martes, 1 de junio de 2010

LA PARTIDA, un cuento de Danilo Gutiérrez Baella (Junio 2010)

Priscila tomaba el sombrero de paja con firmeza, y lo apretaba sobre su vientre duro y seco. Una lágrima impotente recorría la piel, imparable, desvergonzada, fresca sobre el rostro curtido por el sol y la arena salitrosa de la costa norteña. La mirada fija de Priscila no dejaba libertad al parpadeo. El viento arrastraba el polvillo muerto que cubría la lápida y caída por los bordes hasta cubrir el epitafio, rozarlo, y desaparecer en el universo terroso del viejo cementerio de Huanchaco.

"No cumpliste tu promesa, Plumita...", murmuraba inexpresiva al leer el nombre del amado inscrito en letras negras a sus pies, hundidas sobre la gruesa placa de bronce recientemente instalada a inicios del verano. La lágrima escapó de su mejilla, y estampó su sello cristalino en el frío metal.

"Te dejaste llevar, Plumita. Te dejaste vencer, y me dejaste sola. Dijiste harías lo imposible por seguir, pero doblegaste, mi amor. No lo hiciste... no pudiste." Priscila bajó su rostro reseco, y los mechones grises y dorados de su largo cabello lo cubrieron parcialmente sin que ella se inmutara por ello. Dobló sus rodillas, y retiró las flores arrugadas que aún quedaban del día en que enterraron a Esteban, el popular Plumita, para reemplazarlas con las nuevas que traía envueltas en papel de periódico matutino.

Priscila dio una última mirada a la tumba de su esposo, viejo compañero de vida en la tierra y en el mar, y enrumbó colina abajo, casi rozando la pequeña iglesia colonial de Dean Saavedra, hasta alcanzar las callecitas estrechas de Huanchaco. Se perdió entre el bullicio de los taxis, carretillas, camionetas y de la gente que cruzaba las esquinas. Avanzó algunas cuadras más, alcanzando las veredas del malecón. Un poco más allá, ubicó con la mirada la fiel Land Rover Foreigner 4x4 de color azul, testigo ella de sus andanzas surferas con Esteban. Subió al vehículo con la destreza de un jinete pronto a cabalgar, y derrapeando las ruedas sobre la piedrilla suelta en la calzada, abandonó el balneario con premura, rumbo al norte, camino a Paiján.

Una hora y media después, Priscila leyó como tantas otras veces el letrero de desviación de la carretera Panamericana Norte hacia Paiján. Siguió la ruta zigzagueante desde la entrada cruzando el pueblo hasta alcanzar la pista afirmada y polvorienta que la conduciría a Puerto Chicama, tradicionalmente conocido como Malabrigo. Al llegar, una callecita estrecha que desembocaba en pleno malecón la guió en derrotero hasta su hogar. Allí estaba su casa, casi una cabaña construida una sobre otra con palos de eucalipto y bambú gruesos, carrizos trenzados y clavados en los pasadizos internos, redes de pescador adornando los espacios abiertos, y troncos sujetando las seis tablas Longboard y Funboard de ella y Esteban, ubicadas en plena sala principal. Conchas Spondylus y caracolas, totems de madera negra de todo tamaño, fotos enmarcadas de revistas viejas, y muchos cachivaches recogidos de la playa y del surf fungían de adornos en paredes y pisos por donde hubiera un hall o salidas al patio interior.

Priscila cargó su mochila con dos botellas de bebidas hidratantes, una mano de plátanos, una toalla gigante, un par de tacos de cera para tabla, pita y bloqueador solar. Se desnudó por completo en su habitación, y vistió su wetsuit de jebe negro y granate con la rapidez de quien se pone un suéter. Guardó también una camiseta surfera Boz de lycra, y abandonó la casa rumbo a la playa sur.

