lunes, 27 de octubre de 2008

UN CUENTO DE MIEDO...

SOMBRAS DEL PASADO
Cuento de Danilo Gutiérrez Baella (Año 2008)


Era agosto, mes de mucho frío y humedad, sobre todo en Magdalena donde vivíamos con mi familia. Los vidrios biselados de la sala de mi casa antigua parecían transpirar por el calor que había adentro. Un calor inusual, debido posiblemente a la gran reunión que estaba ocurriendo por motivos que ninguno de los invitados conocía. Simplemente era un momento de reencuentro entre amigos.


Pero yo sí sabía lo que ocurría. Luciana (mi hermanita menor) no podía dormir desde hacía varias semanas. Lloraba en su habitación, gritaba a cualquier hora del día y de la noche, salía corriendo buscando refugio en los brazos de mis padres. Ellos demoraron en enterarse del motivo de sus temores: Luciana era visitada por una señora chiquita y muy viejita, vestida con un traje negrísimo con un velo que le cubría el rostro. El siniestro personaje no hablaba nunca, y aparecía de pronto apoyada en una esquina de la pared.


Pero Luciana, a pesar del velo, le llegó a ver la cara una noche de esas. La mirada de la viejita se clavaba en la suya, como petrificada, atemorizada, queriendo saber sus pensamientos. Esa vez Luciana, echada en su camita, vio como la viejita sorpresivamente se despegó de la pared y corrió a cogerla de los hombros lanzando un chillido espantoso, cubriendo con su sombra el cuerpecito de mi hermana. Luciana casi se priva de tanto llanto. La encontramos debajo de su cama, echa un ovillo, con los ojos desorbitados.



Mi mamá sufría mucho, pero no le creía a Luciana. Ella pensaba que mi hermanita empezaba a mostrar problemas mentales, y no sabía qué hacer. Pero mi papá decía ver en los ojos de su hija la verdad, y decidió hablar con mi tío Pedrito, padrino de Luciana. Estaba desesperado.


Mi tío Pedrito le dijo a mi papá que había hecho bien en buscarle, porque justamente había sabido de un problema de cosas sobrenaturales en la casa de sus suegros. Ahí había ido un señor extraño, pero muy conocido como espiritista. Le llamaban “Doctor Látigo”, porque cuando hacía sus exorcismos acostumbraba a dar de latigazos al suelo, al techo y a las paredes.



Mi papá llevó al Dr. Látigo a casa, y se lo presentó de pronto a mi mamá. Ella lo recibió por educación, pero se notaba que estaba muy molesta con mi papá. Después de acompañar al Dr. Látigo por toda la casa, les pidió a mis papás lo dejaran sólo en la habitación de mi hermanita. Con recelo, mi mamá aceptó, y el Dr. Látigo cerró la puerta con fuerza dejando mudos a mis padres.


Desde adentro se escuchaba la voz del Dr. Látigo hablando a alguien en voz alta primero, como llamándola. Luego, se escuchaba que hablaba muy bajito. Yo no estaba con mis papás, porque me quedé escondida detrás de la puerta del baño para ver que pasaba, helada del miedo. Luciana ese día estaba en la casa de su padrino jugando con mi prima Esther, en combinación con mi papá.



Dr. Látigo salió transpirando del cuarto de Luciana, y les pidió a mis padres que le acompañen al jardín para hablarles. Yo les seguí un poco de lejos, pero llegué a escuchar todo. El Dr. Látigo contó que la señora que Luciana veía era el espíritu errante de una antigua residente de nuestra casa. La señora en vida sufría de trastornos mentales, y dormía en el cuarto que mis padres le dieron a Luciana. La cama de mi hermana estaba situada donde la señora tenía su mesita donde solían darle de comer, y parece que eso le turbaba demasiado. Por eso molestaba a Luciana, y la miraba con temor y extrañeza al mismo tiempo.



El Dr. Látigo les pidió a mis padres que organizaran una gran reunión de amigos y familiares más cercanos. Mientras que todos estuvieran distraídos en la sala y comedor principal, él estaría haciendo una sesión espiritista en la habitación de Luciana.


Esa noche los invitados fueron llegando uno a uno, saludando y agradeciendo la buena idea de reunirnos con ellos después de tanto tiempo. La casa se fue llenando de gente hasta casi reventar. Pero por el frío de afuera, nadie se atrevía a salir al jardín. Adentro todos tenían puestas gruesas chompas y casacas acolchadas, porque el frío parecía haber aumentado dentro de la casa. Yo puedo jurar que vi salir vapores de las bocas de nuestros invitados de tanto frío que hacía, y las caras de extrañeza eran comunes en los presentes.


Me acerqué a la puerta del cuarto de Luciana. Apoyé mi oído para escuchar, y me retiré al contacto con lo que parecía ser un témpano de hielo. La puerta estaba congelada, y ningún ruido salía detrás de ella. Mis papás aparecieron de pronto, y me pillaron. Pero antes que me sacaran, les pedí que rozaran la puerta, y saltaron de la sorpresa.


Ahí nos quedamos los tres, y el tío Pedrito se unió al grupo. Pero luego sucedió algo más extraño aún: la puerta empezó a transpirar, y un calor muy fuerte salió de ella. Todos en la casa empezaron a retirar sus chompas y casacas, quedaron en camisas, blusas y polos, y transpiraban encima. “¿Qué pasa?”, preguntaban los invitados. Luego de una hora así, todo parecía volver a la normalidad.


Cuando menos lo esperábamos todos, el Dr. Látigo abrió la puerta oliendo a perfumes y agua florida, lleno de maletines y bolsas colgando de sus manos y hombros. Él dijo: “La muertita ya se fue, ya descansa en paz. Por fin entendió su tiempo y su lugar, pero fue muy difícil convencerla porque hasta en espíritu continuaban sus problemas de atraso mental. La casa está limpia.”


Todos los invitados se fueron retirando comentando acerca del loco clima que tiene Lima. Mis papás agradecieron al Dr. Látigo, le pagaron algo que no vi, y con vergüenza le dijeron adiós por la puerta de atrás.


Ahora que han pasado los años y estoy en la universidad, me pongo a pensar cuántas viejitas y viejitos estarán a nuestro lado caminando por nuestra habitación, reclamando sus antiguos espacios. Pero nuestros ojos de jóvenes mayores ya no nos dejan ver a estas almitas errantes. Al menos Luciana (que ya termina pronto el colegio…), no guarda algún recuerdo de esos momentos escalofriantes, donde fue cubierta por la sombra de un pasado que nunca se quiso ir. Esos recuerdos viajaron sujetos por las manos espectrales de la viejita de negro a otros lugares que ojalá nunca lleguemos a conocer.

0 comentarios: