PICAPEDREROS
(Anónimo recopilado y recreado por Danilo Gutiérrez Baella, año 2009)
Caminaba el viejo Sabio, y acompañando los pasos que daba por el sendero de la alta montaña se iba acercando a un fuerte repicar. Eran sonidos metálicos juntos, intercalados, acelerados a veces, y espaciados otros, propios del mazo y del pico más tenaz que golpeaban contra la dureza de la roca. El eco de los golpes hacía coro impresionante en los blanquecinos flancos andinos que descendían hasta el valle. El sol desparramaba hirvientes rayos dorados sobre el polvo muerto del sendero, sobre los lejanos sembríos de maíz en el valle, sobre las frescas aguas descendiendo en el río.
Un recodo al pié del abismo, una curva amplia en el sendero, y recorriéndola de manera interminable el viejo Sabio pudo ver con claridad la enorme cantera de paredes blancas escondida tras la montaña, motivo del desorden sonoro. Treinta hombres semidesnudos, sudorosos, dorados por el intenso sol, levantaban sus picos contra la roca. Otros diez tallaban a pulso con mazo y martillo los enormes trozos desmontados. Parte de ellos utilizaba grandes palancas para desplazar las rocas partidas sobre una gran plataforma, la misma que trasladaba la carga a otros dos picapedreros que daban formas cúbicas, cilíndricas y planas al material. El Sabio observó la fineza de la obra culminada a manos de estos escultores, y no pudo reprimir su admiración al encontrar tanto arte entre tan rudas condiciones de trabajo.
El Sabio siguió andando, y llegó por fin a situarse a escasos metros de estos dos últimos esforzados picapedreros, surgiendo de inmediato una incógnita en su mente necesaria de resolver. Esperó que uno de ellos soltara el mazo y el cincel, y elevara un balde lleno de agua fresca para lanzarla sobre su cuerpo lleno de polvo blanco y sudor. Le vió jadeante, con ceño fruncido por el sol implacable, y con la mirada perdida sobre el horizonte verde que marcaba el valle situado allá abajo, a sus pies. Entonces el viejo Sabio le habló a aquel hombre preguntándole:
- Dígame amigo... ¿Qué hace usted a la mitad del camino, tostándose bajo este terrible sol?
El picapedrero levantó hacia él la cabeza recrudeciendo el gesto fruncido, y lanzó una mirada llena de furor y desesperación.
- Se burla usted de mí, ¿verdad? ¿Es que no ve que ando martillando rocas para ganarme la vida, tragándome todo este polvo, por sólo cuatro monedas y un miserable plato de comida al día? ¿Qué quiere usted de mí, eh? ¡Lárguese de mi vista, y no me vuelva a molestar!
Dicho esto, el picapedrero levantó una piedra con la mano, e hizo ademán reprimido de lanzarla contra el viejo Sabio, quien no tuvo más opción que retirarse y evaluar por su propia seguridad si debía continuar con su intención de resolver su incógnita. Unos segundos después, decidido, caminó al segundo hombre que no había dejado de golpear y cincelar la roca en ningún momento. Entonces preguntó:
- Le interrumpo un momento... Dígame, ¿Qué hace usted a medio camino, tostándose bajo este terrible sol?
El segundo picapedrero logró escuchar la pregunta del viejo Sabio sin detener su repicar. Luego, bajando los brazos, soltó las herramientas, y los volvió a levantar con actitud triunfal, enfrentando el rostro al sol.
- ¡CONSTRUYO UNA CATEDRAL! - gritó con júbilo, manteniendo su sonrisa, chorreando de sudor...
El viejo Sabio, esta vez caminando descalzo por la ribera del río, siguió meditando en las respuestas de los dos picapedreros... ¡tan humanas ambas! Pero a la vez tan diferentes cuando la conciencia sobre Dios y su universo inunda el espíritu del hombre, enfrentándolo a todo, no temiéndole a nada, no huyéndole a nada, olvidando el dolor y cualquier sufrimiento al reemplazarlo todo con Su amor...
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