El muelle de Malabrigo carecía de actividad, y la gente en multitud se entretenía bañándose en las orillas del mar, disfrutando de bebidas frías "al polo" y helados de toda marca y procedencia, así como ceviches y tiraditos en los pequeños restaurantes repartidos por el malecón. El sol caía a pique sobre las cabezas de los veraneantes, y la alegría y vivacidad del mundo joven contrastaba con la decadente apariencia de las casas antiguas, nostágicos vestigios de una industria local abandonada e inservible entremezclada con la incipiente urbanidad del lugar. Los muchachos saltaban al mar con sus tablas surf, y muchas chicas en menudos bikinis y tangas multicolores les seguían con la mirada, planeando aventuras con ellos cuando la fiesta natural del día y del calor hubiera terminado..

Priscila estaba acostumbrada al verano en Malabrigo, y toda su parafernalia vacacional. Ella casi no se daba cuenta de nada cuando se trataba de enrumbar a la playa sur con la Longboard de ocho pies bajo el brazo. Una vez vestida y preparada para el mar, fijaba su atención en el mar. Todo lo demás dejaba de existir. Así fue siempre desde antes de conocer a Esteban lanceándole involuntariamente en una hermosa ola que formaba una campana. Priscila quebró en el choque la tabla hawaiana que él montaba, 38 años atrás. Así se conocieron, y así se amaron en esa misma noche en una pasión entregada y total que terminó abruptamente con el cáncer de páncreas de Esteban, y su inevitable partida al más allá.

El viento de Malabrigo batallaba por arrebatarle la Longboard a Priscila. Ella daba pasos firmes y estables en la arena, clavándose decidida en ella camino al Point. El poder desarrollado en sus brazos a través de tantos años de deporte acuático no permitían a la Longboard siquiera torcer la punta un milímetro ante ese viento terrible, y se sometía a la dirección de su dueña en los barrancos pedregosos de la playa sur. El gran molino blanco de energía eólica giraba sus paletas con fuerza sobre el pequeño morro que marcaba el camino del Point.

Unos pescadores amigos recibieron a Priscila entre las negras y resbalosas rompientes del mar, y luego que ella se apoyara sentándose sobre una roca para encerar la tabla, dejó la mochila con sus prendas al cuidado de ellos. Tomando nuevamente la Longboard, ejecutó un salto espectacular desde la piedra al mar, y su cuerpo, apoyado ahora sobre el navío de ocho pies, se convirtió en una potente máquina de avance con los brazos girando como dos fuertes ruedas de molino sobre el agua, desafiando el violento oleaje. Al cabo de unos minutos Priscila había desaparecido de la vista de los pescadores sobre el mar embravecido, rumbo a la aventura.

Priscila observaba el movimiento de las corrientes que la llevaban implacable de sur a norte, y no podía desaprovechar oportunidades de subir a las mejores olas sobre las que ya había empezado a remontar. Apenas se irguió una ola de tres y medio metros a su espalda, Priscila remó con fuerza, apoyó sus manos, estiró los brazos, ladeó de un salto su cadera, y pisó con firmeza la fibra fresca de su tabla. Como un bólido, Priscila y su Longboard color dorado recorrían un hermoso tubo de izquierda a derecha, levantando una de sus manos para tocar el techo que formaba la ola sobre ella. Para Priscila, no había sensación más maravillosa que sentir el spray del viento sobre el mar salpicando su rostro, y dibujar una línea efímera y cortante con sus dedos en el agua al surfear.

Hasta antes de saberse enfermo, y aún padeciendo, el Plumita Esteban y ella compartían esos momentos como uno solo, como si sus tablas y sus cuerpos se fusionaran en la ola, y en forma perfecta y controlada llevaran sus carreras locas hasta el final.

- Te extraño, Gringota... - la voz cascada y profunda de Esteban ocupó el cerebro y el corazón de la surfista, quebrando su atención fascinada sobre la ola.

