SIMÓN
Poema donado por el autor
Campaña "Libro Solidario"
en apoyo a los niños que reciben ayuda
de la Asociación Bautista Shalom Adonay
en la ciudad de Santa Lucía - Minas Gerais (Brasil)
Mirada brillante en la rendija oscura.
Manito prendida, atenta al tirón.
Oyendo las voces violentas, turbadas...
detrás de la puerta aguarda Simón.
Destellos de luces gobiernan las calles.
La noche escatima la brisa feliz
que podría entrar a la casa sombría
rompiendo fragores de disputa infeliz.
Simón se desplaza cual raudo felino.
Se sube al banquito, y desliza fugaz
sus tiernos deditos por la gruesa aldaba
que separa su casa con la libertad.
Ya libre en la calle, Simón se contenta
respirando el aire que tanto anheló.
Y corre feliz dibujando la acera
cruzando la noche, venciendo al temor.
Hay otros Simones que circulan fuera
que esperan ansiosos juntarse y hablar.
Ahí llega Simón saltando la verja
y suenan palmadas, saludos sin voz.
"Yo traje los panes", informaba uno
"Yo el queso cortado", "¡Yo traje el jamón!"
Y Simón mirando sus manos vacías
se tapó la cara, ocultando el rubor.
"Mañana no comes si no traes nada"
Simón se disculpa, promete, y después
recibe el pancito que trajo su amigo
¡y diluvia migajas sobre sus pies!
Avanza la noche, y la ciudad no duerme.
Los chicos se mueven volando sin pies.
Simón se divierte observando la vida
que brota con ellos, que vibra otra vez.
Un rostro nocturno oculto en la esquina
no pierde de vista al bello Simón,
quien limpia los vidrios de un auto, sin prisas,
buscando un "alguito" para comer mejor.
La dama no es vista por la muchachada
cuando ella se acerca discreta a Simón.
El niño se asusta al verla a su lado,
saliendo del aire, despacio, sin voz...
"¿Qué haces, pequeño?", pregunta la dama,
"¿No es fría la noche para jugar hoy?"
Simon se da cuenta que no hay nadie en su entorno
y vuelve su rostro con cierto temor.
"Yo vivo en la calle"
responde Simón,
"Trabajo en la noche limpiando los autos
ganándome el diario para comer hoy."
"¿No tienes parientes?
¿Un padre, una madre?"
La dama pregunta
sin tregua a Simón.
"Tan solo problemas
son los que yo causo,
y ellos discuten
por ser como soy."
La dama acaricia con suave ternura
esa cabecita rociada en sudor.
En la negra noche de luces fugaces
Simón se confunde al percibir amor.
"¿Quién eres,
qué haces?
¿Por qué te preocupas
si no sabes quién soy?"
La dama retira el pañuelo amarrado.
Se quita las gafas y suelta el cabello.
El rostro es visible a los ojos del niño
dejando a Simón descubrir su cariño.
"¿No sabes quién soy?
¿Será que de día,
cuando estás dormido,
olvidaste los ojos de quien más te amó?"
Simón se refriega los ojos velados
y observa a su madre delante de él.
No puede entender esas dulces palabras,
no puede creer lo que dicen de él.
Simón se rebela al creerse burlado,
y da un paso hacia atrás, rechazando la mano.
"¡Pero tú me odias igual que mi padre!
¿Por qué me seguiste, si no me quieres ver?"
La madre al principio se queda callada...
Enjuga sus lágrimas, suspira profundo,
e intenta decirle al niño perdido
el por qué requerido, la esperada razón.
"Te amamos, Simón. No es tuyo el problema.
Son nuestros errores los que te hacen sentir
que nadie te quiere, que no tienes casa...
Que son tus amigos los que te hacen vivir."
"Por fin comprendemos que hay un Dios en lo alto,
que ha unido a tus padres para hacerte feliz.
Olvida las penas, ya todo ha pasado.
Regresa sonriente... ¡te espera el hogar!"
Simón se retuerce,
pues duele el dolor
de no creer que hoy cambiará su destino,
de no creer las palabras de quien más amó.
"¿Lo dices en serio?
¿Y si yo regreso?
¡Será de mi padre el furioso castigo!
¡Peor que creerte en tu falso amor!"
De la misma esquina que escondió a la madre
salió otra figura sin más ilusión
que mostrarse entero a los ojos del niño
¡el padre que siempre esperó Simón!
"Volvamos a casa, hijito querido.
Perdona las fallas que te dieron dolor.
Te espera una cama con amor tendida,
¡te espera una vida repleta de amor!"
Los otros Simones observaban todo,
y al ver a su hermano regresar feliz
se vieron entre ellos, juntaron sus manos,
y observando al cielo, sonrieron a Dios.
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Danilo Gutiérrez Baella, Copyright 2010