabla hacia el horizonte, y enfrento cada reventazón sentado, dosificando la adrenalina que corre en aumento por mi cuerpo. Algunas espumas vienen más fuertes que otras, por lo que en todos los casos "hago peso" apoyando las manos sobre la tabla hacia adelante para evitar se descontrole en el impacto con la reventazón. En esos momentos relativamente largos, aprovecho de aspirar todo el aire oceánico que pueda, admirar la obra de Dios, y orar. Asímismo, estudio las olas, y observo a los "pro" surferos correr eficientes en sus tablas para ir asimilando, aprendiendo, y tomando modelos a seguir después. Cuando por fin se aplana un tanto el frente marino, vuelvo a tenderme horizontal renovando con nuevo vigor mis braceadas.
Esta vez regresaba de correr una olita simpática y larga que por poco me desembarca sobre la orilla pedregosa de Makaha. Faltaba mar para seguir corriendo, así que tomé rápidamente asiento sobre la Long Board, respiré un tanto, y enderezando la tabla volví al braceo intenso para repetir mi pequeña hazaña. Al avanzar, sentí que la aventura se hacía difícil de retomar, pues el mar había crecido un poco más y el oleaje se había vuelto disparejo y constante.
Fue así que a medio camino, tuve que detenerme a tomar aliento sentado sobre la Long Board. Un Piquero retozaba cerca a mí, yendo y viniendo entre las olas y yo. Cada vez que venía una reventazón, el Piquero y yo repetíamos la misma danza: el ave se sumergía antes de tomar contacto con las espumas rugientes, y yo asentaba la punta de la tabla hacia adelante para enfrentarlas. Pasaron dos o tres reventazones, cada cual más fuerte que la otra. La última me obligó a remar un poco hacia adentro, pues la corriente que seguía a las olas me hacían retroceder lo avanzado.
Y el Piquero seguía cruzando inmutable delante de mí, y a la siguiente reventazón se sumergía con prudencia, y yo asentaba la punta de la Long Board para enfrentarla sentado...
Entonces, una ola de regular tamaño explotó con violencia a unos ocho metros de mi posición. Si bien es cierto se quebró mi tranquilidad al ver lo que venía reventando, dentro surgió una voz llena y altanera que me dijo: "¡Hey! Tú has pasado reventazones más fuertes... ¡Esta espuma no es nada! La Long Board es de 9"... ¡Pásala sentado!". Entonces me aferré a la Long Board, muy seguro de enfrentar la gran espuma que corría impetuosa como estampida de toros.
Como era de esperar, el Piquero apareció impasible nadando entre la Long Board y la nueva espuma que casi nos tocaba. Yo esperaba que se sumergiera como siempre, para también apoyarme sentado como siempre. Pero esta vez el Piquero paró en seco; torciendo el pezcuezo, me miró. Luego miró la ola revoltosa y grande que venía, y lanzando un alarido de alerta, voló batiendo las alas con furia dejándome solito con el mar...
Mientras la Long Board se disparaba apuntando al cielo, y mi calva sumergida era peinada recorriendo de cabeza los fondos pedregosos de Makaha, mis pensamientos se mezclaban tragando sal, recordando la sapiencia natural del Piquero. Ahora sé que siendo aún inexperto en las lides surferas, deberé escuchar una segunda opinión al tomar ciertas decisiones frente a las olas.
Escucharlas siempre, aunque estas provengan de un "patillo".
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Danilo Gutiérrez Baella, setiembre de 2010


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