"¡PLUMITA!", gimió Priscila en alta voz, y un torrente involuntario de lágrimas brotaron de sus ojos turbando la visión de la mujer. Al descontrolar su posición estable, la tabla torció su trayectoria natural con brusquedad. Intentó elevar la Longboard sobre la pared de agua en la búsqueda de un flying desesperado (como los hacía en vida su esposo), pero ya era muy tarde; la cresta del tubo se adelantó a la maniobra y aplastó a Priscila contra su tabla. Priscila fue revolcada despiadadamente, infinitamente, con ahogo y dolor. Trató de salir a la superficie, pero la cuerda atada de la Longboard a su pié izquierdo le tiraba con fuerza. Esta vez, la Longboard elegía la ruta a seguir y llevaba a Priscila consigo por los fondos y turbulencias del mar.

Entre volantines y tirabuzones, un brevísimo instante de libertad permitió a Priscila asomar el rostro sobre las espumas tumultuosas de la enorme reventazón, pero la esperanza de vida fue vana al aspirar más agua que aire, sintiéndose perdida, exhausta, dejándose llevar.

"Plumita... ¿qué me has hecho? ¿dónde estás, mi amor?".

Una sensación de adormecimiento dominaba su cerebro. La arena empujada por el viento intenso sobre la orilla se clavaba en el rostro de Priscila como si fueran millones de agujas a la vez, despertándole. El sonido del mar lamiendo las arenas de la playa se hacía más cercano. El sol estaba pleno sobre ella, calentando su cuerpo quebrantado por la furia del océano.

Enfrentando al mareo, Priscila apoyó sus codos en la suave arena y se incorporó hasta quedar sentada sobre sus muslos. Una corriente eléctrica sacudió su columna vertebral, y lanzó una exclamación ahogada de sorpresa y pavor.

Estaba totalmente desnuda, sin wetsuit ni Longboard dorada a la vista. La playa era Malabrigo, no cabía duda, pero sólo existía eso... una larga extensión de playa y barrancas bajo el sol ardiente y un límpido cielo azul. El molino de energía eólica sobre el morro, el muelle, las casas y los hoteles del balneario, la vieja fábrica, la gente, el pueblo... no había nada ni nadie hasta donde la cansada visión de Priscila llegara a distinguir en cada horizonte. En aquellos espacios ahora existían vegetaciones hermosas y desconocidas para ella, con árboles y lianas repletas de flores lilas descendiendo desde lo alto de los acantilados hasta las rompientes. Las rocas negras, su ruta de siempre hacia el Point, se revestía de vida y actividad luciendo lapas negras, estrellas, y cangrejos. La otrora aridez costera aparecía sólo cercana a la orilla de la playa, como contraste cromático ante tantos azules, verdes, lilas, negros brillantes, rojos y brillos tornasolados.

Cientos de gaviotas volaban sobre la orilla, y otros tantos piqueros se lanzaban en pesca hacia las olas. A pocos metros mar adentro, decenas de delfines de lomo negro y parduzco retozaban entre los cardúmenes hirvientes de lisas y pejerreyes, y saltaban acrobáticamente en señal de libertad y alegría. Junto a todo ello entraban y salían traviesos lobos de mar y algunas nutrias, las cuales se iban acercando con prudencia a la mujer que ahora empezaba a ponerse en pie.

Priscila se cubría el busto y el bajo vientre con pudor, como si ese perfecto concierto natural en el cual se encontraba fuera totalmente ajeno a ella. Era absurdo, pero presentía miradas que iban más allá que las que salían de los mamíferos que se acercaban, y le causaba vergüenza y pavor. Retrocedió unos pasos sin quitar la vista de los lobos de mar, y sintió cómo la arena caliente se iba cubriendo de césped bajo sus pies. Volteó sorprendida, y observó lo que parecía ser una selva tropical a sus espaldas. Otra clase de mamíferos terrestres andaban trotando y descansando tranquilamente en las laderas de los acantilados, comiendo frutas metidos entre las lianas, arbustos silvestres y los altos árboles de copas frondosas. El brillo de verdes era intenso bajo el sol, y sus tonalidades eran muchas a la vista de Priscila.

