Mi madre siempre reía cuando le anunciaba con cierta pompa que saldría a correr temprano por la mañana. En estos días de fuerte verano, las lluvias a goterones que acompañan algunas madrugadas me hicieron desistir, pues los charcos prometían una resbalada de campeonato olímpico con embarrada gimnástica en doble mortal inverso y caía en cúbito ventral a la dura acera.
Sin embargo, hoy amaneció con un sol esplendoroso, y a las 6 de la mañana emprendí la ruta breve de dos cuadras hasta el borde mismo del Malecón Cisneros, frente al mar y una bruma maravillosa que empezaba a colar dorados rayos entre los edificios, los árboles y la gente que entraba y salía de la niebla. Me llamó poderosamente la atención ver a esa hora tan temprana que el mar de la playa Punta Roquitas se encontraba "crow", mejor dicho, repleta de surfistas en el mismo Point, 100 metros más abajo... ¿Me entiendes, mi Bro?
"Ya estaré yo también en esas andanzas cuando domine la Long Board...", pensé con optimismo, y volví a lo que vine a hacer.
Decidí replicar los ejercicios de estiramiento y calentamiento del surfer, ya que consideré que hoy sólo daría importancia a la respiración rítmica con un paso andante, relatívamente ligero. Quedé quieto en posición recta y vertical, alcé los brazos atados por las manos estirándolos al máximo sobre mi cabeza, para luego iniciar el proceso de relajamiento del cuello, hombros, dorsales y brazos, cintura, muslos y pantorrillas (¡auch!), rodillas, tobillos... Terminado (y totalmente "estirado"), empecé mi caminata rítmica con rumbo norte sobre la senda del malecón, entreverándome con ese otro "mar" en la tierra, aquel que forma la marea humana matutina con la que empecé a interactuar.
Es grato pertenecer a una comunidad, aunque siempre se sentirá extraño acceder a ella por primera vez. Lo digo en sentido figurado, claro está, pues mis andanzas de mozo deportivo, ya lo saben, se detuvieron hace más de 25 años. Digamos que nunca dejé de pertenecer a ella, que sólo tomé un breve - larguísimo descanso. Pero ahora son otros rostros con cuerpo aligerado y otras vestimentas las que los cubren, más fresh, más cool... La mayoría de las damas andan con gorrita semi tennis, lentes oscuros, polito gris de tiras con sostencitos neumáticos en copa, y short en "v" delineando figuras. También los varones con el polo sudado, algunos llevándolo en la mano luciendo "casuales" los pectorales brillantes saltando a cada paso, bermuda casi a la rodilla... ambos sexos, en su mayoría, con dos auriculares instalados en los oídos saliendo de un ipod o de un celular en mano, o sujetos con una banda "pega - pega" sobre el bícep derecho o izquierdo. Lo digo otra vez: Cooool!
Mientras uno corre o camina, siendo observador, puedes dedicarte a adivinar lo que cada rostro esconde tras la rigidez de la acción. Están los ejecutivos, aquellos cuyos cafés ya se encuentran esperando calientes en el kitchenet de sus depas y todos lo saben, y las actividades agendadas en el Blackberry sonando interminables durante el resto del día, como alarmas anunciando que "ellos siempre están". Están los eternos competidores de maratón, con sus polos de color numerados con patrocinadores diversos, y sus rostros colorados resignados al límite. Están los "perseguidos", aquellos que denotan desesperación y angustia irrefrenable, rostros contraídos, ojos extraviados, bocas semi abiertas, y una jauría invisible atrás que dará el mordisco en las posaderas si llegaran a parar. Están las amas de casa, que van en pareja, cotorreando más que corriendo, hablando de cocina y de los chicos, descompasadas, casi obligadas a correr... ¿por quién? Están los adultos - mayores, aquellos que van solitos o acompañaditos caminando a buen paso, serenos, con toda la vida por delante, y un periódico en la mano...
Pero la raza humana no es la única que corre intercalada por las aceras deportivas del malecón; miembros del clan canino diversificados en Poodles, Labradores, Chiguaguas, Afganos, Bull Dogs, Dálmatas y por ahí un Welsh Terrier participan en sus propios ritmos de los afanes de sus dueños, con o sin correas, saltando y agitando sus lenguas chorreantes sin perturbar el trote de los demás. Ellos son parte del paisaje urbano, y se pierden de cuándo en vez, y de vez en cuándo para reencontrarse con sus amos varios metros más arriba, inmutables, recontra fieles y seguros, salivando con sabor a mar.
Y así trotando y caminando, voy también retornando para comprar el pan. Entre la niebla se extiende el dorado solar, maravilloso contraste de bruma costera y palmera, y suave rocío con matices frescos sobre las mejillas calenturientas repletas de sudor.
Una mañana más, y un andar acompasado que desaparece en la vorágine citadina que ya ruge al despertar...
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