- Gringota...

Priscila dio un respingo, y volteó aterrada. Esteban, su Plumita adorado, estaba allí tan desnudo como ella, y con 40 años menos que cuando se derrumbó ante el cáncer. Una suave barba cubría su rostro, y los ojos tenían una mirada brillante e intensa que desbordaba serenidad y absoluta transparencia.

Priscila corrió instintivamente hacia la foresta, pero se detuvo al ver una bandada de aves salir despavoridas frente a ella. Los animales que reposaban se pudieron en alerta, y otros huyeron con rapidez hacia los barrancos llenos de verde.

- Mi amor, flaquita, no temas. Soy yo, tu Plumita, y no tienes por qué huir. ¡Hey, Gringota!

Priscila se tapó el rostro ante la mano de Esteban que pretendía acariciarle, y se derrumbó entre lágrimas desesperadas. La melena gris y dorada se empapaba entreverada con los dedos cubriendo el llanto, temblando desenfrenadamente.

- ¡No! ¡No puedes ser tú! ¡Yo te he visto morir, viejo y deshecho por el cáncer! ¡Yo te limpié las heridas, y te vestí para tu funeral! ¡No, no! Usted no es mi Esteban... ¿Qué hago yo aquí? ¡Váyase, y déjeme tranquila!

- Priscila, mi amor... escucha mi voz. Mira mi cuerpo desnudo. Reconoce los secretos que sólo tú has visto en el durante todos estos años juntos. Soy Esteban, el mismo Plumita que te amó siempre y que te ama hoy.

Priscila levantó los ojos con temor, y observó los lunares y marcas secretas en la piel de Esteban que ella conocía muy bien, pero las vió casi dibujadas sobre él, porque la piel era perfecta, tersa y lozana... casi como la de un bebé. Extendió su mano, y tocó los lunares. Acarició las marcas, y poco a poco fue desapareciendo en ella el temor, y este se convirtió en un estado de absoluta serenidad. Priscila fue subiendo sus manos, rozando la piel nueva de Esteban, y él la recibió con las suyas, tomándola suavemente por los hombros.

- ¿Esteban...? ¿Eres...? ¿ERES TÚ?

- Sí, mi Gringota. Por siempre soy yo. Te presento el mundo que tú y yo hemos construido con tanto amor por años. No lo imaginé tampoco, pero fue aquí diréctamente donde fui recibido luego de mi partida. Desde aquí te ví llorar, desde aquí se me permitió llamarte y amarte como lo estoy haciendo ahora.

Priscila, sin pensar más, abrazó a Esteban. Lo besó y siguió besándole con tal fuerza que parecía explotarían sus labios.

- ¡Plumita, Plumita...! ¡No comprendo nada, pero no me dejes otra vez! ¡No, por favor mi vida! ¡Sin ti no soy nada! ¡Dime que no estoy soñando y que te perderé otra vez, Plumita! - y explotó nuevamente en sollozos, totalmente adherida a los brazos fuertes de Esteban.

- ¡Hey, gringa, mi amor! Te prometí que no te dejaría, pero el cuerpo humano es mortal, y no superé su limitación. Aquí estoy, contigo, cumpliendo mi promesa.

- Estás conmigo, sí... ¿pero en dónde estamos, Plumita? ¿Qué me has querido decir con que "nosotros" construimos todo esto? Y además... ¿quién nos quitó la ropa? ¿Por qué estás tan joven? - Priscila se atoraba en preguntas alocadamente, y a Esteban no le quedó más que tomarla por los hombros, e imprimirle otro beso tierno en sus labios para acallar su ansiedad.

- Priscila, mi adorada Priscila. Durante nuestras vidas de solteros hicimos locuras con nuestras vidas, tanto en tierra como en el mar. Luego, al conocernos, esta locura se enfocó solamente en cultivar nuestro amor y hacer juntos las cosas que nos han hecho más felices. Muchas de ellas, casi todas en realidad, están relacionadas al surf y al mar.

La pareja de esposos hizo una pausa mutua, y se sentaron tranquilamente sobre la arena. Priscila apoyó su cabeza en el pecho de su amado Plumita, y continuó escuchándole.

- A través de nuestro amor, aprendimos a respetarnos mutuamente, y a respetar a todos. Nuestra vida ha estado llena de buenos momentos, más que los tristes y angustiantes. Esos momentos han estado compartidos con acciones hacia los demás, ¿verdad? Nuestra academia de surf empezó queriendo llenarnos de dinero con todos los extranjeros y adinerados que llegaran a Huanchaco y Malabrigo... sin embargo, poco a poco, nuestros clientes fueron aumentando más por la necesidad de divertirse sanamente de muchos jóvenes y adultos sin mayores medios económicos para contratarnos, que por surferos principiantes que sí los tuvieran.

El rostro de Priscila se tornó más serio... ¿Adónde llegaría Esteban con todo esto? Sin embargo, algo dentro de sí empezaba a vibrar, como si comprendiera la ruta que tomaba esta explicación. Esteban siempre había sido el más sensible al dolor del prójimo, y muchas de sus discusiones de pareja solían iniciarse con algún regalo, descuento o donación de la academia de surf que su Plumita hubiera decidido realizar a la gente sin recursos, sin haber obtenido el consenso previo de ella.

- Año tras año hemos aprendido a vivir holgadamente con lo que teníamos, y lo sabes bien. Nunca nos faltó qué comer, o con qué llevar adelante nuestros proyectos en la vida. Por un buen tiempo pensé, como tú pensabas, que sólo nuestras habilidades particulares para el negocio y la administración, combinadas con nuestra pasión conyugal, eran la "clave del éxito" para lograr todo eso por nosotros mismos.

- ¿Y no ha sido así, mi amor? - interrumpió Priscila.

- Sólo en parte, Gringota, sólo en parte. ¿Recuerdas a Dionisio, el cojito?

Priscila lo recordaba perfectamente. Dionisio fue durante años el portero y guardián de la academia de surf, hombre de confianza de Esteban, y la mano derecha en cualquier gestión o trámite administrativo que ambos tuvieran que realizar. Dionisio no era muy joven, y había sufrido de polio muy pequeño, motivo de su evidente deformidad en una de sus piernas. Sin embargo, bajo la dirección de Esteban, Dionisio aprendió a surfear, y no lo hizo nada mal en todo el tiempo que compartieron la vida con él.

- Una vez sorprendí a Dionisio oculto en la oscuridad de la noche, dentro del garaje de la academia. Estaba agachado y murmurando algo que no pude comprender - continuó Esteban - Me acerqué a él a preguntarle si se sentía mal, o le ocurría algo que quisiera contarme. Dionisio no se inmutó, prosiguiendo en esa extraña postura y murmuración. Reclamé a Dionisio me respondiera, y aún así tomó su tiempo para terminar lo que en ese momento pensé era un arrebato de locura. "Esteban", me dijo tuteándome por primera vez. Y se levantó del suelo... ¡sin ninguna deformidad!

Priscila estaba impresionada por el relato de Esteban. Ella siempre había querido saber por qué Dionisio, así como apareció un día en la academia de surf, había desaparecido repentinamente sin hablarse más de él.

- Me asusté mucho al verlo sonriente, luminoso de pronto en su entorno corporal, y sin ninguna deformidad. "Esteban", me dijo por segunda vez, "es tiempo que conozcas a mi Señor. Esta fue mi última oración por ustedes, pues ya regreso a Sus pies. Su obra aquí ya está iniciada por tus manos y las de Priscila, tu mujer. Pero necesitan conocerle, pues el trabajo realizado será en vano si así no fuere." Yo me quedé paralizado, y de pronto me sorprendí cayendo de rodillas, totalmente abrumado. La mano de Dionisio se posó sobre mi hombro, y me preguntó: "¿Crees en Dios?" Yo respondí sin hablar, porque la voz salió de mi propio corazón. Lloraba, mi amor, lloraba por algo que no entendía, pero que poco a poco, más que asustarme, invadía todo mi interior. Me parecía ver que la luz que emanaba del cuerpo de Dionisio se fusionaba con mi cuerpo, y desaparecía dentro de mí. "Sí, sí creo en Dios", sonó fuera de mí la respuesta de mi corazón. Y Dionisio me pidió que reconociera mi condición de pecador ante el Señor, Priscila, y si yo sabía que Jesús, Hijo de Dios, había perdonado a todos los hombres en la cruz. Como en la primera pregunta, mi amor, la voz de mi corazón brotaba en forma positiva y natural...

A esas alturas, Priscila, viendo de reojo el paisaje que acompañaba el momento, empezó a creer que todo esto era de verdad un sueño de persona en estado de coma, de inconsciencia total. Decidió entonces asumir que al despertar nunca más vería a su amado Esteban, el Plumita. En cualquier momento desaparecerían las sensaciones maravillosas de las que disfrutaba a su lado, y el calor y lozanía tan real que transmitían sus brazos, sus manos, el latido de su corazón dentro del pecho... en cualquier momento se daría cuenta que estaba conectada a algún tubo respirador artificial, y que debería luchar por su vida.

Esteban continuó con su relato

- Acto seguido, Dionisio me pidió que hiciera lo mismo contigo, las mismas preguntas después de establecer una completa relación de amor con Él. Así ambos tendríamos el mismo derecho de ser considerados Hijos de Dios, y lograríamos la salvación de nuestra alma. Me dijo: "Él te ama y se quedará por siempre en esta casa que tú y tu esposa han levantado en Su nombre. ¡Gloria a Dios!". Con esas palabras, Gringota de mi alma, Dionisio caminó en silencio hacia la puerta, la que nunca abrió, pues la atravesó sin dejar rastro en ella.

- Entonces, Esteban... ¿por qué el Señor permitió que sufrieras así como sufriste, y murieras entre tanto dolor? ¿Por qué permitió que me quedara sola, sin sentido en la vida, perdida en mi soledad? ¿Por qué dejó Dios que no cumplieras tu promesa de seguir conmigo siempre?

Una sonrisa maravillosa asomó en el rostro de Esteban - A veces no vemos cuán presente está Él en nuestras vidas, pues la ceguera humana es producto de nuestra propia necedad. Yo tenía que pasar ese dolor, Priscila. Viste que a pesar de ello, mis esfuerzos por ayudar a la gente más necesitada de amor en Malabrigo se intensificaron, y los resultados de nuestra gestión de apoyo a las ausencias de la comunidad desvalida fueron atendidas al más breve tiempo. Mi condición de salud fue un referente para todos los que nos vieron como una actitud perseverante y de fe a continuar, pues como Jesús con todo su dolor, seguí caminando por amor de Él a tu lado hasta llegar mi final en el mundo, pero no en la eternidad. Luego de tu partida del mundo, mi amor, la Obra del Señor en Malabrigo no se detendrá. Malabrigo es la casa a la que el ángel del Señor se refería al decirme en la voz de Dionisio: "... y se quedará por siempre en esta casa que tú y tu esposa han levantado en Su nombre..." .

Luego Esteban, en tono más serio, reprochó amorosamente a Priscila.

- Y tú, Gringota... ¿Cómo puedes preguntarme acerca de mi promesa si me estás viendo aquí hoy, a tu lado, apoyada en mi pecho lleno de amor por ti?

- Pero, entonces... yo también he muerto, y me quedaré por siempre aquí, a tu lado...

- No mi vida. Ni tú ni yo hemos muerto. Acepta al Señor en este mismo momento, y ambos viviremos juntos por siempre en este bello paraíso que el Señor ha dispuesto para todos los que le aman... ¿O es que las olas que ves al frente no te cautivan tanto o más que las que hemos corrido en toda nuestra vida ? Lo verdaderamente hermoso será que te darás cuenta que estamos rodeados de millones de almas puras y santificadas por Él, que aún tu corazón humano no te permite ver. Todos están aquí, a los pies del Señor. Él te está viendo ahora, más cerca que nunca. Ya lo sabrás muy pronto, pero empieza a sentirlo ahora. Entonces mi amor... ¿Crees en Dios?

Priscila se rindió a las últimas palabras de su amado, y bajo su dirección, aceptó al Señor en su corazón. Luego pasaron los momentos más intensos y hermosos que hubieran disfrutado jamás dentro del mar, y fuera de él. Al aparecer las luces de un atardecer inigualable, Esteban anunció a Priscila.

- Gringota, el Señor permite retornes al mundo a continuar Su obra con toda la comunidad. Efectívamente, esto parecerá un sueño lejano para tí. Pero a diferencia de otros sueños, recordarás cada instante vividos al lado del Señor, juntos, y Su promesa de vernos por aquí muy pronto. Da testimonio de ello, recoge más almas para el Reino de Dios - y de inmediato agregó - ¿Vamos a surfear en homenaje a la Creación, mi vida?

- Plumita, ¿Surfear sobre qué? Te recuerdo que mi Longboard desapareció con mi wetsuit en la reventazón...

Esteban soltó una carcajada que cubrió toda la playa, y dominó al viento.

- ¡Priscila de mis amores! ¡Aquí no necesitamos tabla ni wetsuit para surfear! Observa esto...

Dos inmensas lianas llenas de flores cayeron de pronto del acantilado, y corrieron por sí solas al agua que besaba las orillas de la playa. De allí saltaron dos bellísimos delfines, que navegaron raudos mar adentro, y luego volvieron hasta quedar flotando al alcance de los esposos. Esteban tomó de la mano a Priscila, quien libre de temores se dejó llevar por esta nueva aventura acuática. Ambos treparon a los lomos de cada delfín, y a la indicación de Esteban, se pusieron de pie sobre ellos. Cada delfín movió su cabeza alcanzando los extremos de las lianas a Esteban y Priscila, que se enlazaron con suavidad y firmeza en sus manos. Las lianas habían quedado como arneses en los cuerpos de los delfines, y cuando Priscila pensó que había visto todo, vino lo mejor: al fondo, dos enormes ballenas azules hicieron su aparición, ambas atadas a distancia a los delfines por las mismas lianas a manera de riendas, y emprendieron una carrera infinita remolcando a los dos amantes sobre sus delfines, saltando olas y mares hasta llegar al anochecer.

Priscila abrió los ojos, turbada por la luz de la linterna del doctor que la examinaba. Al verla reaccionar, el doctor llamó a una enfermera, y al momento todo un equipo médico del Hospital Regional de La Libertad se acercó a atenderla. Días después, en su casa - cabaña de Malabrigo, Priscila organizaba a las madres de cada joven que laboraba en la comunidad como profesores y asistentes de surf, y otros relacionados al aporte de la academia. Las actividades de refuerzo educacional y moral se intensificaron en los siguientes meses, y las reuniones de agradecimiento y oración a Dios fueron creciendo en número de asistentes y en fechas de congregación.

Era verdad que Priscila no dejaba de extrañar a su Plumita Esteban. Prefería pensar que este se encontraba en otro país, y que las oraciones al Señor serían algo así como mensajes de amor con copia a Esteban en un correo fabuloso de internet. La obra en Malabrigo creció sin límites, y Priscila siguió corriendo olas sobre las tablas de Esteban y las suyas en cuanto evento cristiano se fuera dando, y en la soledad con Dios.

De vez en cuando, año tras año, cayendo la noche, Priscila se desprendía de sus ropas, y desnuda entraba en el mar iluminado por la luna a la espera de algún hermoso delfín que le llevara surfeando a ese paraíso maravilloso, donde Dios y su esposo le estaban esperando...

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Danilo Gutiérrez Baella, Año 2010



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